No sé por qué algunos hombres piensan que nos arreglamos para ellos. Nunca es así, simplemente queremos estar perfectas porque queremos ser perfectas. Nuestro ego nos lo pide. Por esa sencilla necesidad de aprobación personal somos capaces cambiar tres veces de vestido, de rebuscar en el cajón del armario en busca de unas medias, de elevarnos unos centímetros extra por mucho que nuestros pies sufran. Incluso llegamos a cansar a nuestro reflejo con el eterno juego capilar; dejo caer el mechón en la frente o lo atrapo con una horquilla, oculto las orejas con una cortina o las destaco con unos pendientes largos. Todo termina cuando el arco iris del maquillaje oculta nuestro rostro porque sólo entonces, cuando no te reconoces ante el espejo, piensas que puedes estar perfecta.
Del mismo modo el acompañante ha de ser visto como una obra maestra de la sección masculina del ser humano. Naturalmente debe ir perfectamente amueblado para cada ocasión, ya sea para un salón de baile o para una discreta comida con amigos. Sea como sea nos ocuparemos de que no desentone en nuestro cuadro de perfección. Eso nos lleva incluso a ver sus capacidades sociales con el único propósito de no verse avergonzada en público. Ni queremos un charlatán que habla por los codos y acaba metiendo la pata, ni una estatua que sólo despega los labios para meterse un trago. Sin inflatable water slide embargo en mis años de relaciones y escapadas con el sexo opuesto sólo he encontrado un factor imposible de controlar: las miradas. El hombre dispone de un amplio catálogo que las mujeres reconocemos al instante. Os indicaré las que de momento he captado:
La mirada del gato. Mirada furtiva que desaparece rápidamente cuando la enfrentas. Es propia de niños que han descubierto recientemente que son interesantes los pupitres habitados por féminas.
La mirada del búho. La más extendida. Se detecta fácilmente en chicos que huelen a queso con gran pasión por la fotografía e internet.
La mirada del sapo. Suele observarse entre veinteañeros que gustan de las esferas que botan y rebotan , una y otra vez.
La mirada del perro. Se aprecia principalmente en hombres recién llegados a los treinta que toman a su pareja por una posesión. Siempre están preparados para atacar.
La mirada de la ardilla. Es una mirada sátira con la que los cuarentones casados te invitan a jugar.
La mirada del león. Es la expresión misma del cansancio que supone vivir. La llevan consigo los que han superado los cincuenta y desean volver a jugar perro no se ven con fuerzas para ello.
Para el final he dejado la más bella, la mirada del cordero. Es la bandera blanca que presentan los ancianos en su búsqueda de compañía para sus últimos días.
Como veis son bastantes y seguramente habréis comprobado en vuestra experiencia que los hombres las manejan todas en cualquier momento. A disposición del consumidor según la ocasión, sin tener que llegar a la edad característica. Si alguna no la habéis visto siempre podéis pasaros por mi casa y os las enseño. Me costó bastante hacerme con ellas hasta que descubrí que con un bisturí, y siguiendo la línea de puntos que marca el hueso, resulta sencillo. Ahora soy casi una experta en el corte y están en buen estado. Las conservo en botes, como las guindas en aguardiente y azúcar. Tendríais que probarlo. No hay nada como abrir el armario buscando un vestido para la ocasión y ser el centro de todas las miradas.
Nota: La fotografía de cabecera pertenece a Robert Mapplethorpe (Selft Portrait 1988)
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9 Comments on "MIRADAS QUE MATAN"
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Pufff… Vaya finales. Te vas superando a tí mismo.
Genial, Lastrado. La visión femenina, también a gran altura.
Le faltaba una mirada en su muestrario, esa que tiene el brillo de los masters del universo del mal, la misma que veía en el espejo cuando le entraba el gusanillo de matar. Quizá cuando tuviera la ocasión de encontrarla podría incorporarla a su colección o quizá sintiera la necesidad de compartir experiencias y convertirla en su asociada, siempre que esta no tuviera afición por sus higadillos con Chianti.
Pero eso lo dejaremos para otro capítulo, jejeje…
Otra hostia final que no vi venir (nunca mejor dicho), como siempre me pasa con tus relatos. Fantástico, Lastrado, eres grande
Buenísimo. Me ha encantado de principio a fin. ¡Sós un fenómeno, Lastrado!
Muy bueno lastrado. Cada vez me van gustando más tus pequeños relatos, con ese toque negro y sórdido.
¿No te animas a alargarlos un poco?
Gracias a todos. Alargarlos supone tener que dar vueltas a las palabras y no engancha tan bien. Esto se escribe del tirón, como si cada palabra te llevase a la siguiente. He comprobado con la novela que queda mucho peor si vas poniendo cachos, tachando y rellenando. Ya verás como no engancha lo mismo.
Que disfrute lastrado ¡¡¡
Es cierto, se hacen muy cortos, pero también lo es, que por eso engancha tanto.
Espero ansioso el siguiente.
Pedazo relato, lastrado. Corto pero intenso, muy bien escrito y que te engancha hasta el final. Y seguro que hay mucho de cierto en el contenido pero creo que es algo que nunca sabremos a ciencia cierta aunque lo sospechemos.
Estoy deseando leer el próximo.
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