La enorme agitación que ha supuesto el año 2020 tuvo su su mayor sobresalto en el mundo del fútbol el 25 de noviembre. Avanzada la tarde en España, se gestaba la noticia que sacudiría cada estamento de este deporte, al que tan unido estuvo el personaje que acaparaba nuevamente la portada de los medios y la cabecera de cada informativo. Diego Armando Maradona ha muerto. Un titular simple, pero de impacto incalculable entre aficionados, jugadores, entrenadores, dirigentes… Su estado de salud precario, castigado por sus innumerables adicciones durante décadas, no resistió los efectos de una intervención quirúrgica practicada días atrás. A los 60 años, había llegado a su fin la vida de uno de los cuatro grandes en el imaginario clásico, antes del comienzo de la pugna entre Messi y Cristiano Ronaldo que sigue alimentando el fútbol contemporáneo. Seguramente, el jugador que marcó la infancia de varias generaciones de aficionados actuales, entregadas a la magia de un futbolista único y guiado por sus excesos, tanto en el césped como alejado de los terrenos de juego. Nos dejaba el autor de la mano de Dios y del mejor gol de todos los tiempos, el rey de Nápoles y líder de la Argentina campeona del mundo en 1986, la figura divina en el estadio y ángel caído en su tormentosa vida. Se fue de igual manera que vivió, entre el ruido y tumulto de su interminable legión de admiradores y devotos, que cerca estuvieron de poner Buenos Aires del revés en su velatorio y cortejo fúnebre. La imagen de una Argentina desestructurada, sumida en su propia desdicha, y que había perdido a su icono más popular.
El fallecimiento de Maradona fue la pérdida más sentida de un año trágico que tuvo su parte aciaga para el fútbol. Nombres célebres para el aficionado español como Michael Robinson, Radomir Antic, Lorenzo Sanz, Goyo Benito o Joaquín Peiró, entre otros, nos dejaron para siempre, ya fuera por la pandemia o por afecciones. Un triste recuento en un año que cambió para siempre a partir de marzo. Hasta la explosión del maldito coronavirus, ya habían acontecido hechos reseñables. En enero, se disputó en Arabia Saudí el novedoso formato de la Supercopa que tanto dio que hablar para regocijo de Rubiales, que había logrado su objetivo de sacar de la clandestinidad veraniega a un torneo que no pasaba de un simple trofeo de pretemporada. El sorteo, que emparejó a Real Madrid con el Valencia y Barça con Atlético de Madrid, preparaba el escenario para un Clásico en la final, el partido mediático por el que ansiaban en tierras árabes. El Madrid cumplió su parte, ejecutando a la perfección el plan de Zidane, que llenó el equipo de centrocampistas para superar con solvencia por 3-1 a un Valencia melancólico y decadente. Sin embargo, su némesis azulgrana cayó, curiosamente, en un encuentro en el que desarrolló un muy buen nivel de juego, de los mejores partidos de la temporada con Valverde en el banquillo. Oblak, de nuevo providencia, mantuvo con vida a los rojiblancos hasta los minutos finales, cuando el guion giró de la forma más imprevista. Dos desajustes defensivos acabaron en sendos goles que le darían la victoria al Atleti por 2-3. Una derrota que provocó un sismo en el club y supuso el cese del cuestionado Valverde, pese a que el Barça lideraba la Liga y la Supercopa fuera un torneo de entidad menor. Finalmente, un derbi madrileño decidiría el título. No fue un partido como para captar aficionados. Espeso, sin apenas ocasiones, abocado a una prórroga que deparó la imagen del encuentro. A cinco minutos del final, Morata ganó la espalda a la defensa madridista, pero su avance fue detenido al borde del área por una dura entrada por detrás de Fede Valverde cuando el delantero encaraba a Courtois. El uruguayo fue expulsado, pero salvó al equipo blanco, como el soldado que se arrojaba sobre una mina a punto de explotar. La final se decidiría en los penaltis y, como en Milán cuatro años antes, la fortuna le fue esquiva al Atlético. Los errores de Saúl y Thomas entregaron el título al Real Madrid, el primero de Zidane en su segunda etapa en el banquillo.
Reanudada la Liga, el Barça se puso en manos de Quique Setién, un entrenador del agrado de los más puristas en el club por su gusto por el toque y la elaboración. Sin embargo, quedó de manifiesto que los problemas no se reducían al inquilino del banquillo. Tanto Barça como Real Madrid evidenciaron que su etapa más brillante de la pasada década había quedado atrás, lo que no era impedimento para que los dos fueran los únicos candidatos al título liguero por falta de oponentes cualificados. Ambos dirimían un duelo cerrado, más por la falta de regularidad que su desempeño. El Madrid alcanzó el liderato tras imponerse 2-0 en el Clásico del Bernabeu el 1 de marzo, pero lo cedió una semana después en una partido nefasto en el Benito Villamarín, tanto por actitud como aptitud. El retorno de la Champions dejó patentes las limitaciones de los dos equipos. Los madridistas quedaron con un pie fuera tras caer 1-2 contra el Manchester City, donde resultó doloroso para los aficionados del equipo blanco comprobar la diferencia de potencial respecto a un auténtico aspirante al trono europeo. El Barça traía un empate a uno de Nápoles en otro partido detestable, pero debía afrontar la vuelta en cuadro ya que sólo disponía de 13 jugadores del primer equipo. Ya estaba fuera de combate el Valencia, arrollado en los dos partidos por el Atalanta, equipo osado hasta rayar la imprudencia, aunque el mayor problema vino de vuelta en el viaje desde Milán, como no se tardaría en comprobar tristemente. La felicidad sólo tenía espacio en el Atlético, que había eliminado al temible Liverpool contra todo pronóstico. Una victoria tan sorprendente como afortunada, que ningún espectador podía imaginar ante la avalancha de ocasiones del conjunto de Klopp durante los 90 minutos. Parecía imposible que el partido llegara a la prórroga, como así sucedió. Era inconcebible que se levantara el Atleti tras el gol de Firmino que suponía el 2-0. Inimaginable ante la aplastante superioridad del Liverpool sobre un rival que no había generado ninguna ocasión, pero los designios del fútbol son insoldables. Dos goles convirtieron a Marcos Llorente en el héroe inesperado en Anfield. Nadie conocía la facilidad para el remate del centrocampista, que aprovechó la torpeza de Adrián bajo palos para encaminar a los colchoneros hacia cuartos de final. Un postrero gol de Morata cerró un triunfo asombroso, inverosímil, inexplicable. El gran favorito quedaba fuera de combate sin que encontrara un argumento para asumirlo. El punto y aparte anterior a la aparición del mal que nos negábamos a aceptar como real.
La expansión incontrolable de la pandemia supuso la paralización de toda actividad en el mundo del fútbol. Cierre a todas las competiciones, aplazadas hasta que remitiera el primer aciago golpe de la terrible enfermedad. El tiempo perdido obligó a todos los estamentos a replanificar la temporada. La Eurocopa, que debía comenzar en junio, quedó aplazada al año 2021, con la esperanza de encontrar una situación más favorable y despejar el calendario para la disputa de lo que restaba en las competiciones europeas. Por su parte, la FEF dejó en suspenso la final de Copa del Rey debido a que Athletic y Real Sociedad rechazaron disputarla sin sus aficionados presentes en las gradas del estadio de La Cartuja. La incertidumbre sobre el final de la temporada permaneció en los meses de marzo y abril, hasta que la primera ola de COVID-19 fue remitiendo. El control temporal sobre la pandemia abrió las puertas al retorno de la competición, a puerta cerrada y entre estrictas medidas de control sanitario. La Bundesliga recuperó la actividad a mitad de mayo, convirtiéndose en la primera Liga europea en la que volvía a rodar el balón. En Italia e Inglaterra ocurriría lo propio a final de mes, mientras había que esperar a que avanzara junio para que la Liga española iniciara su tramo final, con partidos cada día de la semana para acabar lo antes posible.
El derbi sevillano fue el partido inaugural del fútbol en tiempos de pandemia en España. Restaban once jornadas en un sprint final que tuvo un claro dominador: el Real Madrid. Zidane encontró la clave del éxito en la fórmula italiana: solidez defensiva, trabajo, líneas juntas, pocas concesiones al rival y espera paciente a que llegara la ocasión de marcar. El equipo blanco no deparó excesivos momentos de brillantez, pero consiguió la solidez necesaria para desbancar a un Barça en plena descomposición; sin brío, sin juego, sin alma. Al avance imparable del Madrid se unió un viejo compañero que le suele acompañar cuando navega por aguas tranquilas: la polémica. El VAR, ese elemento tecnológico que fue acogido por el antimadridismo como la herramienta que acabaría con cualquier posibilidad de éxito del equipo blanco, se transformó en el foco de la nueva teoría de la conspiración en cada arbitraje. De repente, pasó de garante de la justicia al nuevo ingenio del mal, manipulado al servicio del Real Madrid. El histrionismo llegó a tal extremo que incluso se echó en cara a los colegiados aciertos claros siempre que cayeran del lado del equipo blanco. Bartomeu, en una estrategia desesperada por cambiar un desenlace casi irreversible, calificó en rueda de prensa al VAR como un recurso que favorecía claramente a otro equipo, por todos conocido sin nombrarlo. Sólo consiguió causar indignación en el colectivo arbitral y que la FEF acordara la siguiente temporada severas sanciones para cualquier rajada sobre la actuación de los árbitros, como ya sucedía en competiciones europeas. Nada alteró el rumbo establecido, la marcha imparable del Madrid hacía su 34ª Liga, sellada con un 2-1 sobre el Villarreal a una jornada del final. Zidane lo había conseguido, el equipo blanco recuperaba la hegemonía del fútbol español un año después de su regreso.
Acabadas las Ligas europeas, las competiciones continentales recuperaron su actividad en agosto. La UEFA decidió que los títulos se decidirían en finales a ocho, aunque primero se debía disputar los partidos pendientes de la vuelta de octavos de final de Champions. Suerte dispar para los equipos españoles que aún debían finalizar la eliminatoria. El Madrid cerró su temporada cayendo de nuevo 2-1 ante el Manchester City en otra prueba de inferioridad, aunque el encuentro quedará en el recuerdo por los dos errores groseros de Varane en defensa. El Barça sólo necesitó una primera parte a buen nivel de Messi para superar por 3-1 al Nápoles, pero la imagen que dio en la segunda mitad, en la que ni siquiera tiró a puerta, no resultaba tranquilizadora pensando en los cuartos de final. Pese a todo, estaría presente junto al Atlético en la final a ocho que se disputaría en Lisboa. A los rojiblancos se les presentaba una bonita oportunidad, pues no caía derrotado desde febrero y estaba en la parte suave del cuadro. Su rival en cuartos, el RB Leipzig, no era un rival intimidante y había perdido a su gran figura, el punta Timo Werner. Un contrincante a su alcance, curiosamente de los que más problemas le causan al Atlético. La historia se repitió tristemente. La falta de juego convirtió a los rojiblancos en un equipo plano, sin argumentos para derribar el planteamiento de Naggelsman, el señalado como el entrenador del futuro en el fútbol mundial. Un gol de Dani Olmo, un expatriado que tuvo que emigrar a Croacia para hacerse un nombre, adelantó al conjunto alemán al inicio de la segunda mitad. No hubo reacción hasta la entrada de Joao Félix. que aportó la verticalidad que le había faltado al Atleti. De sus botas llegó el empate, pero cuando más cómodo se sentían los de Simeone, llegó un ataque vertiginoso, con el sello del nuevo fútbol germano, que finalizó Adams para anotar el 1-2 definitivo a tres minutos del final. El Atleti se marchó de Lisboa por la puerta de atrás, con un sentimiento de decepción tras caer con un rival asequible. Otro golpe de una competición que le resulta esquiva.
Al día siguiente, el Barça se veía las caras con el Bayern, un equipo convertido en un ogro terrible que devoraba rivales desde la llegada de Flick, el interino que había revitalizado al equipo bávaro hasta convertirlo en el máximo favorito al título. Nunca olvidarán en Barcelona aquel 14 de agosto de 2020. Ni tres minutos tardó Muller en abrir el marcador ante la pasividad de la zaga azulgrana. No se podía iniciar peor la tarde, aunque una pifia de Alaba llevó al austriaco a introducir el balón en su propia portería. Un regalo que enderezó un mal comienzo, una ayuda que le permitió al Barça manejarse con comodidad en un partido con muchos espacios. Incluso estrelló un balón en el poste con 1-1, pero el planteamiento aparentemente suicida del Bayern era solo una pose. Flick era consciente que el Barça no aguantaría mucho un ritmo intenso de intercambio de golpes, no tenía condición física para aguantar demasiados minutos a esa velocidad. Sólo le llevó veinte minutos comprobar que estaba en lo cierto. Los jugadores del Bayern encontró huecos por todas partes en una defensa timorata y transparente que se derrumbó ante la verticalidad arrolladora de un rival frenético que llegaba en oleadas. A la media hora, el marcador señalaba un 4-1 que era el fiel reflejo de la superioridad abrumador del conjunto muniqués. Por momentos, el partido recordaba a la célebre humillación de Alemania a Brasil en Maracaná en el Mundial de 2014. El Barça era un rival roto, que habría arrojado la toalla de inmediato si hubiese podido. Ni siquiera el gol de Luis Suárez, ya en la segunda mitad, supuso un revulsivo para un equipo sin fuerzas ni moral. La jugada del 5-2 dejó en evidencia toda la diferencia existente sobre el césped. Davies dejó en ridículo a Semedo en la banda izquierda, recorrió la línea de fondo y dejó en bandeja el balón para que Kimmich lo alojara en la red. Fue el golpe de gracia para el Barça, entregado a un rival dispuesto a hacer toda la sangre posible. La sensación era que el Bayern podía marcar los goles que se le antojara, máxime cuando Setién debilitó el centro del campo con decisiones tan irreflexivas como absurdas. El escarnio llegó a su máxima cota con los dos goles de Coutinho, cedido por el Barça y que contribuyó a agravar la herida.
8-2, un marcador que entra en un lugar destacado de la historia negra del barcelonismo. No es una derrota, no es el fin de una etapa, es la destrucción completa de un proyecto agotado. Un cataclismo que sacudió todo el entorno azulgrana hasta sus cimientos. Setién, sentenciado desde hacía semanas, fue el primero en caer, pero los dedos acusadores señalaban en todas las direcciones. Se reclamaba en la plantilla una revolución total, las cabezas de buena parte de la columna vertebral tras pasar por la guillotina de la hinchada cual Revolución Francesa, pese a que las cuentas del Barça no podían soportar una reforma profunda del plantel. Bartomeu, cuestionado ya hace tiempo, era consciente de que su tiempo en la poltrona tenía los días contados. Sin embargo, nada trastocó tanto como el burofax enviado por Messi solicitando la rescisión de su contrato. El símbolo de la etapa más laureada del club azulgrana deseaba tomar la puerta de salida, harto de sus disputas con la directiva y la mediocridad generalizada en la que estaba envuelto el club. Sin embargo, la firme postura de solicitud del pago íntegro de la cláusula de rescisión dejó sin salidas a Messi, que dio marcha atrás en su decisión con el fin de no entrar en un proceso judicial largo y penoso sin garantías de éxito. El astro agotará su contrato con el equipo azulgrana, pero el desgaste sufrido se une al ambiente crispado que no desapareció con la dimisión de Bartomeu y la convocatoria de elecciones.
Fuente: altagracianoticias.com
Pero volvamos al terreno de juego, a las semifinales de la Champions League. Ni equipos ingleses, españoles ni italianos. De un doble duelo franco-alemán saldrían los participantes en la final en el estadio Da Luz. Dos equipos de una liga infravalorada y otros dos de una de segunda fila, un sopapo al orgullo de los campeonatos más importantes del fútbol europeo. Los pronósticos se cumplieron a rajatabla. El PSG se impuso por 3-0 al RB Leipzig, mismo marcador que consiguió un Bayern a medio gas contra el Olympique Lyon, verdugo de un Manchester City que firmó un nuevo fiasco en la máxima competición continental. Se oponían dos modelos antagónicos por el dominio de Europa. La tradición del fútbol de toda la vida del Bayern y la exuberancia económica del equipo-estado que representa el Paris Saint Germain. Un reto para el equipo bávaro, que no jugó con comodidad la primera mitad. De hecho, el conjunto parisino gozó de las mejores ocasiones hasta el descanso, pero Mbappé pecó de falta de efectividad en el día indicado para las grandes estrellas. El Bayern no es un equipo que devuelva favores semejantes. Un centro desde la banda derecha, fue cabeceado por Coman, un fantástico jugador perseguido por las lesiones, para marcar el gol que devolvería al Bayern a lo más alto, para situarle como el equipo de referencia en Europa y del nuevo fútbol. Su triunfo supone un cambio de paradigma en el estilo de juego predominante. El vigor físico, la movilidad, la verticalidad y los ataques finalizados en pocos pases precisos son las características del nuevo orden europeo impulsado por la Bundesliga con el triunfo del ideario de entrenadores como Klopp, Flick, Tuchel o Naggelsman por el Viejo Continente. La germanización ha llegado al fútbol europeo.
Sin embargo, no todas las competiciones europeas fueron motivo de frustración para los equipos españoles. El Sevilla mantiene su embrujo con la Europa League, su torneo fetiche y que mayor gloria le ha dado. La final a ocho celebrada en Colonia supuso otro motivo para el éxtasis del sevillismo. En cuartos de final, pese al susto inicial de un penalti que detuvo Bono, fue superior al Wolverhampton aunque el 1-0 fuera un margen demasiado corto para lo visto en el césped. A partir de entonces, el camino le deparaba rivales de nombre ilustre venidos a menos. El Manchester United aparecía en semifinales y golpeó pronto con un gol tempranero de Bruno Fernandes, pero al Sevilla nunca le faltó fortaleza mental para superar las dificultades. Suso igualó mediado el primer tiempo y el discutido De Jong abrió las puertas de la final con un cabezazo a diez minutos de la conclusión. Sólo el Inter le separaba de su sexto entorchado en esta competición. El equipo entrenado por Conte, rebotado de la Champions, había pasado rondas con autoridad y se presentaba como favorito en la final. El Sevilla volvió un gol demasiado pronto, tras un penalti cometido por Diego Carlos y transformado por Lukaku. Sin embargo, la reacción hispalense volvió a ser ejemplar. Un doblete de De Jong, una pesadilla en el juego aéreo, puso en ventaja al Sevilla, aunque dos minutos después Godín restableció la igualada con un remate de cabeza. Mientras Bono resistía bajo palos las embestidas del Inter, los hombres de Lopetegui no perdían la cara al encuentro, aguardando la oportunidad que siempre aparecía en la recta final. De nuevo, el Sevilla golpeó en el momento justo para tumbar a su rival. Una chilena de Diego Carlos fue desviada por Lukaku hacia su portería y significó el 3-2 definitivo que le daba un nuevo título de la Europa League al Sevilla y una satisfacción para Lopetegui que le resarce de la amargura de su final en la selección y su paso infructuoso por el Real Madrid. Posiblemente, junto al Atlético, el Sevilla es el mejor representante de la esencia del nuevo fútbol en España. Lo demostró en la Supercopa de Europa contra el Bayern, en un partido disputado con público en Budapest, plantando cara al dominador del fútbol continental. Incluso, dispuso de un mano a mano de En-Nesyri en el último minuto para alzarse con el triunfo, pero fue finalmente el Bayern quien se impuso 2-1 en la prórroga con un gol de Javi Martínez que redondea el año perfecto del conjunto germano.
No pudo celebrarse la Eurocopa, pero Luis Enrique comenzó su segunda etapa como seleccionador en la Liga de Naciones, la nueva competición que aún busca su sitio en el interés de los aficionados. De nuevo, encargado de la difícil tarea de recuperar la identidad, sin un portero fijo de garantías, sin un once reconocible entre las numerosas pruebas realizadas, con la sospecha permanente de falta de eficacia de los delanteros mientras sigue vigente la añoranza de los años dorados. La endeblez fuera de casa y los problemas con el gol complicaron en buena manera el objetivo del primer puesto del grupo, que se jugó en el último partido en casa contra Alemania. Una victoria que se antojaba quimérica se convirtió en el mejor recital ofrecido por la selección española desde el final de su etapa triunfal. Un vendaval de juego ofensivo que se llevó por delante a la selección alemana con un histórico 6-0 en La Cartuja que levantó ampollas en tierras germanas. Un triunfo memorable que clasificó a España para la Final Four que se disputará en Italia junto a los anfitriones, Francia y Bélgica. Una oportunidad de estrenar su palmarés en esta competición y devolver a la selección española al primer plano internacional antes de la disputa de la Eurocopa.
El fútbol femenino también sufrió los rigores causados por la pandemia. En este caso, no se reanudó la competición y se proclamó campeón de Liga al Barça. No se discutió la decisión, la diferencia en la clasificación era muy holgada y aún más abultada la de nivel con el resto de competidores, como dejó de manifiesto en la final de la Supercopa, en la que se impuso a la Real Sociedad con un impactante 10-1. Salvo el Atlético, ningún equipo puede hacerle ni cosquillas en España. Sin embargo, la UEFA sí decidió finalizar sobre el terreno de juego la Champions femenina con una fórmula similar a la competición masculina. La final a ocho se disputó en Bilbao y San Sebastián, por lo que se disputaría por primera vez una final femenina continental en España. Al igual que ocurrió con los hombres, Atlético y Barça estuvieron presentes en la fase final, aunque ambos quedaron emparejados en el mismo cruce de cuartos de final. Le costó a las azulgranas superar el entramado defensivo de un Atleti encerrado atrás, pero un gol de Hamraoui a diez minutos del final clasificó a las jugadoras de Lluis Cortés a semifinales, donde le esperaba el Wolfsburgo. Ante uno de los grandes del fútbol europeo, al Barça le abandonó la pegada que siempre le acompaña en la Liga española. Un balón suelto en el área que aprovechó Rolfö en la segunda mitad tumbó a las azulgranas, que tuvieron ocasiones muy claras para igualar, pero que marraron de forma incomprensible. Pese a que es un equipo de alto nivel competitivo en Europa, al Barça aún le falta un paso más para superar a los tradicionales dominadores del fútbol europeo. Como lo es el Olympique Lyon, el gran tirano del fútbol femenino y que logró su quinto título consecutivo tras batir 3-1 en la final al verdugo de las azulgranas. Todavía tiene que avanzar más pese a contar con la base de la selección española y un buen plantel de jugadoras extranjeras que le permiten dominar con puño de hierro la Liga española, donde no está en discusión si gana sus partidos sino por cuánto lo hace. No tiene rival en la actualidad, aunque la entrada definitiva del Real Madrid en el fútbol femenino, ya situado en los puestos altos de la clasificación, puede trasladar la eterna rivalidad de ambos a medio plazo.
Mejor equipo Fútbol 2020
- Bayern (54%, 7 Votes)
- Olympique Lyon femenino (38%, 5 Votes)
- Liverpool (8%, 1 Votes)
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