Nadie sabe cómo se llamaba aquel pueblo antes, porque nadie habla de lo que pasaba antes. Sólo el seco y caliente viento que siempre sopla allí lo sabe.
Suponemos que vivían, trabajaban, se cruzaban por la calle, pero no se saludaban, ni se miraban, eran todos extraños.
Hasta que un día llegó el viejo contador de historias, y se sentó bajo un portal, justo donde había una marca. Y empezó a contar sus historias; varios se pararon a escuchar, alguno incluso se sentó…y desde entonces todas las tardes, terminada la faena, se encontraban bajo aquel portal para escuchar las historias e intentar guarecerse del viento.
Pronto descubrieron que podían comentar lo que les parecía la historia, hacer preguntas al viejo contador de historias, que a veces se dignaba a contestarlas.
Con el tiempo nació en los que escuchaban una nueva costumbre: la de hablar entre ellos. Y descubrieron que era aun más gratificante si cabe que escuchar las historias. Porque de este modo ELLOS se convertían en contadores de historias, y pasar de escuchar a contar es difícil, pero emocionante. Y aumentó la cantidad y la calidad de las historias.
Cada vez más y más lugareños, y gente venida de todas partes, se congregaba alrededor de aquel portal. Lógicamente también llegó algún indeseable, pero el fuerte sentido de grupo, las normas no escritas que todos respetaban, la camaradería a fin de cuentas, eran suficientes para desanimar a aquellos intrusos.
El contador de historias era consciente de que cada vez había más gente escuchándole, y su esperanza inicial de que todos venían únicamente a escucharle a ÉL empezó a debilitarse. Cada inflatable water slide vez tenía menos historias que contar, le daba pereza sentarse ahí cada semana, y para evitar perder a su público, empezó a prometer mejoras: “os pondré bancos, y a la sombrita”, “habrá cerveza gratis para todos”, “regalaré túnicas negras con escudos verdes”…
Pero todas esas promesas, salvo alguna túnica mal repartida, fueron llevadas por el caliente y seco viento…
Aun así, con obstinada insistencia, cada tarde seguían juntandose allí, cada vez más. Tantos, que ni siquiera se oía al viejo contador de historias, si es que aun tenía alguna historia que contar.
Un día varios, tal vez no los más altos ni los más guapos, pero sí los más decididos, fueron capaces de hacer algo nuevo: se levantaron, anduvieron el escaso trecho que les separaba de la fuente, y se sentaron allí: a la sombra, salpicados por las frescas gotas de sabiduría que brotaban del caño y escuchando el continuo y cambiante caer del agua, cómodos, mirándose a los ojos, emprendieron una nueva aventura mejor aun que la que siempre les prometían y nunca se cumplía.
De vez en cuando volvían al portal, seguían compartiendo ratos allí, e invitaban a quien así lo quisiera a unirse a ellos en la fuente.
Algunos lo hacían, atraídos por la curiosidad y convencidos por la buena compañía.
Otros se enfadaban, porque creían que restaría público al viejo contador de historias. Pero él ya no estaba con ellos, sólo escuchaba los cantos de los pájaros, que de pronto se le antojaban más válidos y cargados de verdad que las historias…
Una tarde, cuando fueron a escucharle, ya no estaba allí. En su marca sólo había una nota, que explicaba que ahora era nada más y nada menos que… ¡Terrateniente!.
Le habían hecho una oferta de esas que nadie puede rechazar, y tenía un terruño a su disposición. Se supone que con los bancos, cervezas y sombra que siempre había prometido. El escepticismo que había cundido entre sus oyentes se transformó en decepción cuando los más osados se acercaron al terruño: el mismo aire cálido, seco y pegajoso barría el lugar, y no había buenas compañías que invitaran a quedarse.
Volver a las fuentes parecía una opción razonable e incluso seductora, pero muchas malas palabras se habían vertido, y eran tan pesadas que no las había podido llevar el maldito viento, seguían allí…por lo que un grupo grande de ellos, desorientado, frustrado, y a la vez deseoso de encontrar un camino, siguió encontrándose en el portal…
Y allí siguen, los escuchadores no tienen quien les cuente historias.
Los de la fuente no tienen ganas de llamarles más, ya vendrán si quieren.
Y el terrateniente no tiene quien le escuche.
Salvo, quizás, los pájaros.
Y el viento, ese maldito viento seco y cálido…
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6 Comments on "EL TERRATENIENTE NO TIENE QUIEN LE ESCUCHE"
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Precioso, bello, me ha encantado, pero a mí no se me olvida que al menos un escuchador de esos no puede llegar a la fuente porque en su mapa alguien borra el camino a la misma, y sí, a veces las palabras pesan demasiado en el recuerdo, por lo que muchos no pasarán por la fuente, o quizás si lo hacen aunque procuran no hacerse notar, como todos esos que alguna vez dicen, yo he estado mucho tiempo en el portal, pero hasta ahora no me atreví a opinar.
La canción del portaaviones* http://www.youtube.com/watch?v=AgHGRn24IMc Cuando me encontraba preso en el fondo de una celda yo te ví por vez primera en una fotografía en que apareces entera aunque no estabas desnuda sino cubierta de nubes… tierra. Tierra. El más distante, soy errante navegante que jamás te olvidará. Así vivo yo embrujado por esa chiquilla tierra, signo de elemento tierra y en el mar tierra a la vista. Tierra para el pie firmeza, para la mano caricia tras el astro que te guía… tierra. Tierra. El más distante, soy errante navegante que jamás te olvidará. Yo soy un león de… Read more »
Me alegra que te guste, Erkil, y créeme que tengo muy presente a aquel en cuyo mapa no sale esta fuente.
Acerca del peso de las palabras…yo soy partidario de no ponerles lastres sino alas, dejar que se eleven, que el viento las lleve…a fin de cuentas hasta el mejor escribano deja alguna vez un borrón.
O, como decían en mi pueblo que es menos poético: Hasta a la mejor puta se le escapa un pedo.
Y no merece la pena quedarse atascados en aquello, no?
muy bueno el cuento aupa.
hoy estoy en plan maruja de vecindario, quien no tiene la fuente en el mapa? que llame a dora la exploradora.
Muy bueno el cuento. Precisamente estos días pensaba sobre el asunto. Recibirá buenos diezmos cual terrateniente, porque si no es así, no lo entiendo. Da pena ver ese blog que lleva ahora y el número de comentarios del mismo.
Habéis hecho un empalme (je, je, je) colosal, entre la lírica retórica de Aúpa, y la poesía de Santiago Auserón (para mí un ídolo, en sus facetas de músico-letrista-pensador).
Gracias y besazos a ambos por tan bello obsequio.