FÚTBOL Y MENORES: EL PARTIDO QUE GANÓ TODA COREA

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onceNada ha vuelto a ser normal en Corea desde que Japón invadiera la península allá por 1910 buscando un granero que alimentara su imparable crecimiento. Esclavizada primero por el invasor imperial, la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial no devolvió precisamente la tranquilidad al territorio coreano, que cayó presa del nuevo tipo de colonialismo ideado por las dos potencias vencedoras. Sesenta años después de un presunto armisticio que nunca se firmó, unos cuantos kilómetros de zona desmilitarizada rodean una línea que en el resto del planeta es sólo imaginaria pero que en la península de Corea separa algo más que dos países que siguen técnicamente en guerra: la zanja del paralelo 38 norte es tan profunda que, en realidad, separa dos mundos. Pero, pese a sus múltiples diferencias sociales, políticas, económicas y militares, la República Democrática Popular de Corea y la República de Corea son dos países hermanos que, tal vez por todas esas heridas abiertas a lo largo de la Historia, a veces hacen esfuerzos por reconciliarse.

A finales de los años ochenta, al calor de los Juegos Olímpicos de Seúl y, sobre todo, de las protestas sociales tras más de veinticinco años de sucesivas dictaduras, la democracia logró por fin florecer en la República de Corea. El presidente electo, Roh Tae-woo, puso en marcha la “Nordpolitik”, tendiendo la mano al hermano del norte (y al resto del bloque comunista) para tratar de normalizar las relaciones entre ambos países, y la pésima situación económica y humanitaria por la que atravesaba en aquel momento la República Democrática Popular de Corea hizo que Kim Il-Sung, el Gran Líder norcoreano, abriera ligeramente su férreo puño. El ejemplo de la reunificación alemana y los primeros síntomas del desmoronamiento soviético también ayudaron a que el proceso tuviera ciertos visos de futuro, y entre 1990 y 1991 se produjeron varios gestos de distensión y confianza mutua.

El deporte fue uno de los vehículos elegidos para mostrar al mundo la nueva relación de las dos Coreas. En noviembre de 1990 se disputó en Yakarta (Indonesia) la fase final del vigésimo sexto Campeonato Asiático Juvenil de fútbol para selecciones sub’19 y, curiosamente, los resultados de los diez días de competición acabaron definiendo una final entre Corea del Sur y Corea del Norte. Los surcoreanos ganaron en los penaltis después de un empate sin goles, pero lo sustancial para esta historia es que, al haber llegado a ese último partido, ambas selecciones se clasificaron para el Mundial sub’20 Portugal 1991. La República de Corea había disputado ya cuatro ediciones, con la cuarta plaza en México’83 como mayor logro; para la República Democrática Popular de Corea, que había renunciado a acudir al Mundial sub’20 de Japón 1979 por obvias cuestiones políticas, ésta sería su primera participación en un torneo de este nivel. Pero, en medio del proceso de acercamiento que protagonizaban ambos gobiernos, esa doble clasificación mundialista supuso una oportunidad inmejorable para estrechar lazos de hermandad.

Las conversaciones para competir en Portugal con un equipo unificado comenzaron poco después del torneo clasificatorio, e incluyeron la propuesta (finalmente desechada) de presentar también una candidatura conjunta para la organización del Mundial absoluto del año 2002. La FIFA, claro está, se mostró encantada, y a sus dirigentes les faltó tiempo para apuntarse el tanto político que supondría la participación conjunta de las dos Coreas en un evento futbolístico (de hecho, Joseph Blatter aún sigue recordándolo de vez en cuando como una de las grandes satisfacciones personales que le ha dado su trabajo). Eso sí: desde el máximo organismo rector del fútbol mundial pusieron el 28 de febrero de 1991 como fecha tope para comunicar la decisión definitiva, por aquello de organizar sorteos y demás intendencia de un campeonato que se jugaría en nuestro país vecino entre el 14 y el 30 de junio.

Las autoridades deportivas de las dos Coreas apuraron el plazo casi hasta el último día, pero acabaron comunicando a la FIFA la decisión definitiva: ambos países disputarían el Mundial sub’20 como uno solo (cosa que también harían en abril de ese mismo año en el Mundial de tenis de mesa de Japón, aunque eso apenas tuvo relevancia fuera de Asia). La Corea unificada competiría bajo la bandera Hanbandogi, un trapo de color blanco con la silueta de la península pintada en azul. Como efecto colateral, Siria, que había terminado tercera en el campeonato asiático juvenil, obtuvo la plaza mundialista que quedaba libre. Con las dieciséis selecciones participantes ya confirmadas, el 15 de marzo de 1991 se celebró en el Casino de Estoril el sorteo de la fase de grupos del Mundial sub’20, y Corea quedó encuadrada en el grupo A con Portugal, Irlanda y Argentina. Su debut, el 15 de junio, sería precisamente contra la albiceleste.

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La bandera Hanbandogi bajo la que compitió la selección unificada de Corea en el Mundial sub’20 de 1991

Quedaban tres meses para confeccionar un equipo que reuniera a las mejores promesas futbolísticas a ambos lados del paralelo 38, y no fue un proceso sencillo: una cosa era acordar esa participación conjunta y otra muy distinta organizarse para que la selección unificada hiciera un papel digno en un Mundial, sobre todo porque las condiciones del pacto y el hermetismo norcoreano (que apenas se relajó para la ocasión) no facilitaban las tareas puramente futbolísticas. Cada federación trabajó por su cuenta hasta un mes antes del Mundial sub’20, realizando sendas preselecciones de cerca de treinta jugadores cada una. A comienzos de mayo se produjo el primer corte, quedando dieciocho futbolistas en cada nación (teóricamente, los que hubieran disputado el Mundial de no haberse presentado el equipo conjunto); una semana después, cada seleccionador escogió a nueve de sus chavales para formar el combinado definitivo.

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Convocatoria definitiva de Corea para el Mundial sub’20 de 1991

Es difícil imaginar cómo vivieron los jugadores toda aquella situación: los recelos, las esperanzas, los sueños truncados de quienes quedaron fuera… En lo deportivo, apenas había tiempo para conjuntar a dos grupos de futbolistas que, además de no haber jugado nunca en el mismo bando, practicaban estilos muy distintos: más defensivo y directo los del norte, más asociativo y veloz los del sur. Los dieciocho elegidos entrenaron por fin juntos durante una única semana, del 14 al 16 de mayo en Pyongyang y del 18 al 20 en Seúl, antes de partir hacia Europa a comienzos de junio para ultimar su preparación. Todo estaba estudiado al milímetro para que la paridad no se rompiera en ningún momento, pero las lesiones no entienden de pasaportes y al final hubo que viajar a Portugal con diez futbolistas surcoreanos y ocho norcoreanos. El desequilibrio se corrigió en el banquillo: el primer entrenador sería el seleccionador de Corea del Norte, An Se-uk, con el surcoreano Nam Dae-sik como ayudante.

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El banquillo coreano durante uno de los partidos del Mundial de Portugal

A las siete de la tarde del 15 de junio de 1991, en un desangelado Estadio Da Luz, con apenas dos mil personas en sus gradas (hasta 127.000 se reunirían allí dos semanas después para la gran final), la enigmática Corea se medía a Argentina en el segundo partido del grupo A. Con jugadores como Mauricio Pochettino, Mauricio Pellegrino, Marcelo “Chelo” Delgado, Christian Bassedas o Juan Eduardo Esnáider (que había fichado un par de meses antes por el Real Madrid), la albiceleste parecía clara favorita: ya lo hubiera sido ante cualquiera de las dos Coreas por separado, así que lo era mucho más ante esa extraña y escasamente entrenada combinación de ambas. Pero, sorprendentemente, la selección unificada de Corea se mostró firme en su planteamiento y, a base de velocidad e intensidad en la presión, maniató a una Argentina sin ideas.

En su afán por montar un equipo paritario y lo más cohesionado posible, los entrenadores coreanos habían apostado por construir su alineación a base de pequeños bloques formados por grupos de jugadores de cada una de las dos naciones. Así, el portero y los tres centrales eran surcoreanos; los carrileros y el mediocentro, norcoreanos; mientras que dos parejas, una de cada país, formadas por un interior y un delantero intentaban asociarse en la parcela ofensiva. De esta manera, cada futbolista (seis del sur, cinco del norte) tenía siempre cerca a compañeros con los que había jugado antes, por lo que podían surgir con cierta frecuencia mecanismos ya trabajados antes de la unificación. Y el invento pareció funcionar. Contra una Argentina espesa, lenta y poco profunda, Corea pudo lograr varios goles en la primera parte, pero la falta de calidad de sus atacantes y los postes impidieron que se alterara el marcador. Tras el descanso, la albiceleste pareció desperezarse y controló mejor el partido, pero era incapaz de penetrar en la aguerrida defensa asiática y el empate a cero no parecía peligrar.

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Juan Eduardo Esnáider y el surcoreano Seo Dong-won

El duelo estaba ya muy próximo a su final cuando la selección coreana obtuvo una peligrosa falta cerca de la frontal del área argentina. El mundo entero (es un decir) contuvo la respiración, pero el lanzamiento se estrelló en la barrera y salió rechazado, lejos de la zona de peligro. Entonces, desde casi treinta metros, sorprendiendo a todos, el carrilero zurdo norcoreano Cho In-chol empalmó un impresionante derechazo que se clavó en la escuadra izquierda del portero Leonardo Díaz. Golazo. Habría empezado como un invento político, pero la efusiva celebración del gol demostró, por si quedaban dudas después de lo visto en los 88 minutos anteriores, que la unión entre las dos Coreas sí era un hecho en ese vestuario juvenil. A la desesperada, Argentina llegó a tener alguna ocasión para empatar, pero la historia ya estaba escrita. La selección unificada de Corea acababa de conseguir una victoria cuyo simbolismo iba mucho más allá de los dos puntos que subieron a su casillero.

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El autor del gol de la histórica victoria contra Argentina, el norcoreano Cho In-chol

Pero esa primera victoria también fue la última. Corea fue claramente de más a menos en el campeonato, dando la razón a quienes pensaron que el extraordinario éxito del primer día había sido poco más que un simple golpe de suerte obtenido, entre otras cosas, gracias a una motivación extraordinaria. En la segunda jornada empató 1-1 con Irlanda gracias a un gol, también en los instantes finales, del delantero norcoreano Choi Chol. En el tercer encuentro, una Portugal con muchos suplentes (no jugaron ni Figo, ni Rui Costa, ni Joao Pinto, las principales estrellas del equipo) no tuvo problemas para ganar por 1-0. En todo caso, los demás resultados del grupo favorecieron a Corea y los tres puntos sumados en las dos primeras jornadas bastaron para acceder a cuartos de final, algo que desde luego no entraba en ningún pronóstico, ni siquiera coreano.

Pero el rival en esa ronda fue Brasil, que contaba con Roberto Carlos, Élber o Andrei Frascarelli entre sus filas, y que se mostró muy superior física, técnica y tácticamente. La canarinha se adelantó pronto y pudo sentenciar; sin embargo, otra vez Choi Chol acertó con la meta contraria y estableció el 1-1 en el minuto 40. Pero la esperanza de una hipotética campanada de los coreanos se evaporó pronto: Élber anotó en la jugada siguiente y, nada más volver del descanso, Brasil marcó el tercero. Corea siguió intentándolo, pero los brasileños no dieron más opciones. El partido acabó con un contundente 5-1 que puso fin a la aventura deportiva unificada de Corea: las relaciones diplomáticas entre ambos países volvieron a enfriarse y, aunque sus deportistas desfilaron otra vez bajo el Hanbandogi en las inauguraciones de los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, Atenas 2004 y Turín 2006, nunca más han vuelto a competir unidas; de hecho, y sin salirnos de lo estrictamente deportivo, en estos veinte años largos abundan más los desencuentros y conflictos que los ejemplos de normalidad y acercamiento.

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Elber, luego figura del Bayern, marcó dos goles a Corea en los cuartos de final de Portugal’91

Curiosamente, y pese a que los tres goles que el combinado marcó en Portugal 1991 fueron anotados por jugadores norcoreanos, a efectos estadísticos la FIFA computa la participación en ese torneo a Corea del Sur, que desde entonces ha estado presente en casi todos los campeonatos mundiales juveniles disputados hasta hoy. Por contra, Corea del Norte no regresaría a un Mundial sub’20 hasta el año 2007. Ambas selecciones coincidieron tanto en esa edición como en la de 2011, las dos únicas que han jugado los norcoreanos (que, a diferencia de sus hermanos del sur, sí estarán en Nueva Zelanda 2015), pero nadie sugirió la posibilidad de repetir experiencia conjunta. El de Portugal 1991 fue un caso único, extraordinario, que el tiempo ha acabado dejando en una simple anécdota sin mayor trascendencia.

O quizás no.

Porque tal vez, y esto ya es cosecha mía, el principal efecto que esta historia produjo en el fútbol mundial tuviera más que ver con Argentina, la derrotada en aquella tarde lisboeta, que con cualquiera de las dos Coreas. Presionados por ese pésimo resultado y por el posterior empate de Corea ante Irlanda, que les obligaba a ganar a Portugal para no quedar eliminados, los jóvenes argentinos salieron demasiado revolucionados a su segundo encuentro. El partido, que acabó con un claro 3-0 para los lusos, fue una sucesión de entradas duras y gestos poco deportivos que se saldaron con tres argentinos expulsados: el último, ya en el último minuto y con todo resuelto, fue un Juan Eduardo Esnáider que, totalmente fuera de sí, intentó agredir al árbitro. La FIFA no se anduvo con chiquitas y sancionó al madridista con un año sin poder jugar partidos internacionales, ya fueran de club o de selección, pero también castigó a la AFA por el mal comportamiento de sus jugadores, técnicos y delegados: Argentina no podría participar en torneos de categoría sub’20 durante dos años.

Esto significó su exclusión automática del siguiente Mundial juvenil, el de Australia 1993, y quiero pensar que ayudó a que en 1994 los directivos de la federación argentina decidieran cambiar el sistema habitual de trabajo en las categorías inferiores. Desde que Menotti abandonara la dirección técnica de la albiceleste en 1982, la AFA había dejado que el seleccionador absoluto de turno pusiera a un hombre de su plena confianza al frente de los combinados juveniles: Bilardo colocó a su segundo, Carlos Óscar Pachamé (que fue subcampeón mundial sub’20 en 1983 pero que no volvió a clasificar a Argentina a un Mundial de la categoría hasta 1989), y Alfio Basile hizo lo propio con Reinaldo Carlos Merlo, el entrenador que en Portugal 1991 no sólo no supo mantener la calma entre sus chavales, sino que fue incapaz de reconocer su pésimo comportamiento.

Como digo, tal vez por esas malas experiencias, cuando Daniel Pasarella sustituyó al “Coco” Basile después del Mundial de Estados Unidos (y justo antes de que la sub’20 volviera a competir tras su sanción), la federación argentina inició un proceso de selección para encontrar a alguien que tuviera un proyecto claro y específico para las categorías inferiores, separado del de la absoluta. Así, la AFA acabó contratando a un semidesconocido José Néstor Pékerman, cuyo plan de trabajo para la detección, formación y promoción del talento llevaría a Argentina a ganar los campeonatos mundiales sub’20 de 1995, 1997, 2001, 2005 y 2007, los tres primeros con el propio Pékerman en el banquillo y los dos últimos con el que había sido su segundo, Hugo Tocalli. Puede que todo, quién sabe, empezara a gestarse con aquella inesperada derrota del 15 de junio de 1991, el día que Corea fue una.

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5 Comments on "FÚTBOL Y MENORES: EL PARTIDO QUE GANÓ TODA COREA"

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russkyi
10 years 8 days ago

Curiosa historia, no la conocía. Desde luego, la sensación, hoy en día, es que una situación como esta, y un acercamiento en general, entre las dos Koreas, parece más lejano que nunca, cuando parecía, como bien dices, que tras la caída de la Unión Soviética, que era el principal sostén de los norcoreanos, que la reunificación de ambos países era cuestión de tiempo.

Guest
elpadredetodosloszotes
10 years 8 days ago
10 years 6 days ago

Un grandísimo artículo, snedecor. El fútbol, y el deporte en general, es capaz de unir lo que separa otras cuestiones. Qué lastima que este ejemplo de unidad no sirviera para el futuro y se quedara en una anécdota que casi nadie recuerda hasta que lo has recuperado en esta entrada que merece la pena leer.

mojo
10 years 5 days ago

Ya está solucionado lo del vídeo. Como bien dices, las posiciones de las dos Coreas se encuentran más enquistadas que nunca en buena medida “gracias” a las clásicas injerencias usamericanas. Gran artículo, como siempre.

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