Es un debate que siempre está ahí. En una selección nacional, ¿hay que llevar a los futbolistas que en mejor forma estén, independientemente de quiénes sean, o es mejor montar un bloque sólido y estable al que sólo se le realicen pequeños retoques en cada convocatoria? La mayoría de seleccionadores parece tenerlo claro: dado el escaso tiempo de preparación del que suelen disponer para cada partido, configurar un equipo base y mantenerlo lo más estable posible facilita la conjunción de sus miembros y permite alcanzar un mejor rendimiento. En las categorías inferiores ocurre algo parecido: los técnicos de las federaciones realizan una primera criba y a partir de ahí las convocatorias suelen repetirse casi inalteradas hasta que el mayor desarrollo futbolístico de otros jugadores resulta tan evidente que no queda otra que incorporarlos al grupo de trabajo. Podría decirse, por tanto, que las selecciones inferiores son prácticamente un equipo que se reúne para jugar cada cierto tiempo, y en ese caso es lógico que alguien se plantee dar el siguiente paso: ¿y si convirtiéramos a la selección en un verdadero equipo que jugara junto todo el año?
Lo difícil, evidentemente, es poder llevar esa idea a la práctica. No obstante, en algunos países donde el fútbol se encuentra en fase embrionaria se hace algo así; incluso en España tenemos el ejemplo de las selecciones juveniles de voleibol (concentradas permanentemente en Palencia la masculina y en Soria la femenina, ambas compiten en la Superliga 2 además de en los torneos internacionales). Pero lo que desde luego no ocurre en ningún lugar del que yo tenga constancia (al menos desde que la URSS lo intentara a mediados de los setenta con su selección absoluta, que pasó a estar íntegramente formada por jugadores del Dinamo de Kiev de Valeriy Lobanovskyi) es que una federación opte porque sea un único club el que la represente en una competición de selecciones. Es decir, coger a un equipo determinado, ponerle la camiseta de la selección nacional y enviarlo a jugar un Mundial es algo que no pasa. Mejor dicho, es algo que ya no pasa. Porque pasar, pasó, y dos veces, pero no con aquel mágico Dinamo de Kiev, que falló en su intento de estar en Argentina 1978: la Academia Tahuichi Aguilera, de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, puede presumir de ser el único equipo de fútbol del mundo que ha participado en dos mundiales representando a su país.
Todo comenzó en 1971, con la llegada al poder del dictador Hugo Banzer. En medio de una convulsa etapa que duró más de dos décadas y en la que Bolivia cambiaba un gobierno militar por otro en menos de lo que se tarda en cruzar el Titicaca, el ingeniero Rolando Aguilera Pareja, que con apenas treinta años había sido Ministro de Vivienda y Urbanismo en un ejecutivo anterior de tendencia más progresista, se vio obligado a exiliarse con su familia en Washington, donde trabajó para el Banco Interamericano de Desarrollo hasta que en 1977 pudo regresar a Santa Cruz, la capital de la región más próspera de Bolivia. Una vez en casa, “Roly” Aguilera quiso que sus dos hijos pequeños aprendieran los rudimentos del fútbol, así que reunió a unos chicos del vecindario y contrató a un entrenador brasileño.
No tardaría en recibir más y más solicitudes de chavales que querían formar parte del equipo. En vista de que muchos de aquellos niños tenían un nivel deportivo más que aceptable y, sobre todo, procedían de familias con escasísimos recursos, el antiguo ministro acabó por fundar una Academia a la que puso como nombre el apodo por el que había sido conocido su padre, un exfutbolista local: Tahuichi, que en lengua tupí significa “pájaro grande”. Inaugurada oficialmente el 1 de mayo de 1978, y a pesar de que sus objetivos no eran estrictamente deportivos, pues la idea de su fundador era contribuir a la formación educativa de esos niños y a la mejora de sus condiciones de vida, la Academia Tahuichi Aguilera no tardó en causar un fuerte impacto en el fútbol boliviano, alzando su primer título nacional infantil apenas un año después de su creación. Era el principio de algo grande.
Gracias a ese campeonato boliviano, el equipo infantil de la Academia Tahuichi Aguilera se ganó el derecho a participar en 1980 en la primera edición de la Copa Sudamericana infantil, un torneo creado en Argentina por un organismo de promoción del fútbol base surgido tras el Mundial de 1978 y que enfrentaba a los más jóvenes campeones nacionales del cono sur. Contra todo pronóstico, dado el bajo nivel general del fútbol boliviano, la Tahuichi superó a todos sus rivales y se hizo con el campeonato, lo que le valió a la Academia una distinción honorífica del gobierno de Bolivia. Tan grande fue la sorpresa y la importancia concedida a ese triunfo infantil que incluso el ayuntamiento de Santa Cruz de la Sierra decidió cambiar de nombre al principal estadio de la ciudad, que desde entonces se llama “Ramón Tahuichi Aguilera” en honor al padre del fundador de la Academia.
La victoria en Buenos Aires también fue clave para que el club fuera invitado al “Mundialet” disputado en Cataluña coincidiendo con el Mundial’82, un torneo sub’16 con 64 participantes entre los que se incluían importantes equipos españoles y extranjeros, selecciones comarcales catalanas e incluso alguna selección nacional. Y precisamente a una de ellas, Hungría, ganaron los bolivianos la final. Era un pequeño gran milagro: una escuela de fútbol con fines benéficos de un país pobre y olvidado, sumido en una interminable crisis política y económica, no sólo conseguía sacar de la calle a cientos de chavales sino que, además, era capaz de derrotar a las grandes canteras mundiales.
El éxito obligó a reforzar la estructura de la Academia, ya que uno de sus principios era el de no rechazar a ningún niño que estuviera realmente necesitado; al mismo tiempo, se potenció la captación de chavales talentosos de todo el país e incluso de algún joven extranjero con lazos con Bolivia para elevar el nivel deportivo de sus equipos, porque para el fundador de la Tahuichi tan importante era mejorar la infancia de sus alumnos como hacerles ver que, si trabajaban unidos, no eran inferiores a nadie en el mundo. Y para todo ello hacía falta dinero. Se empezó a cobrar una pequeña cuota a los críos con más recursos, pero para algunos hogares era un precio demasiado alto; afortunadamente, gracias a los contactos de Rolando Aguilera pronto llegaron fondos de familias norteamericanas para apadrinar a los chicos más necesitados. De ahí a las becas para cursar estudios superiores en Estados Unidos sólo hubo un paso; con el tiempo, incluso el departamento antidroga del gobierno estadounidense llegó a subvencionar a la Academia Tahuichi, en vista de la cantidad de jóvenes a los que conseguía apartar del consumo prematuro de estupefacientes.
En lo futbolístico, la victoria en el “Mundialet” catalán sirvió para que Joao Havelange tomara nota de la labor desarrollada por la Academia. La FIFA estaba ultimando por aquel entonces los detalles de un nuevo campeonato mundial juvenil que surgía a la sombra del éxito mediático y deportivo de los Mundiales sub’20 y, cuando se anunció oficialmente la creación del Campeonato del Mundo sub’16, el presidente Havelange ejerció una prerrogativa que nadie sabía que tenía pero que, al tratarse de una primera edición casi experimental, tampoco se discutió demasiado: además del país organizador, China, para el primer Mundial sub’16 de la historia también estarían clasificados de oficio la selección de Hungría y la Academia Tahuichi Aguilera, representando a Bolivia.
Puede que sea conveniente explicar que, antes de la creación del Mundial sub’16, sólo la UEFA organizaba un torneo oficial de esa categoría; torneo que duraba dos años y cuya primera edición había concluido en 1982: cuando se oficializó el nuevo Mundial todavía se estaba disputando la fase previa del segundo Europeo. Que todas las demás confederaciones tuvieran que preparar desde cero una fase de clasificación hacía algo más aceptable que la FIFA concediera directamente y de modo extraordinario 3 de las 16 plazas para ese primer campeonato a celebrar en 1985. Además, muchas voces criticaban a la FIFA por impulsar una competición oficial entre jugadores tan jóvenes, y con esas invitaciones se pretendía convencer a la opinión pública de que el Mundial sub’16 sería casi un torneo amistoso en el que se premiaría la deportividad y se daría protagonismo al carácter formativo y humanitario del fútbol. La selección sub’16 de Hungría era invitada por Havelange a modo de homenaje a la figura de Arpad Csanadi, exjugador y entrenador del Ferencvaros pero sobre todo gran impulsor del deporte y del movimiento olímpico en su país, destacado miembro del COI y autor de varias obras básicas sobre aspectos técnicos del fútbol y su entrenamiento (su libro “El fútbol” aún sigue siendo uno de los textos de cabecera para los entrenadores), y que había fallecido en 1983. En el caso de Bolivia, se personalizaba en la exitosa Academia Tahuichi Aguilera el trabajo de tantas instituciones que alrededor del globo y especialmente en los países más desfavorecidos luchaban por dar un futuro a los niños mientras los educaban a través del deporte.
La decisión de la FIFA pilló a la UEFA con el paso cambiado, porque la fase final del Campeonato de Europa se disputaba los años pares y el Mundial iba a tener lugar los impares. Con Hungría invitada por Havelange, el organismo europeo decidió enviar a China 1985 al primer campeón continental de 1982 y al que ganara en 1984: por lógicas cuestiones de edad, la Italia que viajó a Asia nada tenía que ver con la que había ganado tres años antes, y la República Federal Alemana que ganó en 1984 tampoco pudo acudir al completo a esa primera cita mundialista. Por el contrario, en el caso de Sudamérica la decisión de invitar directamente a Bolivia no generó demasiados problemas ya que, como ha quedado dicho, allí no había ningún campeonato continental oficial en categoría sub’16. Para elegir a sus otros dos representantes la CONMEBOL organizó un torneo en Argentina pocos meses antes del Mundial con nueve de sus diez selecciones nacionales afiliadas (sólo faltó Paraguay), mediante el cual se clasificaron la albiceleste (liderada por Fernando Redondo y Hugo Maradona) y Brasil. Como era lógico dentro de lo extraño de la situación, la selección de Bolivia que disputó aquel campeonato sudamericano no era una selección nacional propiamente dicha, sino el equipo sub’16 de la Academia Tahuichi Aguilera que debería jugar en China por obra y gracia de Havelange.
No tuvo una actuación demasiado brillante: de los ocho partidos sólo ganó dos, a Ecuador y Colombia, y empató otro con Venezuela para acabar en penúltima posición de la liguilla. Poco más o menos, lo que hubiera hecho una selección boliviana al uso. A pesar de que el año anterior había viajado a Göteborg para participar en la prestigiosa y mastodóntica Gothia Cup (440 equipos de 30 países la disputaron aquel año) y también había vencido, parecía que la Tahuichi no podía dar tantas alegrías si enfrente había auténticas selecciones en un torneo oficial. La impresión se confirmó en ese Mundial sub’16 de 1985: encuadrados en el grupo A con China, Estados Unidos y Guinea, los jóvenes bolivianos empataron 1-1 con los anfitriones en su debut y luego fueron derrotados por norteamericanos y africanos, poniendo punto final a su aventura sin poder pasar de la primera fase. Era, en cualquier caso, un bonito episodio que servía para que la FIFA escenificara su apoyo al fútbol juvenil de los países menos desarrollados. Eso sí: ya se avisaba que para las siguientes ediciones no habría más invitaciones extraordinarias. El país que quisiera participar en un Mundial debería ganárselo en el campo, y con una verdadera selección nacional. Aunque esto último no estaba escrito en ningún sitio, claro.
Sinceramente no sé el motivo por el que la Federación Boliviana siguió encomendando a la Academia Tahuichi Aguilera la representación futbolística del país en las competiciones internacionales de base, pero lo cierto es que sus dirigentes acertaron de pleno. En octubre de 1986 se disputó en Perú el nuevo Sudamericano sub’16 clasificatorio para el Mundial de Canadá 1987, y allí viajó el equipo cadete de la Tahuichi al completo, vestido con la camiseta nacional. En sus filas no había ningún jugador ajeno a la Academia, pero sí un joven veterano del Mundial de China que atendía al nombre de Marco Antonio Etcheverry y que pronto hizo honor a su apodo de “el Diablo”. Tras un empate contra Argentina, Bolivia venció a Paraguay y Uruguay y, pese a perder por la mínima contra Colombia, pasó a la segunda y definitiva liguilla como líder de su grupo. Un empate con Brasil, una victoria sobre Argentina y una última igualada con Ecuador confirmaron el milagro: la selección de Bolivia, mejor dicho, la Academia Tahuichi Aguilera, era el mejor equipo sub’16 de Sudamérica. Etcheverry, que fue el máximo goleador del campeonato, fue nombrado también mejor jugador. Era además la primera vez en la historia (y a día de hoy sigue siendo la única) que Bolivia ganaba un trofeo internacional oficial de cualquier categoría disputado fuera de su feudo en el altiplano.
De manera merecida la Academia viajaría el año siguiente a Canadá a disputar su segundo Mundial sub’16, y esta vez lo haría con el cartel de favorita. Los jugadores Marco Etcheverry, Ko Ishikawa y Marcos Urquiza repetían presencia mundialista; además, en el equipo que jugó en Canadá en 1987 también estaba Erwin Aguilera, uno de los dos hijos por quienes el fundador de la Tahuichi había comenzado esta apasionante historia. Sin embargo, en Canadá la presión y un poco de mala suerte en el sorteo pudieron con los chavales de la Academia. Sin apenas rastro del juego que les había llevado a proclamarse campeones de Sudamérica, los bolivianos repitieron la actuación de dos años antes en China: empate en el debut contra México y derrotas ante Nigeria y la URSS (ambas selecciones acabarían llegando a la final) para despedirse del torneo en la primera fase. Su estrella, Etcheverry, no brilló e incluso acabó relegado al banquillo en el tercer partido, aunque salió en los últimos minutos y consiguió anotar su único gol en el campeonato. Bolivia se iba por la puerta falsa para no volver: después de aquello, “la verde” no ha vuelto a clasificarse nunca más para un Mundial de categorías inferiores.
Pero los chicos de la Academia Tahuichi Aguilera siguieron dando alegrías a su país. La institución siguió adelante, convertida ya en la principal cantera futbolística de una selección que estaba a punto de lograr otra hazaña impensable pocos años antes: clasificarse por primera vez para un Mundial absoluto (en sus anteriores participaciones, en 1930 y 1950, no había necesitado disputar fase de clasificación). En 1985 Rolando Paniagua se convirtió el primer alumno de la Tahuichi en alcanzar la internacionalidad absoluta; luego, los futbolistas más destacados de esas generaciones que acudieron a los Mundiales sub’16 (el “Diablo” Etcheverry, Erwin “Platini” Sánchez y Luis Cristaldo) se unieron a otros antiguos jugadores de la Academia para conformar la columna vertebral de la selección que, comandada por Xabier Azkargorta, infligió a Brasil su primera derrota en un clasificatorio mundialista y selló su histórico pasaje para Estados Unidos 1994. De los veintidós jugadores convocados por el técnico vasco para esa Copa del Mundo siete habían pasado por la Academia Tahuichi Aguilera: los citados Etcheverry, Sánchez y Cristaldo, además de Juan Manuel Peña (el central que pasó por Valladolid y Villarreal), Álvaro Peña, Jaime Moreno y Mauricio Ramos. Alguno más participó también en las eliminatorias, aunque no entró en la lista definitiva. La aportación de esos exjugadores de la Tahuichi también fue clave en la Copa América de 1997, celebrada en Bolivia y en la que los locales alcanzaron la final, que perdieron por 1-3 ante una potentísima selección de Brasil que contaba con Ronaldo, Romario, Denilson, Djalminha, Roberto Carlos, Cafú, Mauro Silva, Dunga, Edmundo, Leonardo, Ze Roberto… Misión imposible, pese a la altura de La Paz.
video (2) – Brasil (0) Eliminatorias USA 1994
video subcampeón de la Copa America (1997)
Aquel fue el último gran momento de gloria de la selección boliviana y de una generación irrepetible. En cuanto a la Academia Tahuichi Aguilera, poco queda ya del equipo de barrio que inició su andadura en 1978, salvo el espíritu. El fundador Rolando Aguilera, que nunca dejó su carrera política, falleció en 2002 a los 64 años, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que surgió en 1999, cuando era candidato a la alcaldía de Santa Cruz de la Sierra y se vio envuelto en una refriega con la policía durante una manifestación universitaria: una excesiva exposición a los gases lacrimógenos usados por las fuerzas del orden para reprimir los incidentes (en una brutal y desmedida actuación policial) desencadenó la terrible enfermedad neuromuscular que trece años después acabaría con su vida. Sus tres hijos, Rolando, Erwin y Tania, siguen hoy al frente del proyecto social y futbolístico de la Academia, que continúa siendo uno de los principales viveros de futbolistas de los que se nutre tanto la liga nacional como la selección absoluta. Pero la crisis también golpea, y no sólo la económica: las malas relaciones del gobierno de Evo Morales con los Estados Unidos provocaron que se cerrara algún grifo de subvenciones norteamericanas.
Los esfuerzos económicos se centran en el mantenimiento de una estructura que da apoyo a unos 4.000 alumnos de todas las edades y de ambos sexos, muchos de los cuales viven ya de modo permanente en los albergues de la Academia. Los fondos proceden de patrocinadores, de ayudas internacionales y de los traspasos de sus mayores promesas, que son quienes integran los equipos que la Tahuichi envía al extranjero. Sus tiempos como representante boliviano en campeonatos de selecciones quedaron ya atrás y hace años que las estrecheces económicas le impiden viajar a Europa, pero la Academia ha seguido venciendo regularmente en torneos juveniles de prestigio internacional (como la Dallas Cup) y, coincidiendo con el trigésimo aniversario de su fundación, en 2008 sus combinados alcanzaron el centenar de títulos fuera de sus fronteras. Candidata en varias ocasiones al Nobel de la Paz, organiza desde 1996 su propio Mundialito, con gran cartel mundial en sus primeras ediciones (el Real Madrid ganó la primera) y que ahora, por mor de la crisis, ha quedado reducido a un ámbito estrictamente americano. Pese a todo, en la Academia Tahuichi Aguilera siguen trabajando para ofrecer un futuro a sus chicos y no sólo en el terreno de juego: tanta importancia dan a los internacionales absolutos como a los licenciados universitarios. De una manera u otra, como soñaba el ingeniero Rolando Aguilera Pareja, todos ellos ayudarán a que su país pueda mirar a los demás sin ningún tipo de complejo.
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12 Comments on "FÚTBOL Y MENORES: LA ACADEMIA QUE JUGÓ DOS MUNDIALES"
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Pues no, por lo que cuentan ha sido un típico ajuste de cuentas en una zona marginal
Genial artículo, como siempre snedecor. Creo recordar que en la prestigiosa Nike Cup de 1998, en París, la Academia Tahuichi alcanzó la final, aunque perdió a penaltis con el Athletic de Bilbao.