DEL SOFÁ AL ANGLIRU

Panorámica_del_alto_de_L'Angliru

El homo sapiens es un animal rutinario que de vez en cuando cambia sus patrones de comportamiento para crear la  falsa sensación de estar aprovechando el tiempo y no sentir un vacío existencial implícito en su propia condición de Ser auto consciente. Ese fue el motivo ultimo por el que esto suscribe tuvo la peregrina idea de aprovechar un breve periplo vacacional para, junto a un colega del trabajo, realizar un Madrid-Angliru en bicicleta.

El plan era el siguiente, salir de la oficina el viernes por la tarde con las bicicletas y sus correspondientes alforjas hasta Atocha, allí coger el tren hasta Cercerdilla y hacer escala esa noche en Segovia a los pies del acueducto. La subida a la Fuenfria es el paso natural de la Sierra de Guadarrama, como atestigua el hecho de que por allí transcurriera una calzada romana de la que todavía se conservan bastantes restos. Y es que los romanos, como pueblo pragmático, siempre escogían el camino más sencillo para su asfaltado, lo cual explica que muchas de las grandes arterias viarias de nuestra geografía estén construidas sobre una antigua calzada romana. No es el caso de la Fuenfria, puesto que la carretera actual que cruza la Sierra de Guadarrama lo hace por un túnel excavado debajo del puerto de Los Leones, lo que explica que la calzada de la Fuenfria todavía sea parcialmente visible. Pero la Fuenfria no se sube por la Calzada, sino por una vía, llamada carretera de la República, parcialmente asfaltada, que en 13 kms sube 600 metros, o sea un puerto con menos de la mitad de desnivel del Angliru. Me extiendo en detalles porque nada más comenzar la ascensión, mi colega dijo “no, javi, no puedo hacer esto, es el primer kilometro ya estoy ahogado”, a lo que yo conteste, “mira, ya que hemos empezado, vamos a acabar, que solo nos quedan unos 400 kms hasta coronar el Angliru”.

Dicho y hecho, ese viernes pernoctamos en Segovia, ante la felicidad de mi colega, que preso de la euforia tras el prolongado descenso a la ciudad que vio nacer la alianza dinástica que hizo posible la unión de las Españas, dijo “Lo peor ya ha pasado”, a lo que yo replique “Mañana tenemos 125 kms hasta Simancas”, “sí, pero son llanos”. Comentario propio de un catalán que desconoce las trampas que se esconden tras los supuestos llanos mesetarios. El caso es que no sin dificultades, materializadas en forma de extremo calor, larga distancia entre localidades (o lo que es lo mismo, ausencia de fuentes donde beber agua), el hecho de que aunque la Meseta sea esencialmente llana los pueblos están construidos sobre colinas y la circunstancia de que los pinares tienen unos arenales que dificultan la tracción de las bicicletas, llegamos anocheciendo a la ciudad donde se encuentran los archivos históricos acumulados tras la referida unión de las Españas.

Al día siguiente jugaba Nadal la final de Wimbledon 2008 que ganó a Federer (aunque nosotros aún no lo sabíamos). Como yo tenía confianza en que a la tercera va a la vencida, sobre todo viendo la paliza que Rafa le había propinado a Roger en la reciente final de Roland Garros, planifiqué la jornada para llegar a comer a un pueblo grande donde hubiera una buena televisión, para así  matar dos pájaros de un tiro, ver la final y descansar mientras afuera apretaba la canícula. Efectivamente, tras un recorrido bastante más llano que el del valle del Eresma que recorrimos en su totalidad el día anterior (salvo por una rampa escalofriante a la entrada de un pueblo en la que el servidor no echo pie a tierra porque se había propuesto no hacerlo en todo el recorrido, Angliru incluido),  a las 15:00 (no nos despertamos precisamente temprano) llegamos a Medina de Rioseco, donde comimos y vimos la final hasta que se supendió el tercer set por la lluvia, justo en el momento preciso en que la temperatura exterior aconsejaba re-emprender la marcha para poder llegar a Sahagun antes del anochecer. Tras marchar buena velocidad de crucero hasta Villalon de Campos (25 kilometros en una hora con las MTB cargadas de alforjas), quedó claro que mi colega empezaba a manifestar su condición de diesel infatigable, de la que él mismo había dudado 48 horas antes en Cercedilla.

Una vez en Sahagún, cual sería mi sorpresa al ver que Nadal y Federer seguían jugando, pese a que les había dejado cuatro horas antes con dos sets de ventaja para Rafa. Al principio pensé que se trataba de la repetición de la victoria de Rafa, pero no, estaban jugando el quinto set a cara de perro. Así las cosas, vi los últimos cuatros juegos de uno de los mejores partidos de la historia del tenis en el bar del hostal de Sahagun donde dormí aquella noche y acabé chocando los cinco con el camarero tras el punto que le daba a Rafa su primer Wimbledon.

Al día siguiente, lunes, después de dos jornadas maratonianas de más de 100 kms, tocaba descanso, por lo que  por la mañana hicimos, a ritmo de abuelita entrañable, los 60 kilómetros que nos quedaban hasta León por el camino francés (lo que habíamos hecho los días anteriores era el ramal del Camino de Santiago que llega a Madrid) y por la tarde visitamos el solar del antiguo campamento de la Legio X, que dio nombre a la que otrora fuera capital de un importante reino medieval.

Al día siguiente, martes, cogimos el regional que acaba en Gijon hasta Bondongo (no queríamos ir por el arcén de la nacional) y desde allí bajamos Pajares hasta Lena. Aquí se planteó la primera discusión seria del viaje producto de la tensión no disimulada ante la cercania del coloso. Yo quería subir el Cordal con las alforjas y luego bajar hasta el hotel que teníamos reservado a pie de puerto (el Sierra de Aramo, que estaba vacío y en el que recomiendo quedarse), mi colega quería evitar cuestas mientras lleváramos las alforjas. Se impuso el criterio de mi colega y dimos el rodeo por Mieres (que transcurre por el valle) hasta el desvió a Riosa. Allí la carretera pica ligeramente hacia arriba durante los cinco kilómetros que separan la nacional de la pequeña villa asturiana. Una vez dejadas las alforjas en el hotel, se produjo la segunda disputa, mi colega quería subir el angliru por la mañana y luego coger el tren hasta Madrid, yo quería subir inmediatamente porque me encontraba bien de piernas. Se impuso mi criterio y sobre las cinco y media comenzamos la ascensión.

Riosa se encuentra en cuesta, pero la ascensión propiamente dicha comienza al cruzar un angosto puente donde los aldeanos cuentan que en 1999 se quedo atascado un camión que amenazó durante media hora el correcto desarrollo del estreno del Angliru en la Vuelta. Afortunadamente uno de los nativos fue capaz de maniobrar el vehículo y evitar el desastre. Los dos primeros kilómetros de ascensión son muy suaves, pero nosotros, conocedores de que lo peor del Angliru era la segunda parte (por no decir acojonados) los hicimos extremadamente despacio, tanto, que uno de los lugareños, sito en la falda de la carretera, como hacen los secundarios de las películas de terror que tratan de advertir a los protagonistas de que se dirigen hacia una muerte segura, nos espetó “Al Angliru no llegáis vosotros, al Angliru no llegáis”, ante el visible enojo de mi colega “¿pero a este viejo que coño le importa si llegamos o no?” (aclaro, mi colega ya venia calentito porque en la subida a la Fuenfria, en un momento de crisis, unos niños que iban de excursión con su colegio se habían mofado de el, “profe, ¿por que este señor va mucho más despacio que el calvo que hemos visto subiendo antes?) Al tercer kilómetro me cansé del ritmo cochinero que habíamos seguido hasta ese momento y en el desvió a Porcio, en la primera curva seria de la ascensión (donde debería atacar Purito mañana si quiere ganar la vuelta) le dije a mi colega, “creo que hay un descansillo un par de kilómetros más adelante, voy a darle un poco y te espero allí”. Efectivamente, dos kilómetros relativamente duros después (8 y 9%, no es tan fácil como la gente dice este primer tramo) que transcurren parcialmente por una urbanización con chalets, se llega a un descansillo, el celebre Viapara, donde se tiene una visión privilegiada del paisaje, tanto del valle, como de…. EL MONSTRUO.

Porque describir con palabras lo que se ve desde Viapara si se mira hacia el pico de la Gamonal es harto complicado. En el ciclista amante de las cuestas como servidor se produce una extraña mezcla de alegría, incredulidad, miedo y escepticismo. Pero, ¿eso existe de verdad?. Cuando llegó mi colega a mi posición, sin tener muy claro por donde había que seguir subiendo, yo ya llevaba un rato mirando ensimismado lo que teníamos delante. Después de cuatrocientos kilómetros (unos 350 en bicicleta) allí, enfrente de nuestra narices, estaba lo que habíamos venido buscando, el Olimpo del ciclismo, la montaña perfecta. Nos miramos un rato hasta que él rompió el cómplice silencio, “o sea, ¿que es por ahí, no?” “sí, eso parece”, “pensar que yo estaba el jueves tranquilamente sentado en el sofá con mi novia” “gran frase para un titulo de un libro, del sofá al Angliru”, dije yo, “bueno, ¿como lo hacemos?” “yo creo que lo suyo es coger ahora carrerilla y ver si con la inercia nos da para llegar arriba”, “bueno pues venga”, “VAMOS!!!!!”

Recordar que me había propuesto no poner pie a tierra, me gustaría poder contar que no fue así, pero es que después de la primera curva a la izquierda que ya desmontaría al más pintado y que conseguí salvar con dignidad, cuando parece que aquello no se puede empinar más, llegan los Cabanes y el primer 22% de máxima y claro, eso no lo hago yo con un plato mediano de un hierro de 13 kilos por muy macho que sea, por lo que tras intentar infructuosamente que entrara el plato pequeño (que nunca había usado hasta ese momento y que por lo tanto no entró), la bici de montaña, pese a mis improbos esfuerzos, en lugar de ir hacia delante, empezó a irse hacia el lado, de manera que acabo chocando contra el quita miedos, y el insensato humano que iba encima tratando de dar pedales poniendo el pie a tierra. Entonces miré cabreado hacia abajo y contemplé orgulloso que debido a la  extrema  pendiente daba la sensación de haber subido mogollón. También vi a mi colega acercándose a la curva, momento en que quedo demostrada la diferencia de carácter entre un castellano y un catalán, ya que al ver lo que me había ocurrido, en lugar de intentar triunfar donde yo había fracasado, de manera pragmática mi colega optó por la opción más inteligente, bajarse de la bici de forma voluntaria antes de verse forzado a ello, todo ello acompañado de un previo silbido de reconocimiento ante la magnitud de la rampa.

Una vez recuperada la verticalidad, proseguí la ascensión por una larga recta a la izquierda donde tras el desmadre anterior se puede meter el plato mediano porque aquello tiene entre un 10-12%  y casi parece llano tras lo del 22. No obstante, no deja de ser más de un 10% sostenido durante un rato que se hace eterno antes de llegar a la siguiente curva a la derecha, desde donde se aprecia con nitidez, unos dos kilómetros más arriba, una especie de aberración que la gente llama la Cueña de las Cabres. Es entonces cuando uno empieza a pensar ¿quien cojones me mandaba a mi intentar subir esta salvajada?. Pero para llegar a  la Cueña, aunque se ve todo el rato, quedan dos rectas eternas y dos curvas criminales, o sea, 20 minutos largos. Y finalmente, derrengado, uno llega a la curva que da inicio a la recta más diabólica jamás asfaltada, englobada en el kilómetro perfecto, que coincide numéricamente (como si fuera un mensaje divino) con el décimo de la ascensión, o sea, es el kilómetro 10 en todos los sentidos, menos en el de la pendiente media, que es de un 17.5%, el más duro que se sube profesionalmente en competición alguna.

Al girar a la izquierda sentí como si la vaca que estaba allí clavada en medio de la carretera me compadeciese mientras sus hermanas ascendían con facilidad por la falda de la montaña gracias a esas pezuñas que Dios (o la evolución) les ha dado. Me imagine que pensaba “jodete homo sapiens”. El caso es que tras devolverle su mirada aviesa con una mirada más aviesa todavía, casi soy atropellado por un vehículo a motor que bajaba con el motor apagado. Tras recuperarme del susto, empecé a subir la Cueña, primero tratando de evitar meter el piñón más grande y el plato más pequeño de inicio, o sea, el celebre molinillo, para así tener margen de maniobra, pero tras un minuto de esfuerzo máximo en los que apenas recorrí 20 metros, decidí rendirme a la evidencia e introducir el molinillo… Al rato sucedió algo insólito, creo que fue cuando llegue al tramo del 23%, ni con el puto molinillo evitaba que la bici fuera haciendo eses hacia el quita miedos, e, irremediablemente, por segunda vez en la ascensión, me vi forzado a poner pie a tierra tras el impacto de mi rueda delantera con el citado obstáculo artificial. Y así ocurrió un par de  veces más en ese kilómetro infernal que no se acaba nunca, pero nunca. Por mi mente pasaron todos los eventos deportivos trascendentales de mi vida: el gol de Señor, el gol de Torres contra Alemania, el gol de Dani frente a Osasuna, el triunfo de Nadal en Wimbledon, el triple fallido de Nocioni, el punto de Ferrero contra Hewitt. Hasta que, extenuado, llegué a la curva salvadora que indicaba el final del infierno. Y allí pare voluntariamente y miré hacia atrás. Entonces vi a mi colega que estaba a punto de llegar a la curva de izquierdas que da inicio a la Cueña. Más tarde confesó que al verme pensó que estaba a punto de cogerme. La realidad es que tardó  20 minutos más que yo en llegar a la cima.

Después de la Cueña se produce en el ciclista una extraña sensación de euforia, yo no fui una excepción y claro, lo pagué, porque tras un kilómetro y medio  bastante revirado en el que me pareció que iba a una velocidad de vértigo comparado con el anterior (tarde 16 minutos en pasar el kilómetro 10) cuando vi en uno de los carteles que adornan la ascensión que el siguiente kilómetro (el ultimo) el desnivel era solo del 6.5% de media, me emocioné y metí desarrollo para hacer la ultima curva con la elegancia que no había mantenido en el resto de la subida y cual no fue mi sorpresa cuando reparé abruptamente en que ese desnivel medio es del 6.5 porque los últimos 500 metros son de bajada, pero que aquella curva a la que me enfrentaba tiene un 20%. Conclusión, volví a darme contra el quitamiedos y tuve que volver a poner pie a tierra (en la ultima curva humillante)

Tras un bonito mirador hay 500 metros en ligero descenso hasta un corral lleno de vacas desde donde se divisa el Pico de la Gamonal. Lo había conseguido, había llegado arriba. Mi colega llegó deshidratado unos 20 minutos después (hizo casi toda la ascensión a pie empujando la bicicleta)

Luego hubo que bajar, pero esa es otra historia donde yo me dejé los frenos y mi colega paró a espetarle al señor que, pese a su incredulidad, habíamos llegado arriba.  Todo  concluyó con la ingesta de una majestuosa fabada en el pueblo y un plácido regreso a Madrid en tren al día siguiente, tras una nueva discusión sobre si subíamos el Cordal para salir de Riosa o no.

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4 Comments on "DEL SOFÁ AL ANGLIRU"

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11 years 2 months ago

Me lo he pasado en grande leyendo. Pero, ¿16 minutos para recorrer un kilómetro? Mira que eres globber :p

11 years 2 months ago

¡¡¡GRANDE NOJA!!! No sólo Jorf nos engancha con estos relatos de gestas, veo que tú también tienes los tuyos. A ver si te animas a contarnos tus historias (las que se puedan, por lo que leo) 😉 , que veo que ahí hay mucho archivo clasificado… Y eso que en la bitácora ya te explayas (pero no lo suficiente). Unas Memorias Nojavinas por capítulos o algo así… Donde lo importante no es sólo lo que cuentas, sino cómo lo cuentas!

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