PORTADA

Programa informativo en televisión con motivo del fin de año. El típico resumen de las noticias más destacadas, con especial relevancia a la campaña electoral estadounidense. El candidato republicano aparece durante unos segundos compartiendo escenario (literalmente) con un cantante sudoroso y algo obeso. Picado por la curiosidad (¿quién será?) observo las imágenes. Sí, es Met Loaf, y, aunque no distingo bien, por el griterío del público sé lo que “Cacho carne” está cantando: efectivamente, un tema de su disco más famoso, “su disco”: Bat out of the Hell (1.977).

Es difícil, supongo, encontrar en la historia de la música  pop un éxito tan inesperado, tan estrepitoso, como el del debut de  Met Loaf. Todo es exagerado y excesivo en este caso, desde el cantante, su presencia rotunda y su  extraordinaria voz, pasando por las canciones de Jim Steinman, inusualmente largas, casi de comedia musical, con textos rebosantes de erotismo adolescente,y acabando, last but not the least,, en la producción de Todd Rundgren, ampulosa, operística  y a la vez  ardientemente rockera; por no hablar, por supuesto, de la impactante portada de Richard Corben,  Y cómo no, para completar el cuadro, las ventas, increibles, descomunales, más de 40 millones de copias, que sitúan a este disco entre los más vendidos de la historia.

Todo fue resultado de una de esas extrañas y milagrosas conjunciones que a veces ocurren  Un cantante-actor de segunda fila con ganas de comerse el mundo; un compositor con un buen material que no acierta a colocar y un productor tan genial como listo que se da cuenta del potencial de unos temas que relatan una epopeya de iniciación teenager y decide producirlos a lo grande, “spectorianamente”,: potencia, exuberancia sonora y un equipo de primera: la propia banda de Rundgren, Utopía, el saxo de Edgard Winter, la voz de Ellen Foley más la colaboración de dos invitados de lujo: Roy Bittan y Max Weinberg, pianista y batería de la E. Street Band  Y el éxito de este delirio operístico a medio camino entre el rock duro y Springsteen,  tan irresistible como irritante en ocasiones, fue abrumador. Steinmann y Meat Loaf habían tocado el cielo,sí, pero, ay, demasiado rápido.

Surgieron las diferencias y una gira interminable por Estados Unidos desgastó la voz poderosa de Met Loaf. Finalmente, Steinman editó un disco en solitario, mientras que Cacho Carne inflatable slide hacía lo propio. Por supuesto, no ocurrió nada. La magia se había evaporado. Los dos intentaron mantener el tipo unos años, pero fue imposible, el público no quería escuchar los nuevos temas, quería  Bat out of the Hell. Finalmente, en 1.993, lo inevitable. Reunión y publicación de la IIª parte de su gran obra. No les fue mal, incluso sacaron una tercera parte, con la correspondiente gira. Pero, siempre sucedía, acababan cantando, por petición popular, las canciones de su primer disco. Y así, hoy, Met Loaf, moderno Sísifo, parece eternamente condenado a repetir la misma canción hasta el fin de los tiempos, sin poder escapar del infierno como un murciélago motorizado.

Contraportada

He de reconocer que nunca he sido un entusiasta de la música con resonancias épicas. Siempre, al menos me lo parece a mí, sigue el mismo esquema: Un instrumento (guitarra, piano…) empieza de manera suave, pausada;  a continuación acelera poco a poco hasta que el resto de instrumentos irrumpen y finalmente el cantante se sube a una montaña rusa de gritos y susurros, y, tras unos minutos interminables, todo vuelve al inicio con artistas y oyentes exhaustos por la experiencia. No lo puedo remediar, lo mío son los sencillos acordes del pop, tres minutos de bonitas melodías y un estribillo tan pegadizo como encantador. Sí, claro, también me gustan los “hibridos” como Phil Spector o Bruce Springsteen, pero  hablan de historias sencillas y su sinceridad y pasión tienen un punto muy ingenuo, muy norteamericano, creo yo.

El pop épico británico parte del mismo estereotipo, sonido potente, cantante carismático de voz poderosa, largas canciones…, pero se desmarca del estadounidense por sus pretensiones intelectuales (referencias literarias sobre todo) y formales, es decir, el diseño. Si nos fijamos en los discos de los grupos épicos británicos de los 80, veremos una estética similar; los miembros de las bandas, embutidos en oscuras parkas o largos abrigos, a cierta distancia unos de otros (¿reflexionando?) ocupan un paisaje inquietante, ya sea un desfiladero, el borde de un acantilado o un páramo nevado. Los títulos de los discos son también sugerentes, evocan las fuerzas de la naturaleza desatada (Unforgettable pire, Sparkle in the rain, Ocean rain…). Todo remite a un romanticismo extremo, a graves preocupaciones existenciales. No discuto la calidad de algunos de estos grupos, U2 sobre todo, algún disco de Simple Minds o de Echo and the Bunnymen, pero, en general, no suelo aguantar mucho y con frecuencia a la quinta o sexta canción de la primera escucha ya me cansan.

Pero hasta el más escéptico claudica alguna vez. Confieso que estuve enganchado varios años (y aún escucho con agrado) a un disco que resume a la perfección todo lo comentado antes. Me refiero a This is the Sea  (1.985) de The Waterboys. Desde la primera canción (“Don,t bag the drum”) ya sabes lo que te espera: un torbellino de potentes sonidos, con frecuencia pretenciosos, incluso en inflatable water slide los momentos tranquilos (“Trumpets”), pero que, sorprendentemente, funciona. Te dejas llevar por esa corriente heroica y vanmorrisoniana y terminas atrapado. Un gran disco, sin duda. Fascinado por su escucha, intenté buscar más cosas de Mike Scott y los Waterboys. Su trabajo anterior, A pagan place (1.984), me pareció notable, pero me costó acabarlo; el siguiente, más folkie,  Fisherman, blues (1.988), reconozco que es excelente, pero no me sedujo, y así, he ido siguiendo al grupo, ya a cierta distancia, hasta su último trabajo, dedicado al gran Yeats (An appointment with Mr. Yeats), de 2011, pero, desgraciadamente, los Waterboys y yo no acabamos de reencontrarnos. Quizás, seguro, la culpa no es suya, por lo que es muy posible que toda la responsabilidad recaiga sobre mí, que This is the sea  me dejara agotado.