Hola, amigos:
Uno de mis últimos post aquí versaba sobre la silla eléctrica inventada por Thomas Edison, un hideputa ilustre pero hideputa al fin y al cabo, y dándole vueltas al asunto de las ejecuciones me acordé de una curiosa historia, de esas que acaban de la forma que tanto gusta al capitán de este barco.
Desconocedores como somos de los entresijos reales de una ejecución, pocas veces pensamos en la persona que tiene que aplicar físicamente el tremendo castigo. Hoy conoceremos el especial vínculo que se dio entre una condenada a muerte y su verdugo.
Comenzamos con la condenada.
Alrededor de 1945, una chica de 12 años llamada Pilar Prades abandonó su pueblo natal, Begis, provincia de Castellón, para trasladarse a Valencia a trabajar de sirvienta. Analfabeta, poco agraciada, introvertida y brusca, duraba poco en las casas en las que entraba a servir. Llegó a cambiar hasta tres veces de casa en un mismo año, entre otras cosas porque de cuando en cuando le salía una mirada seca, tan dura, que traspasaba el alma de cualquiera y amedrentaba a sus empleadores.
En 1954, con 26 años, entró a servir en la casa de un matrimonio, Enrique y Adela, que regentaba una tocinería.
Un buen día, Adela cayó enferma y a partir de entonces Pilar vio multiplicado su trabajo. No solo debía ocuparse de la casa, sino que debía ayudar a Enrique en el mostrador y cuidar a su señora, cosa que hacía con verdadera dedicación y esmero preparándole caldos sustanciosos y tisanas. Adela sufría frecuentes vómitos, pérdida de peso y una enorme debilidad muscular que la consumía a ojos vista. Su estado empeoraba de forma tan preocupante que Enrique decidió gastar un dinero que no tenía en llamar a un médico, pero la enfermedad fue tan veloz que Adela falleció antes de que el galeno pudiese averiguar el origen del mal y el desconsolado esposo no tuvo otra que preparar el funeral, ayudado por la infatigable Pilar. Al regresar del entierro, Enrique encontró abierta mechanical bull for sale la tocinería y quedó impactado al ver a su criada detrás del mostrador, luciendo una amplia sonrisa en su rostro y vistiendo uno de los delantales almidonados de la difunta.
Enrique, sin darle ninguna explicación, puso a Pilar de patitas en la calle.
Nuestra amiga no tardó mucho en encontrar otra casa en la que servir. Se la consiguió su amiga Aurelia, que trabajaba como cocinera en el domicilio de un médico militar, y entró para servir como doncella. El ambiente de trabajo era bueno, el sueldo decente y todo fue bien hasta que un día surgió una pequeña discusión entre las dos amigas, a causa de un chico que le gustó a Pilar pero que prefirió sacar a bailar a Aurelia. A pesar del disgusto, la doncella no dijo una palabra de más y siguió tratando a su amiga como siempre.
Es más, le hizo compañía y le dedicó los mejores cuidados cuando una semana después cayó enferma.
Como en el caso de su antigua patrona, Pilar también le preparaba constantemente caldos y tisanas, hasta que su estado llegó a ser tan grave que decidieron internar a Aurelia en un hospital, víctima de dolorosos calambres en las extremidades que desembocaron en una parálisis casi total. Al cabo de dos semanas fue la dueña de la casa, la esposa del médico militar, la que se puso enferma.
Los síntomas eran muy extraños porque al principio parecía una gripe vulgar para luego evolucionar con vómitos, diarreas incontrolables, pérdida alarmante de peso, convulsiones y finalmente parálisis. Al ver que su esposa manifestaba los síntomas de la cocinera el médico se alarmó, consciente de que sólo se podía tratar de una enfermedad producida por una intoxicación. Consultó a amigos, colegas y varios especialistas y tomó la decisión de realizar la prueba del propatiol, un inyectable que permite descubrir la presencia de un tóxico sin necesidad de realizar un análisis.
El resultado fue definitivo: la causa de las dolencias de la mujer era el envenenamiento por arsénico.
Inmediatamente sospechó de Pilar y decidió indagar en la personalidad de la criada. Su anterior jefe, Enrique, informó de lo sucedido con su esposa, la enfermedad que la consumió y de cómo había despedido a Pilar tras el entierro, porque no le gustó ver cómo la criada se consideraba sucesora de la difunta señora. El médico militar presentó denuncia en la comisaría de Ruzafa, en Valencia, y exhumaron el cadáver de la chacinera, que apareció en pleno proceso de momificación, algo que solamente ocurre cuando en los restos hay presencia de una sustancia química.
Los análisis confirmaron la presencia de enormes cantidades de arsénico en el cadáver y la policía, al registrar la habitación de Pilar, encontró una botellita de Diluvión, un veneno matahormigas compuesto de arsénico y melaza, sustancia que le confería un sabor dulzón para enmascarar el sabor del tóxico.
Treinta y seis horas de interrogatorios, alimentada solamente con aspirinas, no bastaron para que Pilar se reconociera autora de los envenenamientos. Tan sólo aceptó que en una ocasión le había servido una infusión a la esposa del médico con un poco de aquel líquido dulce, sin saber lo que era, porque se le había acabado el azúcar. Pero de Aurelia y la chacinera no dijo una sola palabra. El abogado que se encargó de su defensa le advirtió a Pilar desde el primer momento que la amenaza de pena de muerte planeaba sobre el caso, y le aconsejó que se declarara culpable para obtener una condena que oscilara entre los 12 y los 16 años, pero ella se negó y defendió su inocencia hasta el final.
Pilar Prades fue condenada a muerte por el asesinato de Adela y a dos penas de 20 años por los otros dos homicidios frustrados. El Tribunal Supremo confirmó la sentencia, se agotaron todos los recursos y las peticiones de clemencia resultaron inútiles. Sólo cabía esperar el indulto, pero el Consejo de Ministros se dio por enterado de la sentencia, lo que significaba que se procedería inmediatamente a su ejecución por medio del garrote vil.
La fecha señalada fue el 19 de mayo de 1959, y la víspera se iniciaron en la prisión de Valencia los preparativos del siniestro ritual.
El verdugo, Antonio López Sierra, se presentó a las diez de la noche, tal y como le habían citado. Tenía ocho horas por delante porque “el trabajo”, como a él le gustaba decir, estaba previsto para las seis de la madrugada, antes de que amaneciera. Ocho horas para hacerse con el lugar y preparar el garrote, adaptando a la silla en la que se iba a sentar Pilar el palo, el torniquete, la argolla y los demás elementos que componían el nefasto instrumento. Este López Sierra es el mismo que se encargaría jumpers for sale de Salvador Puig Antich en marzo de 1974, el último preso ejecutado en el garrote vil, pero la noche que nos ocupa nuestro amigo se llevó una sorpresa, porque nadie le había dicho que la condenada era una mujer.
Ahí empezaron los problemas.
En el momento en que fue informado de la condición femenina del reo se negó de forma tajante a llevar a cabo la ejecución.
Así narró el propio López Sierra el suceso al escritor Daniel Sueiro:
“Una de las primeras condiciones que se deberían poner al entrar en este destino es la de no tener que ejecutar nunca a una mujer. Ejecutar a una mujer es peor que ejecutar a treinta hombres. Tener que hacerlo con una mujer es lo más duro, y más con una muchacha joven de carnes tan blancas como aquélla”.
La imagen en el cuerpo de guardia era dantesca. Al verdugo le habían dado una botella entera de coñac para darle valor, todos los presentes estaban pendientes del teléfono por si llegaba el indulto en el último instante, lo que todos deseaban para poder ahorrarse el macabro espectáculo, y Pilar gritaba como una posesa: “¡Soy muy joven! ¡No quiero que me maten!”.
Así continua la narración del verdugo al escritor:
“Todas las personas que estábamos allí, el presidente, los del tribunal, empleados de la prisión de mujeres y todos, hasta el cura, todos decaídos y desanimados porque una mujer es muy diferente a un hombre. Una hora lo menos esperando allí, desde las seis de la mañana hasta cerca de las siete, ya era completamente de día, se hizo de día y todos con las caras desencajadas y a uno de los oficiales le dio un mareo y tuvieron que llevárselo.
Iban a dar las siete, ya de día, hacía sol y entonces ya sin poder aguantar voy y le digo que a ver qué hacemos, qué coño pasa, cuándo se hace esto porque si no yo me voy. La muchacha debió de oírme, que seguía allí esperando, y entonces va y se dirige a mí y entonces fue cuando ella me preguntó si yo tenía mujer, si tenía una hija, sí, y por qué tenía tanta prisa, por qué tenía yo tantas ganas de matarla”.
Pero López Sierra no tenía en absoluto ganas de matarla, y al oír las palabras de Pilar acerca de si tenía una hija, que sí que la tenía, volvió a negarse a ejecutarla.
Bien pasadas las siete de la mañana, con el sol brillando ya en el patio, la fuerza pública tuvo que llevar a rastras hasta el patíbulo tanto a la condenada como a su verdugo. Con visibles temblores, totalmente descompuesto, López Sierra solo tuvo fuerzas para dar una vuelta y media de manivela, aunque fue suficiente para romperle el cuello a aquella desgraciada que acababa de cumplir 31 años.
El fiscal del caso, José Vicente Chamorro, tuvo que presenciar por obligación la ejecución y más tarde contaría a todo aquél que quiso escucharlo que la horripilante experiencia vivida era suficiente para hacerle luchar toda su vida contra la pena de muerte. Y así lo reiteró en una tertulia a la que asistía un paisano y amigo suyo, cineasta incipiente. Este quedó impresionado con el relato y se lo contó a su vez a otro amigo suyo, que se ganaba la vida como guionista.
El cineasta se llamaba Luis García Berlanga; el guionista, Rafael Azcona; y la que habéis leído es la historia de cómo se gestó una de las más grandes películas del cine español: “El verdugo”.
video
Una gran película a la altura de su gran director, como no podía ser menos.
Besos a tod@s
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3 Comments on "LA CONDENADA Y SU VERDUGO"
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Esta es otra de las grandes películas del cine español. Y aquí como actor principal sale el propio Antonio López Sierra. Se puede ver completa en youtube.
http://www.youtube.com/watch?v=P7jbE-GMXqc
Greatmike, me quito el sombrero crack.
De todos los textos que has compartido, te aseguro que éste es el que más me ha gustado, y más me ha sorprendido, pues desconocía los orígenes de la obra maestra de Berlanga.
Época siniestra aquella, aunque, personalmente, reactivaría de nuevo ciertas ejecuciones, eso sí, sólo para casos de corrupción política que superen determinados importes.
Hay muchas guillotinas “new generation” que esperan su oportunidad, y a mí no me importaría pagar una morterada por un asiento VIP para ver como funcionan.
Gracias por compartir estas historias, siempre haces honor a tu avatar.
Un abrazo.
Muy interesante la entrada greatmike.
La historia de esta mujer me sonaba de haberla escuchado alguna vez, pero no tenia ni idea de que hubiera sido como un pistoletazo de salida para la pelicula “El verdugo”.
Gran relato.