Cambia el mundo mientras recorremos el pasadizo hormigonado que nos evacúa de la estación del Jungfraujoch, baja el termómetro, desaparecen las luces y los escaparates que tan postizamente destellan en semejante emplazamiento quedan atrás. Un azul opaco y oscuro guía nuestro camino hasta llegar a la luz que finiquita el túnel,scivolo gonfiabile un brillo que nos ciega en el momento de posar las botas en el glaciar. Glaciar convertido en un campo de juego alrededor de la salida de la estación. Trineos, tirolinas, tumbonas, arrastres, bar… el último eco de banalización resuena contra las torres amuralladas que cierran el glaciar por el norte: Monch, Jungfrau.
Amargo contraste con la fiereza y peligrosidad que muestra este desierto blanco apenas a unos cientos de metros de allí.
Una carretera apisonada y balizada nos acompaña durante la hora aproximada que tardamos en llegar a nuestro futuro hogar. Ya el monte nos cierra la vista hacia la estación, algo que se agradece, y el ojo puede centrarse en procesar la inmaculada inmensidad que nos rodea. El glaciar Aletsch inunda el descomunal circo en el que nos hayamos. Más de 23km de longitud que se desparraman en lenguas aprisionadas por las docenas de montañas esculpidas a viento y agua.
Como una espina dorsal se alza en medio el Trugberg, con su interminable cresta dentada, dividiendo el glaciar en dos lenguas bien diferenciadas. Una de ellas la cierran, a nuestra izquierda, las inmensas moles del Fiescherhorn y Grünhorn y la otra, a derechas, todo el macizo del Aletschhorn. Al fondo la plaza Koncordia donde las lenguas se unen y continúan viaje hacia el sur. Y entrelazados, docenas de glaciares colgantes, muros de hielo resquebrajados en inmensos seracs, grietas ciclópeas y aristas afiladas que refulgen al sol del mediodía como metal pulido.
Es todo un sueño dentro de otro sueño. Hemos pasado de la verde Grindelwald al himalayista mundo de la altísima montaña, algo que nuestros pulmones no paran de recordar. El pulso anda desbocado por la falta de oxígeno, el sol ajusticia nuestras cabezas y el viento corta nuestra piel. Cuando llego al pie del refugio, tras salvar la rampa de acceso, ya noto que esto es otra cosa, se respira más (se jadea), los pulmones queman y el cuerpo ha de habituarse a este nuevo hábitat.
El “refu” es una preciosa casita de madera con 3 alturas y un acogedor bar-comedor donde pasaremos largos ratos en el futuro próximo. Es una gozada comprobar que es muy cálido, las trabajadoras son encantadoras… y cuenta con un suculento cañero de cerveza!!! Lo peor, claro, es que los baños están en una caseta al exterior azotada por el viento y acercarse a ellos cuando anochece es una proeza. De agua no hablamos, pues paradójicamente, pese a estar sustentados por infinitas toneladas de hielo, estamos en un desierto en lo que a H2O en estado líquido se refiere. Comprarla es muy cara (no quedará otro remedio, pero mejor beber cerveza que es más barata) y para el aseo personal solamente se abre el lavabo un rato tras desayuno y cena para lavarse los dientes con un hilito de agua.
Una vez instalados en nuestra habitación (10 plazas distribuidas en una litera corrida de 2 alturas) y habiendo comido y bebido algo volvemos al exterior, que tendremos que hacer algo de ejercicio para aclimatar el cuerpo, uffffffff que pereza que da!! Empezamos con los preparativos, especialmente en lo que se refiere a desplazarse en glaciar, algo en lo que soy un absoluto novato: encordados y siempre con un tornillo de hielo para el caso de caer en una grieta. Santi da unas instrucciones, escasas pero concretas y nos ponemos a andar encordados (primero Santi, luego Álex y por último yo) y con los crampones puestos. Acometeremos la cresta norte del Trugberg, que se haya frente al refu.
El primer tramo es una pala de nieve no muy empinada y vamos subiendo tranquilamente, prestos a las correcciones del “jefe”, siempre atentos a giochi gonfiabili que la cuerda entre cada uno no cuelgue, pues para ser efectiva en caso de caída debe estar lo más tensa posible. La ciencia del asunto es que entre dos personas encordadas, si uno se resbala o cae, hay que ser muy optimista para pensar que el otro puede pararle si hay un par de metros de cuerda suelta. Estando esta bien tirante, más rápido se nota el resbalón del compañero y da tiempo, no a parar su caída, sino a equilibrarlo de un tirón de la cuerda. Por el contrario, sin esta tensión lo más probable es que una caída fuerte de uno de los compañeros arrastre al otro, con lo cual es peor el remedio que la enfermedad…
Llegados ya al final de la zona nevada nos encontramos con un murete de roca bastante pino (III+ o así) que toca superar. A Álex las trepadas no le son tan familiares y poco a poco va a ir cogiendo confianza. Primero sube Santi, que nos asegura y a continuación vamos nosotros dos, subiendo casi juntitos como gemelos. Es una experiencia esto de escalar con guantes gruesos y crampones, hay que hacer un ejercicio de empatía con el hierro para “notar” en qué puntas apoyar el peso del cuerpo. Algo que es totalmente instintivo con las botas se torna extraño con el crampón de por medio. Pero le cojo la marcha con facilidad y realmente voy a ir muy a gusto y muy sobrado en todas las escaladas que hagamos estos días. Siempre quiero más!!
El recorrido va alternando zonas de cresta nevada con tramos mixtos y de roca, nunca difíciles, chimeneas nevadas y travesías húmedas con lo que sin darnos cuenta nos pegamos un par de horas de ascenso. Hemos llegado a uno de los primeros puntos elevados de la cresta, suficiente por hoy parece pensar Santi. Nos sentamos al sol que pega con una fuerza inesperada y sacamos algo de jarcia para celebrar nuestro primer “ascenso” de la singladura. Habremos llegado en torno a los 3900m, y el paisaje que vemos desde aquí multiplica lo dicho y visto desde el plateau del glaciar: El Monch se yergue como una pirámide encalada y grandiosa en primer plano, empequeñeciendo a la Jungfrau y haciendo parecer a la esfinge (el promontorio rocoso que alberga la estación del tren) un diminuto guijarro. Justo debajo, a cobijo de su mole está nuestro refu, el Monchhutte, a algo más de 3600m de altura. Al fondo se divisa un extrañamente deforme y enano Eiger.
Las nubes, arrastradas por el fuerte viento cuelgan sobre el glaciar hechas jirones, al tiempo que proyectan el contorno sobre su blancura como un teatro de sombras. El silencio y la soledad mecen mi cuerpo como una nana, me encuentro en la gloria.
Como todo lo bueno, si breve mejor, pues toca bajar. Se cambian las tornas y ahora soy yo el que avanza en primer lugar buscando la bajada más propicia mientras Santi está alerta desde atrás. Descendemos sin percance y en el muro inicial toca rapelar, primera vez para Alex que le cuesta un poquito convencerse que la cuerda aguanta, pero acaba disfrutando como todos. A partir de ahora, y para ahorrar tiempo en las largas jornadas que nos vienen encima Santi nos descenderá a ambos a la vez en vez de rapelar por nuestra cuenta. Preferiría bajarme yo mismo, pero sabe perfectamente lo que hace, minimizar tiempo y riesgos, así que no digo ni mú.
Llegamos a la casita de Heidi con unas ganas locas de birra, de una aspirina para el dolor de cabeza producto de la altura, y de sentarnos. Apenas 3h de actividad pero tras el viaje y todo se siente uno cansado.
Aún dormitaremos un poco antes de la cena, a eso de las 7h. Sopa (la vamos a aborrecer) y algo de hidratos para recuperar energías. No pasará mucho rato hasta que vayamos al sobre, a tratar de dormir y sobre todo a pasar calor, que sobra el saco, la camiseta y hasta la piel!! E intentando aprovechar las horas que quedan, pues a las 5h tocará diana el reloj. [slideshow auto=”on” thumbs=”on”]
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1 Comment on "NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO: ALPES 2012 II"
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