MAGIA

Autobús repleto de gente

Es la magia de la rutina. Sales de casa por la mañana y sabes con quién te vas a encontrar durante los próximos diez minutos. Los instaladores del gas discutiendo sobre cualquier cosa antes de empezar su jornada. La señora que friega ese portal tan enorme. El ejecutivo cuarentón con su abrigo caro y su gesto de autosuficiencia. La niñera que tira del crío que nunca quiere ir a clase. El chaval recién licenciado al que el traje le queda como a un Cristo dos pistolas. El tipo que pasea a su labrador mientras escucha música a todo volumen en su Ipod. La atractiva joven de brillante y rizada melena negra que siempre sonríe y hinchables nunca repite modelito. El jubilado de boina y bigote que entra al bar en busca de su primer carajillo. Y algunos más. Con el tiempo incluso sabes dónde te los vas a encontrar, y juegas a ver quién se ha retrasado más esa mañana. Tienes la extraña sensación de que todos hacen lo mismo. Lo notas en sus miradas de complicidad. Porque os conocéis de hace mucho, pero nadie dice nada. Os saludáis con los ojos, aunque en el último instante retiréis la mirada. “Hola, ¿va todo bien? Sí, claro que va bien. Aquí estamos un día más. Hasta mañana.” Pasa un autobús. Mierda, hoy eres tú el que va tarde.

A mediodía es igual, pero diferente. Hay más gente. Muchos son desconocidos, personas que pasan por allí por pura casualidad, sin ningún patrón establecido. Pero todavía queda un poco de esa magia, aunque los caminos son opuestos y tú estás más cansado. La preciosa morena sigue perfecta y sonriendo al mundo. Parece que a ella no le pesa la mañana y te preguntas si tú serías capaz de mantener ese estúpido gesto sonriente durante todo el día, todos los putos días. Sabes que no, y que por eso te cae mal. Sí, está tremenda, pero te cae mal. No puedes evitarlo. Vuelves a ver al ejecutivo pagado de sí mismo. A estas horas escupirías en su abrigo caro, pero te limitas a insultarlo mentalmente cuando pasa por tu lado sin mirarte, con ese halo de superioridad. Asco de día. Entonces levantas la mirada discretamente. Aunque disimules, buscas a alguien. Ya no sabes cuándo empezaste a hacerlo, pero ahora cada vez que enfilas esos cien metros de calle sólo piensas en ella. Es tú única oportunidad de verla. Y tal vez eso la hace especial.

Camina siempre con prisa, los labios apretados y la mirada perdida en el final de la calle. Como si quisiera volverse invisible, como si recorrer esa corta distancia fuera un suplicio para ella. Aunque en realidad no sabes cuál es la distancia que recorre, porque tú sólo la ves en esa calle, a esa hora, y luego desaparece de tu vida, o al menos eso quieres pensar. Primero te llamó la atención su gesto serio. Luego pensaste que en realidad era cara de mala leche, y eso te hizo gracia. Es más bien bajita, delgada y menuda, como si los nervios la consumieran. Sí, seguro que tiene mala leche. Es joven, pero no sabrías decir su edad. ¿Veinticuatro? ¿Treinta y dos? En todo caso, una joven que parece mayor. Seguro que eso también es culpa de los nervios. No tiene nada de todo aquello que siempre has pensado que podrías encontrar atractivo en una mujer.

Pero te cae bien.

Y de repente se convierte en una especie de enigma para ti. Alguna vez has jugado a imaginarte dónde trabaja el ejecutivo, o dónde pasa las mañanas la morena para que nunca se le borre esa radiante sonrisa. Sin embargo, con ella es distinto. Tienes una sincera curiosidad. ¿Por qué sólo la ves a esta hora? ¿Dónde está por las mañanas? ¿De qué calle, de qué edificio sale? ¿A dónde va? Pero déjalo. Nunca lo sabrás. De hecho, no quieres saberlo. Así es mejor. Te conformas con verla de vez en cuando, porque ni siquiera es todos los días. Esa calle es tan corta que cualquier mínimo retraso o adelanto hace que no la veas. Pero hay algo en ella que te atrapa. A lo mejor es ese gesto enfadado, o la forma en la que cruza los brazos para sujetar su abrigo verde, como buscando protección. Sí, eso es. Pese a lo que diga su rostro, la sientes desvalida, necesitada de cariño. Te inspira ternura. Y, de alguna forma que no alcanzas a comprender, esa eterna cara de mala leche te reconcilia con el mundo.

Un día te das cuenta de que has esbozado una media sonrisa en cuanto la has visto en la distancia. Otro día, al cruzártela, te sorprendes pensando que, después de todo, no es para nada fea. Luego te percatas de que últimamente en el trabajo te haces el remolón a la hora de salir, sólo porque has comprobado que la ves más veces si te quedas un par de minutos extras en la oficina. Pero te convences de que es sólo un juego para hacer más llevadera la vuelta a casa. Como cuando piensas que sería divertido sonreírle la próxima vez que te cruces con ella, para ver cómo reacciona. O que si esto fuera una película un día le darías una flor, sin más, sin cruzar una palabra, o le plantarías un beso en mitad de la calle, así porque sí, y luego seguirías tu camino. Sólo porque quieres que cambie ese gesto de enfado, sólo porque quieres que esos ojos marrones sonrían. Pero qué demonios, esto es la vida real. Vaya estupideces se te ocurren. Además, sólo es una chica con la que te cruzas algunos días. Nada más. No saldría bien. Seguro que si compraras una rosa para regalársela, ese día no la verías. O simplemente te pegaría un bofetón, o echaría a correr, o te denunciaría. Mil cosas. No sabes nada de ella. A lo mejor tiene novio.  Y luego encima seguirías topándote con ella. Y menuda vergüenza, ¿no? Sólo es un juego. No lo estropees.

Y entonces una semana ocurre algo raro.

La breve calle que comparten vuestros caminos rutinarios es estrecha, de un solo carril y dos filas de aparcamientos. Sin saber por qué, un día vuelves a casa por la acera contraria. Ella va por la otra, como siempre, y sólo alcanzas a verla un milisegundo antes de que esa maldita furgoneta se pare en medio de la calle. Al día siguiente una inoportuna llamada te despista y vuelves a ir por la acera que no es. Estás concentrado en la conversación, pero una parte de tu cerebro la vislumbra a lo lejos. Otra vez por su acera. Por la que en realidad ya es vuestra acera. Pero de pronto la imaginación te juega una mala pasada. Mientras hablas, os cruzáis a nueve metros de distancia y te parece que ella gira la cabeza. ¿Te ha buscado? No, no puede ser. “Espera, ¿qué me decías?, se ha cortado un momento”, le dices a tu jefe. Y no mientes, aunque lo que se haya cortado no sea su voz sino el cable que te la lleva del oído a tu cerebro. Joder. Estás fatal. El tercer día, por fin, cruzas la calle para ir por la acera de siempre. Y precisamente ese día es ella la que ha cambiado de acera. Sonríes. Hace frío y el sol calienta ese otro lado de la calle. Por eso ha cambiado su itinerario habitual, no hay más. Pero una parte de tu mente quiere pensar que lo ha hecho porque tú rompiste ese tácito acuerdo que regula vuestros encuentros cotidianos. Pusiste otras normas sin saberlo. “Nos vemos en la otra acera.” Y ella quería volver a cruzarse contigo.

Es la misma parte de tu cerebro que te dice que el otro día la viste con otro gesto. Que te miró cuando os cruzabais. No como te mira la bella morena, la niña presumida que mira a todo el mundo para que todo el mundo le devuelva la mirada y piense en lo guapa que es. No. Ella te miró de otra forma. En el fondo piensas que es la misma mirada que tú le pones a cualquiera de los muchos desconocidos que te encuentras en el recorrido y que ya son parte de la familia. Bueno,inflatable water slide a todos menos al ejecutivo, que además de caerte mal se está empezando a quedar calvo, el muy gilipollas. Sí, era una mirada normal. Cotidiana. Pero después de tantos meses es la primera vez que sientes que te mira. Ha dejado de mirar al infinito. Y quieres pensar que, de alguna manera, a ella también le reconforta verte. A lo mejor es el momento de comprar la rosa… No, olvídalo. No saldría bien.

¿No te estarás enamorando? No. Claro que no. Sólo es parte del juego de la rutina. Verla te hace pensar que todo va bien. “Hola, ¿va todo bien? Sí, claro que va bien. Aquí estamos un día más. Hasta mañana.” Simplemente es eso. No quieres que nada cambie. Y no te enamorarías nunca de una chica así. De una desconocida a la que sólo ves diez, quince segundos al día, y no siempre. No. No es amor. Es la magia de la rutina.

Creo.

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11 Comments on "MAGIA"

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Guest
FreeAssociated
14 years 18 days ago

Apasionante snedecor, me ha encantado además porque ese tipo de historias también circulan por mi cabeza y me he sentido muy identificado. Tienes talento.

Un abrazo

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