Hola, amigos:
Encaminamos los pasos hacia la parte más sórdida de Greatmike y la razón por la que mis entradas se publican bajo el epígrafe “Las cosas de Mike”. Dedicado a mi amigo Javi, testigo directo de un momento imborrable.
Y gracias por anticipado a Flagrant porque de nuevo hará una edición impecable, de la que debería sentirse orgulloso.
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Nos fuimos a pasar unos días a Aguadulce, en Almería. A la inflatable slide vuelta decidimos parar en Granada, almorzar allí y luego volver a Sevilla. Y fue después de comer cuando comenzó todo.
Justo en la salida de la circunvalación encontramos una retención, nos paramos y por detrás nos embistió con todas sus ganas un Peugeot 406. Por fortuna salimos ilesos, pero el coche se quedó arrugado como el acordeón de María Jesús y sus pajaritos. El seguro se portó estupendamente y nos proporcionó una grúa para que dejase los restos de mi Citröen AX en un taller, un taxi para que nos llevase a la estación de tren y dos billetes Granada-Sevilla. Al llegar a la terminal nos dispusimos a esperar con paciencia la llegada del “ferrocarril”, como decía mi abuela.
Hasta ese momento me había mantenido sereno, pero mientras esperábamos la llegada del regional-expreso se fue diluyendo la adrenalina, permitiendo que saliera a la luz la parte de mi personalidad mas tierna y sensible, la que está conectada con el vientre.
Que me comían los nervios y me hacía caquita, vaya.
Contemplando con aprensión los asientos descascarillados, una farola rota y oxidada y dos enormes socavones en el andén, no quise ni pensar en el estado en que se encontraría el baño, así que apreté el culo y me dije que de ahí no salía nadie.
Entonces comenzó una dura pugna entre la caquita y yo. Ella clamaba por su libertad. Yo, cual dictador fascista de pro, se la negaba. Y pasó como cada vez que el pueblo se enfrenta con el sistema: que acaba ganando el pueblo, así que ganó la caquita.
Tuve que salir disparado hacia el baño, que estaba a medio kilómetro de mi posición, o eso me parecía a mi. Y cuando llegué me encontré la agradable sorpresa de que había que echar una monedita para entrar, moneda que no tenía, claro, ya que solo disponía de billetes.
Miré a mi alrededor y encontré un quiosco de prensa… en la otra punta del andén. Vuelta a correr, pasando por delante de mi amigo. Compré una revista y regresé raudo y veloz porque la tortuguita asomaba con intención de conocer el mundo.
Intención que se tuvo que guardar porque las monedas no servían. Vuelta al quiosco a toda velocidad y vuelta al baño, pasando otra vez junto a Javi, que a estas alturas me miraba con expectación. Por fin pude entrar, y la tortuguita asomó su cabeza de nuevo.
Y lo hizo para contemplar una maravilla digna del siglo XIX: era un sanitario de esos que parecen una placa de ducha, con un agujero redondo en el medio y la huella de dos zapatos en relieve, claramente diseñado para que se haga de pie aquello que se tenga intención de hacer.
Una mosca grande como una almendra sobrevolaba el boquete con parsimonia y al instante comprendí que allí…así…no se podía.
Yo…no podía.
Que no podía, coño.
Hasta la tortuguita lo comprendió, de tal forma que volvió para dentro sin discutir ni siquiera un poquito.
Volví al banco con el culo mas apretado que las tetas de una “cani”, andando como si tuviese las rodillas pegadas con super-glue, sudando por las carreras y con escalofríos por la pelea que sostenía con mi cuerpo. Y todavía tenía que hacer frente a dos cosas. Por un lado esperar la llegada del tren para poner la caquita. Por otro contestar a una pregunta de Javi, cargada de lógica pero no por ello menos tocapelotas:
¿Por qué no me has pedido la moneda a mi? Estaba a mitad de camino y te hubieras ahorrado al menos uno de los paseitos.
Cómo lo odiaba en ese momento.
Por fin llegó el tren. Parafraseando a mi amiga Lola, en cero-coma, tal y como, estaba plantado delante del baño del vagón, solo para comprobar que la puerta estaba cerrada por fuera con llave.
Claro – dijo Javi – en estos trenes antiguos el desagüe va directamente a la vía. No creo que el revisor abra hasta que no salgamos de la estación.
Así que vuelta a los sudores, al baile nervioso, al porfavor-porfavor-porfavor que venga ya el puñetero revisor.
Revisor que apareció justo cuando pronunciaba la palabra “puñetero” seguida de su cargo, lo que contribuyó a que el proceso de comprobar mi billete y abrir la puerta del baño se prolongase interminablemente, para desgracia mía y placer suyo.
Cuando por fin conseguí entrar, dos lágrimas de alegría recorrieron mis sudorosas mejillas.
Nunca, jamás, un baño me pareció inflatable water slide tan hermoso. Nunca, jamás, un sanitario gozó de una veneración tan sincera. Nunca, jamás, una caquita irrumpió en el mundo con tanta vehemencia aunque, justo en el instante que lo hizo, el tren comenzó a traquetear de derecha a izquierda…afectando a mi puntería porque estaba en cuclillas, intentando no tocar con mi delicado trasero el borde de la taza. Nunca, jamás, gastó nadie tanto papel higiénico intentando limpiar lo inlimpiable.
Pero yo era inmensamente feliz cuando me acomodé junto a Javi.
Lo seguía siendo cuando el pobre tuvo que ir al baño porque se había mareado.
Y lo seguía siendo mientras escuchaba sus palabras al entrar en el retrete:
¡¡¡¡¡HIJO DE LA GRAN PUTA!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡QUE ASCO!!!!!!!
Pero yo no podía evitar ser inmensamente feliz.
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11 Comments on "TODO ES POSIBLE EN GRANADA"
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Me he reído mucho, greatmike, es tan divertido de leer como jodidillo de pasar. Me alegro de que la peli tuviese un final feliz.
Muy bueno, de verdad.
Saludetes