Es una costumbre añadir esta frase en todos los resúmenes del año 2020, que cambió la vida en todos los sentidos a partir del mes de marzo. Como es de suponer, lo mismo le ocurrió al tenis, que afrontó su temporada más atípica desde que las estructuras actuales de este deporte están vigentes. Todo cambió para un deporte individual, con separación asegurada entre los jugadores y donde el factor ambiental generado por el público no suele tener la influencia de otras disciplinas. Pese a ello, las pistas vacías o con aforo limitado y las burbujas garantizadas por estrictas medidas sanitarias generaron una atmósfera insólita, muy diferente y extraña. La única manera de salvar parte del calendario en este fatídico 2020.
Antes de que la pandemia escapara de todo control, cuando aún se consideraba una especie de gripe anómala que estaba radicada en una parte de China, ya estaba en disputa el primer grande del año: el Open Australia. Por entonces, la disputa del torneo estaba en riesgo, pero por un motivo muy diferente. Los terribles incendios que asolaban Australia en pleno verano generaron una alarma que puso en cuestión el normal desarrollo de la primera cita del Grand Slam, que sumaba los problemas para la salud provocados por el fuego incontrolable a las lesiones y el calor asfixiante que acompañan por costumbre a las dos semanas de torneo en Melbourne. Sin embargo, los trágicos efectos de los incendios no influyeron en el desarrollo de la competición, que siguió las líneas marcadas por la normalidad acostumbrada. Una cita que contaba con un favorito claro: Novak Djokovic. El número uno no sólo partía en cabeza por su dominio indiscutible en el torneo, sino que llegaba al Open Australia en un gran momento de forma. Lo demostró en la Copa Mundial ATP, el formato por países que está bajo control del organismo rector del Circuito y que duplicaba en la práctica a la Copa Davis. Serbia se alzó con el título por obra y gracia de Djokovic, que ganó el título él solito. Ni siquiera España, que presentaba el mismo equipo que triunfó un mes antes en la Copa Davis, pudo frenar a un Nole en estado de gracia.
Los vaticinios se iban cumpliendo en las primeras rondas. Pese a que cedió un set con el alemán Struff en su debut, no encontró ningún obstáculo para avanzar con comodidad por el torneo. Tampoco encontró apuros cuando llegaron los cabezas de serie. Ni Schwartzmann ni Raonic supusieron un problema para avanzar hasta semifinales, donde le esperaba Roger Federer. El suizo llegaba con la reserva tras remontar un 2-1 al estadounidense Sandgren, que tuvo el partido en su mano y acabó lamentando que se le escapara una oportunidad única. Un suizo cansado y con dudas en su juego no fue rival para Djokovic, que le despachó en apenas tres sets y con suficiencia. Sólo le separaba de un nuevo triunfo en Australia el austriaco Thiem, que había despachado anteriormente duelos de estimable dureza con Nadal y Zverev gracias a una gran fiabilidad en el tie-break. Sin embargo, Djokovic no se encontró un duelo nada plácido ante Thiem, que se colocó por delante tras remontar el set inicial logrado por el serbio. La posibilidad de sorpresa estaba ahí, podía ser el día en el que uno de los miembros de la nueva generación batiera a un componente de los tres grandes, pero Djokovic sacó su mejor juego en el momento apropiado para ratificar que Melbourne es su cortijo privado. 6-4, 4-6, 2-6, 6-3 y 6-4 para firmar su octavo triunfo en el Open Australia, su patio de juegos particular.
El cambio, el torneo femenino fue mucho más favorable para el tenis español. A Garbiñe Muguruza, ya asistida y aconsejada por Conchita Martínez, se le presentó una gran ocasión de sumar otro grande en su palmarés una vez superados los vaivenes de las dos primeras rondas (levantó un rosco a Shelby Rodgers en la primera manga y derrotó a la australiana Tomljanovic en otro partido con altibajos). Una vez atrás los nervios y la incertidumbre, Garbiñe pasó por encima de ilustres cabezas de serie como Svitolina y Bertens y se convirtió en uno de los cocos del cuadro pese a no estar entre las 32 primeras de la clasificación. Tampoco fue rival Pavlyuchenkova, a la que despachó en dos sets antes de afrontar una semifinal muy dura contra Halep. No partía como favorita, pero Garbiñe Muguruza estuvo firme en los juegos decisivos, con cabeza fría para derrotar a la tenista rumana por 7-6 y 7-5. Llegaba a su cuarta final en un torneo de Grand Slam, a la posibilidad de sumar su tercer grande. Su rival, Sofia Kenin, una joven estadounidense que tuvo un camino plácido hasta semifinales, donde se deshizo de la número uno, la local Barty, con el mismo marcador que consiguió Garbiñe llegar a la final. Todo iba sobre ruedas, imponiendo una superioridad clara de juego y experiencia que le otorgó el primer set. Estaba a una sola manga del éxito, pero Kenin fue subiendo su nivel sin hacer ruido hasta que se hizo con el control absoluto de la pista. Cuando quiso darse cuenta, Garbiñe ya estaba a merced de la jugadora estadounidense, que ya había aparcado su inexperiencia en una final en un escenario semejante y acabó el encuentro como clara dominadora. 4-6, 6-2, 6-2 como marcador del primer gran éxito de Sofia Kenin, que dejó con un palmo de narices a la española nacida en Caracas, que aún se preguntaba cómo se le escapó una final que tenía controlada.
En el periodo de entreguerras que establecía el calendario antes de la primera gira americana, ya se barruntaba a lo lejos que una oscura sombra se cernía sobre el mundo entero. En algunos países, como Japón, las eliminatorias previas de Copa Davis se celebraron a puerta cerrada debido a la incipiente enfermedad que se originó en Wuhan. Ya se habían cancelado eventos en otros deportes, pero aún nadie asumía la gravedad de lo que estaba por llegar. El tenis se dio cuenta de ello cuando el coronavirus se instaló en Estados Unidos e inició su funesta marcha por el país. A la víspera de su celebración, Indian Wells comunicó la suspensión del torneo, cuando los jugadores ya estaban alojados a la espera de entrar en competición. Sólo fue el comienzo. Se cancelarían Miami, los Masters 1000 europeos de tierra batida y la Copa Davis en semanas posteriores, antes de que Wimbledon hiciera lo propio por primera vez desde la II Guerra Mundial. Por su parte, Roland Garros sólo decretó un aplazamiento, con la esperanza de que la pandemia remitiera y pudiera celebrarse en otras fechas. En cambio. el US Open no quiso saber nada de modificar su calendario y quedó a expensas de futuros acontecimientos. Lo cierto es que la temporada corría serio peligro debido a la incertidumbre, aunque surgieron varias iniciativas para llenar el vacío competitivo. Djokovic organizó el Adria Tour, una gira de torneos en la antigua Yugoslavia que contó con varios tenistas de primer nivel (Zverev, Dimitrov…) y que mezcló el deporte con la juerga sin ninguna medida de seguridad. Como resultado, se contagió hasta el apuntador, incluido el propio Djokovic, que recibió duras críticas por el imprudente espectáculo. En España, se optaron por alternativas más ortodoxas. La recién creada Liga Nacional permitió competir en varios torneos a algunos de los jugadores españoles del circuito ATP, con asistencia de un aforo limitado y estrictas medidas de seguridad. Por su parte, la Academia Ecquelite de Juan Carlos Ferrero organizó su propio torneo con motivo de su 25 aniversario, donde los aficionados pudieron disfrutar de los detalles que dejó Carlos Alcaraz, el jugador señalado como el futuro del tenis español.
El retroceso de la primera ola de la pandemia permitió que la competición oficial en la ATP y la WTA regresara en agosto. Se salvaba gran parte del calendario de ese mes en Estados Unidos, incluido el US Open, pero no todos los tenistas estaban dispuestos a arriesgarse. Roger Federer decidió operarse de la rodilla y poner fin a la temporada, mientras que Rafa Nadal rehusó viajar a Estados Unidos y esperó al regreso de la tierra batida para volver a una pista. Pista libre para Djokovic, convertido en el gran y único favorito en Flushing Meadows pese a los apuros que pasó en Cincinatti. En semifinales, sufrió lo indecible ante Roberto Bautista, un jugador que siempre le pone en problemas y había remontado previamente a rivales de entidad como los rusos Khachanov y Medvedev. Le tocó remontar un set para acabar imponiéndose en el tercero en el tie-break y después de que castellonense dispusiera de su servicio para ganar el partido con 5-4. En la final, superó una nefasta primera manga en la que Raonic le barrió para vencer 1-6, 6-3, 6-4 y sumar un Masters 1000 más al zurrón. Pese a que había reanudado la temporada con dudas, nadie las tenía sobre su favoritismo en Nueva York. Y así era mientras avanzaba con seguridad por el cuadro hasta que en octavos de final llegó uno de los episodios más surrealistas que se recuerdan en la ATP. Djokovic se enfrentaba a Pablo Carreño, que estaba firmando un buen torneo, pero no se esperaba que supusiera un gran problema para Nole. El primer set transcurría con normalidad y estaba a punto de caer en manos del serbio, que gozaba de 3 bolas de set al resto. Sin embargo, Carreño salva todas ellas y conserva su servicio, lo que supone el inicio del sainete. Djokovic para el juego para ser atendido del hombro tras una caída, pero en su regreso cede su saque con una actitud que rayaba el pasotismo. Presa de la frustración, golpea una bola con su raqueta con la mala fortuna que impacta sobre una juez de línea. Un golpe accidental, un hecho involuntario, pero el reglamento es tajante en una situación así: cualquier golpe con una pelota a un juez por un motivo ajeno al desarrollo del juego conlleva la descalificación inmediata. El juez de silla no dudó en aplicar la regla de forma estricta y dio el partido por perdido a Djokovic. De nada sirvieron sus justificaciones y cara de incredulidad, había cosechado la derrota más absurda de su carrera deportiva. Sin duda, esta edición quedará marcada para la historia por este incidente.
Con Djokovic fuera del torneo, se abrían las opciones para la nueva generación, a la que se le presentaba una oportunidad única de sumar su primer título de Grand Slam. Sus grandes exponentes (Zverev, Thiem y Medvedev) se presentaron en semifinales junto a Carreño, que dio una lección de madurez para superar en cuarto a Shapovalov en un encuentro durísimo. El tenista español estaba ante la oportunidad de su vida, que rozó la final tras bordar su juego y ponerse 2-0 contra Zverev. Sin embargo, con todo en contra, el alemán arriesgó, alargó sus golpes y sembró las dudas en Carreño, que vio cómo se le escapaba el partido por una falta de instinto asesino y unas molestias que le acompañaron en los dos últimos sets. Probablemente, nunca se le volverá a presentar una ocasión así. Zverev llegaba a su primera final con la moral por las nubes, pero lo vivido en su semifinal lo sufriría en sus propias carnes cuando Thiem fue capaz de levantar dos sets e imponerse en el tie-break del quinto. Le faltó rematar al austriaco, que ya había avisado los dos años anteriores en Roland Garros y suma su primera corona al tercer intento. La consolidación de un jugador en franca progresión en los últimos años.
En categoría femenina, el torneo supuso el renacer de una antigua figura que había pasado años muy complicados en su vida personal. El retorno de Victoria Azarenka, la número uno entre 2012 y 2013, no pudo ser más emotivo y exitoso. Avanzó sin hacer ruido, pese a que sacaba a pelotazos de la pista a sus rivales, incluida su compatriota Sabalenka, la nueva figura del tenis en Bielorrusia. Tras arrollar sin contemplaciones a una tenista reputada como la belga Mertens, se enfrentó en semifinales a Serena Williams. Azarenka resistió el vendaval que le azotó en la primera manga, en la que Serena parecía inalcanzable, para remontar y alzarse con los dos siguientes sets por 6-3. Había frustrado la posibilidad de que se repitiera la polémica final de 2018, ya que en la final le esperaba Naomi Osaka. Se repitió el guion del encuentro anterior. Azarenka sabía que estaba ante su oportunidad, que no lo había pasado tan mal para frenarse ahora. A base de voluntad y buen tenis, barrió del mapa a la japonesa con un rotundo 6-1 en el primer set. Estaba muy cerca de firmar una resurrección deportiva propia de una película de superación, pero Osaka no estaba para sentimentalismos. Sacó su colección de potentes golpes y basó en su poderío físico el dominio que trasladó a la pista. Un doble 6-3 en los dos últimos sets supusieron el segundo triunfo de Osaka en el US Open. Azarenka se quedó a un solo paso de la gesta, pero su torneo no es menos elogiable.
Acabado el periplo americano, la competición se trasladaba a la tierra batida europea, que este año tan atípico se celebraría en otoño. Un escenario tan especial sembraba la incógnita sobre el rendimiento de Nadal en su torneo fetiche, Roland Garros. Era otra época del año y el manacorí llegaría sin apenas preparación. De hecho, lo notó en el Masters 1000 de Roma, donde fue barrido en cuartos por Schwartzmann tras un pésimo partido. Se sembraban dudas sobre su favoritismo en París, que recaía en Djokovic para muchos analistas. De hecho, el serbio se impuso en Roma tras batir sin muchos apuros al propio Schwartzmann, que llegaría al último grande del año como un aspirante en la sombra debido a su gran momento de forma. Pero Nadal no esperó mucho para despejar cualquier sombra sobre su rendimiento en el torneo que gobierna con puño de hierro. En unas condiciones climáticas adversas, donde muchos jugadores pasaron frío, no encontraba ningún apuro ante rivales de poca enjundia. Entre las ausencias y los patinazos de muchos cabezas de serie que debían encontrarse en su camino, Nadal no encontró rivales de envergadura hasta semifinales. El Peque Schwartzmann, que confirmó su buen rendimiento en París, pagó las ganas de revancha del campeón, que no le dio una sola oportunidad al argentino. Nadal se presentaba en su decimotercera final sin ceder un solo set, sin verse inquietado un instante.
Por el otro lado del cuadro avanzaba Djokovic, que encontró un camino más espinoso a partir de cuartos de final. Los recuerdos de Flushing Meadows regresaban, puesto que Carreño era el rival. El asturiano le arrebató el primer set y se le vio en condiciones de presentar batalla, pero esta sensación se esfumó cuando Nole puso la directa para ganar las tres mangas siguientes y cumplir con el desquite. En semifinales, el sufrimiento aumentó un grado más, ya que Tsisipas le llevó hasta el quinto set tras levantar un 2-0 en contra. Hasta ahí le llegó la gasolina al griego, que no pudo evitar la final deseada. Por fin, Nadal y Djokovic se enfrentaban por el título en la Phillipe Chartrier, el duelo que se llevaba años esperando. La madre de todas las batallas, el asalto del Djoker al trono del rey indiscutible de la tierra batida, pero Nadal no estaba dispuesto a que nadie discutiera su hegemonía. Para asombro de todos, Nadal fue un rodillo sobre la pista central que aplastó sin contemplaciones a Djokovic, que cuando se quiso dar cuenta ya caía 6-0, 6-2. Sólo se vio retazos de la calidad del serbio en el tercer set, cuando consiguió recuperar una rotura de servicio que parecía definitiva, pero Nadal nunca perdió la calma. Sólo esperaba el momento para dar el golpe definitivo, que llegó con la rotura en el undécimo juego. Nada podía frenar al campeón eterno, que cerró la tercera manga por 7-5. Seguramente, firmó su triunfo más brillante para lograr su 13º título en Roland Garros, su jardín por siempre y para siempre.
En el cuadro femenino, sin la defensora del título (Barty) presente en París, el torneo asistió a otra de las sonoras sorpresas a las que acostumbra la WTA desde hace muchos años. Iga Swiatek era una jugadora desconocida, de apenas 19 años, que había conseguido resultados notables como junior, pero que llegaba a Roland Garros al fondo del Top 100. Una tenista sin lustre, pero que impresionó en dos semanas en las que fue arrollando a toda rival que le salía al paso. La checa Vondrousova, cabeza de serie número 15, fue la primera en sufrir el vendaval que se había desatado sobre la tierra batida parisina. A Swiatek le dio igual quien se pusiera en su camino, ya podía ser la mediática Eugenie Bouchard o la gran favorita, Halep. A todas las sacó a pelotazos de la pista, incapaces de arañar unos juegos a una rival desatada. Se encargó de limpiar el cuadro de forma drástica, lo que sumado a las habituales pifias de muchas favoritas le facilitó el camino hacia la final. Tal como estaba jugando, tampoco encontró rival en Trevisan y Podoroska, jugadoras procedentes de la fase previa. En el último partido le esperaba la campeona en Australia, Sofia Kenin, que tuvo un encuentro muy diferente al que disputó contra Garbiñe Muguruza a finales de enero. Swiatek no sufrió vertigó, no le impresionó jugar su primera final de Grand Slam y aplicó la misma receta a la estadounidense. Ni una opción tuvo Kenin ante una rival decidida, agresiva hasta el extremo para explotar su estado de gracia. 6-1, 6-4 que coronó un torneo inmaculado, sin ceder un solo set.
Tras su triunfo en Roland Garros, Nadal dejó algunas dudas sobre su participación en la parte final de la temporada. Tras unos días de reflexión, decidió afrontar el reto de buscar su primer triunfo en París Bercy y, sobre todo, el Masters. No pudo ser en la cita francesa, donde cayó en cuartos de final, y afrontó el último desafío del año en un grupo que compartió con Rublev, Thiem y Tsisipas. No tuvo problemas en doblegar al tenista ruso, que pagó su inexperiencia en el torneo de maestros, en dos sets, pero volvió a topar con la eficacia de Thiem en el tie-break en el segundo partido. La clasificación dependía del último duelo contra Tsisipas, el ganador disputaría las semifinales. Se esperaba una dura batalla y así fue. Se consumieron los tres sets y fue Nadal quien llegó más fresco de piernas y mente a la última manga. Un triunfo trabajado, pero el 6-2 en el tercer set le daba la segunda plaza de grupo y le emparejaba en semifinales con Medvedev, que llegaba en un gran momento de forma; no en vano, venció una semana antes en París y volvió loco a Djokovic en la fase de grupos. Un rival de cuidado que acaba liando a cualquier jugador, a riesgo de liarse él mismo en ocasiones. Así le ocurrió en un final extraño en el primer set, que cayó por 6-4 del lado de Nadal, que tuvo a tiro el triunfo tras romper el servicio de Medvedev y colocarse 6-5 en la segunda manga. Sin embargo, cedió su saque y Medvedev dominó con claridad el tie-break, lo que significó la disputa de un tercer set que fue el principio del fin. Siempre a remolque, Nadal fue presa del martillo pilón que le negó cualquier oportunidad de regresar al partido. Se marchó abatido de la pista, profundamente decepción por otro tropiezo en un Masters que le resulta esquivo. Medvedev se enfrentaría en la final a Thiem, los dos mejores jugadores del torneo. Parece que en el último título de la temporada los jóvenes sí son capaces de superar a los tres grandes. Aunque el austriaco logró la primera manga, acabó tan liado como Nadal con el juego tan desconcertante e imprevisible del ruso. Medvedev se convertía en el nuevo maestro como colofón a la temporada más extraña.
Mejor tenista masculino 2020
- Novak Djokovic (46%, 6 Votes)
- Rafa Nadal (46%, 6 Votes)
- Dominic Thiem (8%, 1 Votes)
- Daniil Medvedev (0%, 0 Votes)
Total Voters: 13
Mejor tenista femenina 2020
- Naomi Osaka (45%, 5 Votes)
- Sofia Kenin (36%, 4 Votes)
- Iga Swiatek (18%, 2 Votes)
Total Voters: 11
Leave a Reply
Be the First to Comment!
You must be logged in to post a comment.
You must be logged in to post a comment.