Portada
Una página especial de la mitología del rock and roll está reservada a sus mártires, estrellas (cierto, algunas no tanto) de vida difícil y problemática que después de unos pocos años vertiginosos y conflictivos desaparecen de forma trágica tras sucumbir a peligros mil veces anunciados. La mayoría responden a la romántica y famosa frase “vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver”, que no por conocida deja de tener un sentido siniestro. En el sancta santorum rockero destacan las figuras de los años 60-70, Brian Jones, Janis Joplin, Jim Morrison o Jimmi Hendrix, junto a otras luminarias menores como Tim Buckley, Dennis Wilson, Gram Parsons, Nick Drake, Phil Ochs y tantos otros, pero, como sabemos, alcanza hasta la actualidad, con personalidades tan destacadas como Sid Vicius, Kurt Cobain o Amy Winehouse por poner ejemplos muy conocidos. La lista es, por desgracia, numerosa, y en casi todos los casos suelen confluir distintos factores que, mezclados o no, forman un “cóctel” letal: fama rápida mal asumida, traumas personales-familiares, falta del reconocimiento esperado…todo ello aderezado por la imprescindible y negativa carga de adicciones (alcohólicas, psicotrópicas, alucinógenas…), consumidas para soportar la presión pero que acaban por ser los detonantes de problemas mayores y con frecuencia, fatales. Dentro de este santoral rockero hay un pequeño grupo de artistas que además tuvieron una muerte absurda o poco aclarada que de alguna manera convierten su misterio en un acertijo mayor. Este artículo está dedicado a dos de los más brillantes músicos de los años 90 que acabaron sus vidas de forma, como poco, extraña.
Elliott Smith nació en 1.969 en Omaha (Nebraska), pero desde la niñez, debido a la separación de sus padres, vivió en Texas hasta que harto de su padrastro emigró a Portland (Oregón) en donde su padre biológico trabajaba como psiquiatra. Joven de sensibilidad enfermiza se reveló como un brillante alumno que finalizó sus estudios de Filosofía en una Universidad del Este. Fascinado por la música desde que siendo un crío su padre le regalara una guitarra fue en la Universidad en donde formó con compañeros de clase un grupo, Heatmiser. Heatmiser llegaría a publicar tres discos sin especial relevancia, a la vez que Elliot probaba suerte en solitario, influenciado por el folk de los 70 pero también por el pop brillante de los Beatles o Big Star. Descubierto por un sello muy minoritario, Cavity Searchs, graba su primer disco, Roman Candle, en 1994. Sus canciones, en una onda intimista, austeras musicalmente, cantadas con una frágil voz merecen un sorprendente buen recibimiento (estamos en pleno auge del grunge) y Smith pasa a una discográfica mayor, Domino Records, con la que edita, en 1.995, su segundo trabajo, Elliot Smith, de temática y musicalidad parecida al anterior.
En su vida personal no todo marcha igual de bien. Enganchado desde muy joven a drogas de todo tipo (al alcance, en parte, por el trabajo paterno), la adicción empieza a pasarle factura y a la vez su creciente reconocimiento como cantautor le obliga a dejar el grupo en el que estaba. Smith hace giras por pequeños locales de EE.UU. y es entonces cuando el cineasta Gus Van Sant lo encuentra y le propone participar en la banda sonora de su película El Indomable Will Hunting, con un par de canciones del disco que está grabando más una nueva. Este tema encargado, “Miss Misery”, resulta ser, al igual que la película, un pequeño éxito y Elliott es nominado al Oscar a la mejor canción de 1.997. Aun se puede ver el vídeo de su actuación en la gala de los Premios de la Academia, vestido de blanco y delante de un piano, casi empequeñecido por un escenario grandilocuente ante un público que le escucha sin demasiado interés. No gana (el premio se lo llevó Celine Dion por su famosa balada de Titanic) pero se da a conocer y eso repercute favorablemente en la difusión de su tercer disco, Either/Or.
Elliot Smith – Rose Parade
Either/or (título basado en una frase de Kierkegaard) es posiblemente la obra maestra de nuestro artista. Smith deja en parte la austeridad de sus primeros trabajos, cercanos al Nick Drake de Pink Moon y se abre a nuevas sonoridades, en especial sus amados Beatles (sobre todo George Harrison) como puede notarse en temas como “Punch and Judy” o Big Star en “Rose Parade”. Su voz delicada, a veces susurrante se dobla en ocasiones (“Alameda”) para conseguir un mayor realce; algunas canciones, la preciosa “Say yes” por ejemplo, parecen muy sencillas, delicadas como canciones infantiles, pero esconden textos y mensajes nada complacientes, oscuros y a veces dramáticos, como ocurre con la estremecedora “Between the bars”, una sobrecogedora confesión sobre la adicción al alcohol .
En los años siguientes Elliott Smith sigue la senda iniciada por Either/Or con dos discos espléndidos, XO (1.998) y Figure 8 (2.000). Su música se amplía más, incorpora nuevos sonidos y texturas, relegando el folk poco a poco a un segundo plano. Pero a la vez su sumisión a las drogas acaba por pasar factura y, finalmente, en 2002, entra en una clínica para una complicada rehabilitación. De regreso a su casa, pasa por frecuentes depresiones, quizás debido al síndrome de abstinencia, hasta que, tras un pelea con su novia, el 21 de octubre de 2003 Smith se clava una sierra casera en el pecho (o eso concluyó el atestado policial), falleciendo a los pocos minutos.
Tras su muerte se editó el disco póstumo que estaba grabando en el momento de su muerte, From a basement of the hill (2004) y se ha seguido editando material inédito hasta hace muy poco. Los homenajes se suceden, se han editado varias biografías y algún documental sobre su figura y, sobre todo, su influencia no deja de crecer, no hay más que escuchar a Sufjan Stevens o a muchos de los músicos del nuevo folk americano (Mark Kozelek, Mount Eerie, Julie Byrne y muchos más). Una personalidad con una hiper sensibilidad y emotividad a flor de piel que intenta sobrellevar refugiándose en paraísos artificiales; quizás una historia muchas veces repetida, pero no por ello menos triste y conmovedora.
Elliot Smith – Between tha Bars (subtitulada)
Contraportada
El relato comienza en abril de 1.991, cuando un grupo de amigos y antiguos admiradores del cantautor Tim Buckley (1.947-1.975) decide organizar un homenaje en su memoria. Cientos de personas acuden a la Iglesia de Saint Ann en Nueva York para escuchar parlamentos y actuaciones en homenaje al músico de Washington D.C. Casi al final del acto sube al escenario su hijo, Jeff, y tras una declaración breve canta, solo acompañado por una guitarra, “Once I was”, una emocionante canción del segundo disco de Buckley, Goodbye and Hello. El público queda impresionado, el hijo es un digno heredero de su padre. En realidad, Jeff Buckley ha escogido este tema como una pequeña venganza íntima ya que la canción habla del desamor y el olvido, el mismo que el hijo siente hacia un padre que abandonó a su madre y a su hijo recién nacido para buscar un éxito que finalmente no alcanzó.
Por entonces, Jeff Buckley (1.966) es un joven de 24 años, que ha terminado sus estudios musicales en Los Ángeles y ha emigrado a Nueva York para buscarse la vida en alguno de los muchos clubes y locales de la ciudad. Desde muy pronto impresiona por su magnífica voz, que al igual que la de Tim es capaz de pasar de graves a agudos con una facilidad pasmosa. Llama la atención de cazatalentos de varias compañías y ficha por Columbia con quien graba primero un EP en directo en su club habitual, el Sin-e de Greenwich Village y comienza a preparar el que será su primer álbum, Grace (1.994).
Jeff Buckey – Forget Her
Pocos discos de los últimos 30 años tienen tras de sí la carga emotiva y legendaria de Grace. Torrencial y excesivo (incluso en su duración, cerca de 60 minutos), parece como si el joven Buckley quisiera aprovechar esta oportunidad como si fuera la última exprimiendo al máximo su talento como artista. He de reconocer que tengo respecto al álbum sensaciones encontradas. No dudo sobre su calidad, al menos media docena de canciones son de un nivel altísimo (“Grace”, “So Real”, “Lover, You Should’ve Come Over”, “Forget Her”, las versiones de “Lilac Wine” de Nina Simone y “Hallelujah” de Leonard Cohen -que se ha convertido sin lugar a dudas en la versión canónica-), pero me cuesta escucharlo entero, quizás porque encuentro un punto de narcisismo algo irritante (lógico, se me rebatirá, es el primer disco de un artista prometedor) en las constantes demostraciones de su increíble capacidad vocal, como se constata en las tres versiones que hace; en su descarada facilidad para “tocar todos los palos”, del soul a la balada folk, del grunge al rock. Pero también es verdad que me convence la intención con la que está elaborado el álbum, pasando de lo intimo a lo “salvaje” y de lo clásico a lo innovador constantemente en una especie de montaña rusa que proporciona al disco un dramatismo indiscutible; me atrapan la intensidad de temas como “Grace” la delicadeza rockera de “Forget her”, la profunda adaptación de “Hallelujah” o, sobre todo, esa gran balada soul que es “Lover, You Should’ve Come Over”, todos, temas en lo que la voz está claramente al servicio de lo que se canta y no al revés. Quizás sea un disco más pensado -no en vano su temática gira en torno a la soledad- para tocar en pequeños locales que en grandes auditorios, una “excusa” para que Buckley pueda jugar a sus anchas en directo con las canciones.
Grace no vendió muchas copias, pero fue generando una corriente cada vez mayor de admiración y elogios: críticos que aclamaban al álbum como una obra maestra, reconocimiento de gente tan importante y variada como Bob Dylan, Thom Yorke o Jimmy Page...Por fortuna,Buckley no cayó en un autoengaño vanidoso y se dedicó durante dos años a actuar en pequeños clubes de todo el país y en locales europeos (a veces con seudónimo) hasta que en 1.997 decidió iniciar las grabaciones para su segundo disco, para lo que marchó a Memphis.
El 27 de mayo de aquel año, después de una tarde en el estudio de grabación, Buckley se dirigió con otro músico al río Wolff y mientras escuchaba a Led Zeppelin, sin que se sepa cómo ni porqué se adentró vestido en las aguas del río, al parecer algo turbulentas, y desapareció. No había tomado drogas ni alcohol, puede que una lancha que pasó le envolviera en un remolino, o que sufriera un ataque -padecía trastorno bipolar-, no se sabe bien. Lo único cierto es que su cuerpo fue encontrado río abajo unos días después. En un artista de aura romántica como él uno no puede dejar de pensar que quizás sabía lo que hacía cuando se introdujo en las aguas del río Wolff cantando “Whole lotta love” y dejando que la corriente se lo llevara.
Tras su muerte se han sucedido los homenajes y ediciones de discos: las últimas grabaciones en Memphis (Sketches my sweetheart the drunk, 1.998) álbumes en directo, antologías, grabaciones inmaduras, algunas bastante desordenadas (You an I, 2.016)… Da igual. Grace ya es por derecho propio un clásico del pop y decenas de músicos (de Rufus Wainwright a Adele) reconocen la influencia de Buckley en su obra. Pero queda también la desgraciada maldición de dos miembros de la misma familia -padre e hijo- de increíble talento que vieron truncado su futuro cuando más se podía esperar de ellos.
Jeff Buckey – Lover, you should’ve come over (subtitulada)
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