Recuerdo que la conocí en el último curso de la Universidad. Ella salía de la cafetería y yo iba de espaldas comentando animadamente con los amigos lo genial de Avatar. El tropezón fue inevitable. Una lluvia de hojas se desparramó ante la puerta. Rápidamente me agaché y recogí todas y cada una mientras ella me miraba desde arriba. Al ponerme en pie realicé un rápido escaneo de su figura. Cuando llegué arriba me esperaba una sonrisa forzada y una palabra. Imbécil.

Llevábamos un año saliendo cuando decidimos hacer nuestra primera escapada juntos. Eran tres días de puente e iríamos desde Madrid a la costa andaluza. Esperábamos perdernos en sus maravillosas playas un par de días. La recogí a las diez de la mañana y lo primero que me pidió era que quitase  a los, para ella insoportables, Judas Priest porque se había traído un CD que le gustaría escuchar. Fue empezar a sonar el One de U2 y ponerme de los nervios, sin embargo aguanté solemne y dicharachero la primera pasada. Cuando la sonata terminó ya estaba próxima la hora de la comida. Eran tres o cuatro canciones las que podían sonar pero ella era firme en su Bouncy Castle With Slide For Sale pasión irlandesa, Volvió a iniciarse la misma tocata. Mi aberración por Bono y compañía creció un poquito más. Por suerte la comida fue excelente. Como andaba un poco espeso ella tomó el control del coche y me dispuse a dormitar. No tardó ni diez segundos en oirse de fondo el maldito CD, ella estaba al mando. Al despertarme, casi dos horas más tarde, el CD acababa de volver a iniciarse. Fueron diez minutos de discusión al pie de la carretera que acabaron sin una sonrisa, pero con una palabra. Imbécil.

Pasados dos años la volví a encontrar. Estaba en la cola del cine con un tío mayor. No me pude aguantar, monté una escena. Dije mil cosas que me había tragado durante nuestra relación, por un momento su cara se incendió hasta un punto que me hizo retroceder. Su respuesta fue sencilla y calmada. Una sonrisa de desprecio y una palabra. Imbécil.

Tardé cinco años en reconquistarla y cada día de matrimonio me llamaba imbécil. Hasta el día inmaculado de nuestra boda me dijo imbécil. Entonces nos reíamos pero ahora ya no. Ahora ella ha sido la imbécil por haberme abandonado pero voy a encontrarla y decírselo. Decirle que sigo siendo el mismo imbécil con el que se casó. Volverá a mi lado, no te preocupes.

Eso fue lo último que me dijo mi padre. En el recuerdo una cabeza torcida, un ojo estallado y una mejilla ensangrentada. Mi madre murió de cáncer cuando contaba cinco años. Mi padre se suicidó seis meses después y todo lo que me queda de ambos es el recuerdo de que mi madre tenía razón. Papá era un imbécil.