Fue el día 15 de diciembre de 1966, a menos de un año del estreno de El libro de la selva, cuando un cáncer de pulmón acabó causando un fallo respiratorio que apagó la vida de Walt Disney, nacido en Chicago 65 años antes. Ganador de veintiséis Oscar a lo largo de toda su carrera y artífice de una revolución sin precedentes en el cine de entretenimiento destinado mayormente a un público infantil, dejaba a su compañía como uno de los grandes puntales de Hollywood. Al otro lado de su historial, encontramos acusaciones de racismo, antisemitismo o episodios tan oscuros como la denuncia ante el comité de actividades antiamericanas de animadores que trabajaban para él. Una personalidad controvertida, extremadamente conservadora en sus ideales (los cuales quedan reflejados en algunas de sus películas y en el espíritu de las grandes producciones que se hicieron bajo su supervisión -e incluso después-) pero, a su vez, capital para entender el Hollywood de los años dorados y la importancia que hoy día tiene el cine de animación dentro de la industria.
Cinco años después, también en diciembre pero de 1971, fallecería su hermano mayor, Roy O. Disney, quien se había retirado justo tras la apertura del parque de atracciones Disney World en Florida el mes de octubre del mismo año. Él había sido el encargado de mantener las finanzas del estudio mientras que Walt se encargaba de la parte creativa. El fallecimiento de ambos fue, en perspectiva, un auténtico trauma para la compañía que, unido a los cambios que desencadenaron en la estructura de la misma, provocó un bajón enorme en la calidad de los filmes que el estudio produciría en las décadas venideras. La recuperación tardaría en llegar casi 30 años.
La primera película del estudio en los años setenta fue el último proyecto que Walt Disney aprobó personalmente: Los aristogatos. Estrenada el día de Nochebuena de 1970, es quizás el último film de la gran época del estudio, aunque el hecho de que se estrenase y produjese sin Walt Disney, ya marca tendencia para los siguientes largometrajes. Argumentalmente, la película es una mezcla entre La dama y el vagabundo y 101 dálmatas. Viéndola, uno tiene la sensación que es dos películas en una pero esta vez protagonizada por gatos en lugar de perros. La acción se traslada a París, el cual se ve en los pocos planos paisajísticos que hay de la ciudad y en los nombres franceses de los personajes, que son usados como guiños al país y a la cultura. Tenemos el enamoramiento de una gata de la alta sociedad con un gato callejero y el secuestro de esta y sus gatitos (por parte del mayordomo). Los dos elementos principales de las dos películas antes mencionadas. Queda la sensación de refrito durante todo el metraje, con algunas escenas y tramas claramente de relleno. La música es heredera directa de El libro de la selva, incorporando ritmos jazzísticos con la famosa canción “todos quieren ser ya gato jazz“. Como curiosidad, la canción en su versión original (“everybody wants to be a cat“) no es, ni de lejos, tan popular en los Estados Unidos como lo es en España.
La temática, como en La dama y el vagabundo, es clasista, pues sigue promoviendo los valores clase en los cuales la aristocracia es la cima de la sociedad, a la que todos deberían aspirar pero a la cual los más desdichados no pueden acceder. De hecho, el título de la película es un juego de palabras entre “aristócratas” y “gatos”, para dejar aún más a las claras las intenciones. Pero, interesantemente, la película añade un punto rompedor en el cual la protagonista es una madre (viuda, soltera o separada) y el gato que se enamora de ella, lo hace a sabiendas de que esta tiene hijos, lo cual es, quizás, un guiño a tobogan hinchable las situaciones familiares que venían normalizándose desde los años sesenta; más aún cuando cada uno de los gatitos es de un color diferente (¿posible padre de otra raza?). Es una película entre dos mundos, el tradicionalista de Disney y el más actual que intenta dar paso a ciertas prácticas consideradas anteriormente como diferentes y, por tanto, excluibles.
Tras Los Aristogatos hay un impasse de tres años sin películas hasta que, en noviembre de 1973, se estrena la siguiente, siendo la primera película producida sin ninguno de los hermanos Disney controlando la compañía. El filme es Robin Hood. Su presupuesto era bastante menor que el destinado a anteriores producciones; sólo un millón y medio de dólares. Por poner un ejemplo, el anterior, costó 4 millones. Esto explica por qué muchas escenas -sobre todo de bailes- y personajes están reciclados de anteriores películas. Little John es calcado al oso Baloo y Sir Hiss, es exactamente igual que la serpiente Kaa, ambos de El libro de la selva. Las escenas de baile, en su mayoría, están sacadas de Blancanieves y los siete enanitos y de Los aristogatos. Los recortes también explican por qué la calidad de la animación y de los escenarios es mucho menor a la vista en otros filmes.
Inicialmente se pretendía realizar una versión Disney sobre las historias de Reynard, una figura del folklore medieval alsaciano representado por un embaucador zorro rojo antropomórfico, pero de este plan inicial sólo quedó la figura del zorro, que se empleó para personificar a Robin Hood. De hecho, la estética de animales antropomorfos se mantuvo en la película, lo cual resulta un tanto atípico dentro de la filmografía del estudio, que siempre había optado por dotar a los animales de personalidad y emociones humanas sin llegar a este punto. De todos modos, el resultado funciona. La película es muy entretenida y el estilo de Disney casa bien con el relato de Robin Hood, quizás porque Hollywood ya había tanteado el material en otras ocasiones de forma exitosa (Robin de los bosques, de 1938 con Errol Flynn y Olivia de Havilland, por poner un ejemplo) o quizás, porque Disney también estaba acostumbrada a trabajar con historias procedentes del folklore popular.
Cabe destacar que la película juega con una ambigua homosexualidad con los personajes del príncipe Juan y su consejero Sir Hiss. El primero es mostrado con un exceso de amaneramiento y extremadamente feminizado e infantil. El segundo entra en la ecuación por ser su perenne acompañante y confidente. Si esto es una introducción de la homosexualidad en la temática Disney o una crítica ridiculizándola, queda sujeto a la interpretación de cada cual.
Casi cuatro años pasaron para el estreno del siguiente filme. E, irónicamente, no es un largometraje propiamente dicho, puesto que The many adventures of Winnie the Pooh (Lo mejor de Winnie the Pooh, en España) es otra película en pack que contiene tres cortos diferentes: Winnie the Pooh and the honey tree (1966), Winnie the Pooh and the Blustery Day (1968) y Winnie the Poo and Tigger too (1974). Los personajes están basados en las historias para niños creadas por el escritor inglés A. A. Milne, inspiradas en los peluches de su hijo Christopher Robin (quien da nombre al chico de las historias). Al ser tres cortos de años diferentes, la animación es diferente en cada uno de ellos, pero todos conservan un buen nivel. Además, la forma de contar las historias, incorporando las páginas de libros y la voz en off es muy didáctica para el público preescolar al cual va dirigida la película. Sin olvidar que es la película inaugural de una de las franquicias más populares de Disney hasta el día de hoy.
Ese mismo año de 1977 pero unos meses más tarde, se estrena Los rescatadores, que sería la primera de una serie de filmes bastante menores en comparación con todo lo anterior y que durarían hasta finales de la década siguiente. La película fue la primera en la que trabajaron conjuntamente el equipo de animadores tradicional del estudio y los nuevos que habían sido contratados a lo largo de la década.
Intentaron hacer una incursión en el cine de aventuras, con dos ratones que deben investigar la desaparición de una niña, pero no alcanzan a cumplir este objetivo y se quedan en las intenciones. Además, la atmósfera almibarada y dulce de Disney se va perdiendo poco a poco, introduciendo elementos más oscuros. Fue la última película dirigida por Wolfgang Reitherman, uno de los grandes artífices de las grandes películas de Disney en los años 50, 60 y 70.
Lo que realmente marca el bache creativo y artístico del estudio es la marcha de uno de los animadores clave en 1979. Don Bluth, descontento con la marcha del estudio e interesado en recuperar los años dorados, se llevó consigo a dieciséis compañeros de trabajo para crear su propia compañía Don Bluth Productions, que pasaría a ser Sullivan Bluth Studios tras la quiebra de la primera y que produciría filmes tan populares como Fievel y el nuevo mundo o En busca del Valle Encantado.
Los años ochenta se innauguran con The Fox and the Hound (Tod y Toby, en España), estrenada en el verano de 1981 y basada en la obra homónima de 1967 del novelista americano Daniel P. Mannix. Este largometraje es considerado entre los críticos como el que marca el bajón de las producciones del estudio, pero como ya hemos visto, venía de antes. De hecho, en esta película se trata de profundizar aún más en la temática oscura, relatando como la amistad entre dos animales que deberían odiarse (un zorro y un perro de presa) se va emponzoñando por los roles que la sociedad les otorga. A pesar de que la premisa es muy interesante, la película no está realizada con el pulso que debería y se hace un tanto aburrida.
La siguiente es una rareza dentro de la producción habitual del estudio, pues se trata de un filme de fantasía medieval sin ninguna canción a lo largo del todo el metraje y de temática bastante oscura y violenta. Se estrenó en julio de 1985 y llevó por título The black cauldron (Tarón y el caldero mágico en España). Estaba basada en una serie de libros de alta fantasía destinados a niños titulados las Crónicas de Prydian, escritos por Lloyd Alexander. Son cinco novelas en total, de las cuales la película toma diferentes elementos de cada una (el título del filme, por ejemplo, es el del segundo volumen).
En la película hay escenas de lucha con espada y otras armas -incluso el protagonista llega a mostrar sangre en pantalla-, ejércitos de no-muertos y hasta elementos tan bizarros como un cerdo que lee el futuro en una palangana. Pero resultó ser un fracaso tanto a nivel de crítica como a nivel comercial, a pesar de ser un esfuerzo realmente estimable por renovar el estilo de animación de la compañía (es la primera en usar CGI), por introducir nuevas temáticas y explorar inflatable water slide diferentes fuentes de inspiración y, en definitiva, por ofrecer la que quizás sea la mejor y más extraña película de este período olvidado, aunque a su vez sea la película menos Disney que Disney haya hecho.
En 1986 llegó a los cines Basil, the great mouse detective (Basil, el ratón superdetective), otro de los títulos menores de los setenta y ochenta basado, de nuevo, en una serie de libros infantiles titulados Basil de Baker Street, de Eve Titus. Se trata de una versión en ratón de Sherlock Holmes y tiene el dudoso honor de tener uno de los inicios que más miedo puedan causar en un niño de entre todas las películas del estudio.
Además de continuar con la fijación de los animadores por las temáticas oscuras (en esta hay hasta un asesinato), es un intento de explorar los filmes noir. Pese a todo, fue bien acogido a nivel de crítica y público, aunque no entusiasmó; pero sus ganancias en taquilla (muy superiores a su predecesora) propiciaron que los jefes del estudio viesen que los largometrajes animados aún podían ser rentables y diesen el visto bueno definitivo a los proyectos que estaban por venir.
En noviembre de 1988 nos encontramos con Oliver & Company, un filme que, si hay que destacarlo por algo, es por su uso del CGI a mayor escala que los dos anteriores para recrear la ciudad de Nueva York y por ser el primero en incluir anuncios de marcas reales como Coca-Cola o Sony a lo largo del metraje. El argumento es una revisión moderna y almibarada del clásico de Charles Dickens, Oliver Twist y, realmente, poco más aporta. Es uno de los títulos más olvidados del estudio junto con The black cauldron.
Es noviembre de 1989 pero para Disney es como retroceder treinta años, pues han vuelto a aquello que los hizo ser lo que eran: un largometraje animado al estilo de los musicales de Broadway y basado en un cuento tradicional. Esta vez el cuento es uno de los múltiples que escribió el danés Hans Christian Andersen: “Den lille havfrue“. La película, lógicamente, es La sirenita.
Esta se comenzó a planear en 1985, pero el presidente de Disney del momento decidió aplazar el proyecto porque la compañía acababa de estrenar una película de temática similar con Tom Hanks y Daryl Hannah como protagonistas: 1,2,3…splash (1984). Se destinaron innumerables recursos con la intención de recuperar el brillo perdido por el estudio: de hecho, se calcula que el presupuesto del filme rondó los 40 millones de dólares. Pero los esfuerzos, al menos a nivel económico, valieron la pena, pues el filme recaudó a nivel global la nada desdeñable cifra de más de 211 millones de dólares.Y además cosechó los Oscar a mejor banda sonora y mejor canción original en la ceremonia de 1990.
Los escenarios son mucho más detallados y cuidados que en anteriores producciones y la animación se nota mucho más cercana a la de los grandes clásicos del estudio -sin desdeñar las técnicas más modernas para simular los entornos submarinos, la lluvia o los movimientos del cabello-, lo cual ayuda a dar una sensación de continuidad y es interpretable como un intento de pasar página definitivamente de una época más bien sin rumbo. Por algo es considerada la película inaugural de la denominada ‘Disney Renaissance‘ o el renacimiento de Disney.
Obviamente, se cambian cosas del cuento original de H. C. Andersen, puesto que este era bastante cruel y triste, sobretodo en su final, con la intención hacerlo más accesible y adaptable no solo al estilo Disney sino también a los gustos de los potenciales espectadores del momento. Por fin en una película Disney sobre un cuento, es la princesa la que tiene el papel preponderante y con matices de la historia; Ariel es una joven con carácter, motivaciones y voluntad por descubrir y explorar. Además se explota la vertiente erótica o sexy del personaje, en lugar de ocultarla o disimularla como décadas atrás. La villana Úrsula, mantiene el nivel de las más memorables del estudio y, si bien no llega al nivel de Maléfica, queda cerca de Cruella de Vil, por ejemplo. Además se incorpora un diseño más bien grotesco para realzar su maldad, amén de protagonizar un clímax de acción bastante potente que pone un gran broche final a la película. El cangrejo Sebastián, es el alivio cómico (excelente su escena en la cocina del palacio, en la cual, por cierto, hay reminiscencias de los Looney Tunes), y, además, protagoniza uno de los números musicales más memorables del estudio: “Under the sea” (bajo el mar), canción que se llevó el Oscar anteriormente mencionado y protagonista de una de las más sonadas acusaciones de racismo debido a su acento jamaicano en la versión original (cubano en la hispana, ¿casualidad que los cuervos de Dumbo también tuviesen acento cubano?) y a la letra de la canción en la que hace referencia explícita a que bajo el mar se vive mejor porque no hace falta trabajar “Up on the shore they work all day/ Out in the sun they slave away/ While we devotin’/ Full time to floatin’/ Under the sea!” (arriba en la superficie trabajan todo el día/ fuera en el sol trabajan como esclavos/ mientras nosotros dedicamos/ todo el tiempo a flotar/ bajo el mar). La película tampoco ha escapado a las críticas feministas por el hecho de promocionar como adecuado el hecho que Ariel deba cambiar su apariencia para que su príncipe la acepte.
La sirenita sentó las bases para las grandes películas del estudio en los noventa, y estas no se harían esperar en absoluto. En 1990 hay una olvidable secuela de los Rescatadores estrenada en cines y que sólo sirvió para que la compañía se diese cuenta que sus secuelas debían salir directas al mercado doméstico. Pero al año siguiente Disney se superaría a sí misma, pues la película que estrenarían el 22 de noviembre es ampliamente considerada como una de las mejores que haya realizado el estudio en su larga historia. ¿La película? La bella y la bestia. Las bases de la recuperación estaban ya asentadas pero este filme las sublimó de una manera jamás vista, recuperando la magia y la chispa de los grandes largometrajes realizados bajo mirada y supervisión de Walt Disney. La base argumental es la del cuento popular homónimo que Jeanne-Marie Leprince de Beaumont versionó en 1756. El filme, en su origen, se ideó para no ser un musical, pero el éxito de La sirenita hizo que los directivos de la compañía forzasen a que tuviese el mismo estilo, pues no estaban dispuestos a jugarse más fracasos y querían apostar a caballo ganador. Pusieron sobre la mesa 25 millones de dólares para la realización y obtuvieron casi 425 millones en retorno, sólo contando los beneficios en taquilla alrededor del mundo. Sí, los nuevos directores del estudio se guiaban únicamente por el dinero, pero fueron lo suficientemente listos para ver que bajo esta nueva estética, la animación de Disney podría revivir sus años más dorados.
La película fue también un éxito de crítica, logrando dos premios Oscar (mejor banda sonora y mejor canción -‘Beauty and Beast‘-) y cosechando cuatro nominaciones más entre las que destaca sobremanera la de Mejor Película, siendo la primera película animada en la historia que lo conseguía. No ganó, pues ese era el año de El silencio de los corderos de Jonathan Demme, pero no desmerecía en absoluto la categoría, incluso se podría decir que era mejor que alguna de las otras nominadas.
La animación mejora la vista en La sirenita, con un estilo aún más refinado y con unos escenarios espléndidamente diseñados -mención especial para la introducción, en la cual se nos explica la historia de la bestia mediante imágenes que recuerdan a las vidrieras de las catedrales góticas-, e incorpora difíciles técnicas en CGI como la vista en la escena del baile de la pareja al son de la canción ganadora del Oscar. El argumento es bastante cercano al texto en el que se inspiraron y sigue realmente una organización propia de musical, con la historia desarrollada mediante canciones más que con diálogos. Cada personaje tiene un rol bien definido pero los dos principales dejan de ser arquetipos para tener profundidad y una evolución clara a lo largo del desarrollo del filme. Bella es una chica considerada como rara en el pueblo donde vive por su padre -un inventor chiflado- y por su incansable afición a la lectura. Pero ella se acepta como es y le da igual lo que la gente piense. Es una heroína que busca algo más pero que es ya madura. Por el contrario, Bestia es el héroe que debe someterse al proceso de aprendizaje (es su caso, quizás, un bildungsroman masculino) para deshacerse del embrujo que le condena a ser una bestia. Los secundarios graciosos son muchos y, al contrario que en otras producciones, no resultan cargantes. De entre todos destacan sobre manera Ding-Dong y Lumière, los sirvientes del príncipe que protagonizan la mayoría de escenas cómicas y el fabuloso número musical de “Qué festín” (‘Be our guest‘ en la versión original). Gaston, el villano, uno de los primeros villanos masculinos de la compañía, es el típico chulo arrogante que acaba liderando a la masa enfurecida hacia el castillo en una de las escenas más espectaculares del film y protagoniza, junto a Bestia, una lucha final, sobre los tejados del castillo que resulta memorable. El mensaje moral del filme de que la belleza se encuentra en el interior de las personas y hay que conocerlas a fondo para apreciarlas en toda su magnitud es quizás un tanto manido pero no por ello menos importante y, además, Disney logra que lo aceptemos aplaudiendo, sin segundas lecturas ni racismo aparente y adornado por un envoltorio musical que deja huella. Si no es la mejor película del estudio, anda muy, muy cerca de serlo.
Tras esta borrachera de éxito, el estudio seguía produciendo un filme por año y el siguiente mantuvo perfectamente el tipo y la calidad de esta nueva época dorada. Esta vez se basaron en un cuento tradicional árabe recopilado en Las mil y una noches, Aladino y la lámpara maravillosa aunque el título de la película se simplificó a Aladdin. Es interesante que la primera aproximación del estudio a un folklore ajeno a la tradición occidental sea al arábigo, pero en contexto tiene cierto sentido puesto que se acababa de finalizar la Guerra del Golfo (1990-91) y había que limar asperezas con los pueblos árabes. Ahora mismo, dado el contexto socio-político, una película infantil basada y ambientada en la tradición de dichos pueblos sería impensable.
Las primeras ideas sobre versionar el cuento de Aladino datan de 1988 y el largometraje final se estrenó tan solo cuatro años después, con otros grandes proyectos del estudio entre medias. Pero este relativamente rápido inflatable tent proceso de producción realmente no se nota en el filme. La animación sigue avanzando a lo ya mostrado por La bella y la bestia y añade aún más espectacularidad con más y mejores técnicas de CGI como, por ejemplo, los movimientos de cámara de la introducción que recuerdan a Lawrence de Arabia o las escenas con el león de arena que sirve de entrada a la cueva del tesoro, capaces de dejar al espectador con la boca abierta. El filme es extremadamente entretenido, con un muy buen ritmo y altas dosis de comedia ligera y, si bien no llega al nivel de La bella y la bestia, sí que mantiene el nivel de holgadamente. Además, opta por añadir referencias a la cultura popular del momento y romper la barrera con el espectador con ciertas apariciones del Genio, que se erige en el gran protagonista de la función. Lo cual es un movimiento arriesgado porque, si no funciona, destroza la película, pero aquí, por fortuna, no sólo encaja sino que se convierte en un elemento identificativo del filme. Esta fórmula se intentó repetir en otros filmes que vendrían después pero se quedaron a medio camino y no lograron repetir el resultado de Aladdin.
La princesa Jasmine sigue el camino marcado por Bella y Ariel y muestra un nuevo tipo de modelo femenino, más contemporáneo y sexualizado. Una sexualidad, quizás exagerada, de la cual el personaje es consciente y hace uso de ella para intentar detener al villano del filme en una idea completamente innovadora y jamás vista antes en los filmes del estudio, pero corren nuevos tiempos y eso se nota.
La película, temas de género a parte, también generó polémica por ser considerada, por varias asociaciones árabes, como racista al presentar al villano Jafar como uno de los dos personajes con los rasgos más claramente arábigos. El otro es el mercader que canta la canción que abre el filme y que es considerada como un tema abiertamente racista por la letra, en especial la estrofa que dice: “Oh I come from a land/ From a faraway place/ Where the caravan camels roam/ Where they cut off your ear/ If they don’t like your face/ It’s barbaric but, hey, it’s home” (vengo de un país/ de un lugar lejano/ donde vagan los camellos de las caravanas/ donde te cortan la oreja/ si no les gusta tu cara/ es bárbaro pero, eh, es el hogar). El mensaje de la letra es claro: arabia es un mundo atrasado, sin civilizar y violento. Probablemente la imagen que mucha gente en occidente tiene asociada a esta zona del mundo.
El siguiente largometraje sería, a la vez, el más rentable jamás hecho en 2D y el canto de cisne de la segunda edad dorada de la compañía. Es una revisión de la obra de Shakespeare Hamlet pero con leones y situada en el Serengeti. Su título es de sobras conocido y poca presentación más necesita: El rey león. Se estrenó en verano de 1994 y fue un éxito instantáneo. Costó unos 45 millones de dólares y, a nivel mundial, su recaudación fue de casi mil millones. Algo inaudito para un filme de animación y, de hecho, todavía ostenta el récord para largometrajes de animación tradicional y el puesto número 18 de los filmes con las mayores recaudaciones en taquilla de la historia. La película fue reconocida por la Academia norteamericana con dos Oscar, cómo no, el de mejor canción (“Can you feel the love tonight“, compuesta por Elton John) y el de mejor banda sonora, dirigida por Hans Zimmer.
Esta es la primera película original de Disney, aunque las influencias de Hamlet son tan evidentes que considerarla una historia propia del estudio sin basarse en un material escrito previo sería demasiado inocente. El rey león fue también concebido como un musical pero, a diferencia de La bella y la bestia, tiene una mayor necesidad de recurrir a los diálogos; bien sea para explicar los razonamientos de algunos personajes o para aclarar los mensajes que se pretenden transmitir. La animación y el uso del ordenador se notan mucho más refinados aún que en Aladdin -mítica la escena de la estampida con Simba huyendo de ella- y los escenarios, coloreados con tonos diferentes según los personajes se encuentren en la selva o en la sabana, son una auténtica obra de arte. Argumentalmente, el filme se sustenta en Mufasa, Scar y Simba. Siendo el primero el héroe idealizado, el segundo, el villano y usurpador, representante de todos los males y, curiosamente, de un color de pelo más oscuro que el resto de leones y, como el príncipe Juan en Robin Hood, con un cierto amaneramiento. El tercero es el protagonista que debe aprender a ser héroe -rey, en este caso-. Los secundarios, en especial Timón, Pumba y Rafiki son los que roban muchas escenas y aportan el alivio cómico, además de ser los transmisores de diferentes valores a lo largo de la película. Timón y Pumba protagonizan la canción Hakuna Matata, cuyo mensaje recuerda mucho al que nos explicaba Baloo en su ‘Bare necessities‘ allà por 1967 y que luego choca con el camino que Simba acaba tomando de aprender del pasado y enfrentarse a sus problemas gracias a los consejos de Rafiki.
Un asunto interesante, también a nivel temático, es el que supone el reinado de los leones como soberanos del reino animal, siendo los herbívoros sus súbditos y, a la vez, su alimento. Mufasa se lo justifica a su hijo diciendo que, al morir, ellos serán el compuesto al partir del cual crecerán nuevas plantas. Pero desde un punto de vista más alejado de este romanticismo, se podría interpretar como un mensaje, ya no clasista, sino cuasi feudal; según el cual los súbditos deben prestar su total obediencia y hasta sus vidas a los monarcas, siempre y cuando estos sean legítimos y buenos, porque cuando Scar usurpa el trono con sus seguidores (las hienas, carroñeros que viven ajenos al reino, en una especie de gueto), todos los demás animales huyen, dejando el reino en la más absoluta ruina, recordando al viejo mito artúrico de la tierra sin rey, con un reino mortecino y decadente hasta que su legítimo monarca vuelva para impartir justicia y restablecer el orden, lo cual sucede cuando Simba es proclamado nuevo rey.
Para ambientar mejor la película, muchos de los nombres de los personajes son palabras sacadas del suajili: simba significa león; rafiki, amigo; pumbaa, tonto o despreocupado; sarabi (la madre de Simba), espejismo; shenzi (una de las hienas), bárbaro o salvaje. Además, hakuna matata es una expresión suajili que significa ‘sin preocupaciones’ o ‘no te preocupes’. Esto por fin, muestra una preocupación y respeto de Disney por el lugar del cual obtiene el marco espacial para su historia, al contrario de lo que hemos visto en filmes como Aladdin.
Tras El rey león vienen muchos más largometrajes, pero el nivel de calidad de estos comienza una inexorable decadencia que va, irónicamente, unida a la escalada, tanto en calidad como en popularidad, de los filmes de animación en 3D con el primero estrenado justo un año después, en 1995.
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4 Comments on "UN VIAJE DE CINE A LA INFANCIA (III)"
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Estupendo artículo, como siempre!
Quiero comentar desde aqui, que la epoca conocida como el Dinsey Renaissance tambien coincide con algunos de los mejores videojuegos basados en peliculas. Hoy dia esta frase puede sonar a sinsentido, pero los videojuegos del Rey Leon, y sobre todo, Aladdin para Megadrive/Genesis consiguieron crear la sensacion de estar jugando a la pelicula, sobretodo gracias a su animación, el uso de la BSO para las fases y el estupendo diseño de niveles
Excelente post…y van tres, y lo mejor es que por lo que pones al final no ha acabado aún. Esta época que comentas a mí me parece interesante ya que supuso la resurrección de unos estudios en los que la animación daba cada día menos dinero (incluso lo perdía) y un regreso a una calidad formal extraordinaria. pienso que mucho tuvo que ver también la renovación de las bandas sonoras con Ashman- Menken como protagonistas. Las películas anteriores a “La sirenita” me parecen en general fallidas Una vieja generación repetía esquemas (“Los aristogatos”,) o no sabía adaptarse a los nuevos… Read more »
Enhorabuena por el artículo, que es soberbio.
Lo único que no comparto los elogios al Rey León. La vi con 11 años, creo, y me pareció infumable.
En lo que coincido es que en esta época se recupera un poco el buen nivel a partir de los 90, con pelis con el mismo esquema, pero más curradas visualmente y abriendo un poco horizontes, lo que cuentas mejor que bien en el post.
Esperando el último.