A mediados de los 60 del pasado siglo, la escena musical británica comenzaba a extenderse más allá de los centros indiscutibles, Londres o Liverpool. En todas las ciudades, decenas de jóvenes provincianos comenzaron a emular a los ídolos del pop, cantando, tocando instrumentos…. La fama esperaba a la vuelta de la esquina.
Ian David McGeachy (1949) era uno de estos jóvenes inquietos. Educado en la industrial y gris Glasgow, el chico pasó su adolescencia perfeccionando su técnica con la guitarra y escuchando a los clásicos del blues (Robert Johnson, Elmore James…), hasta que un día, al igual que otros músicos primerizos quedó fascinado con los discos del guitarrista británico Davey Graham: ¡Se podía hacer música nueva basada en las raíces británicas! Tipo curioso, Graham, tan irregular e intermitente como respetado, influyó en muchos guitarristas, desde Bert Jansch a Jimmy Page.
En 1967, confiado en sus posibilidades, el joven Ian hace las maletas y parte para Londres. La gloria le espera, como a tantos. Sus preferencias musicales le llevan pronto a un club, Les Cousins, leyenda del folk inglés, donde compartirá escenario con promesas como Al Stewart o Ralph McTell. Asiduo a este club era un cazatalentos de origen jamaicano, Chris Blackwell, dueño de un sello discográfico, Island. Blackwell iba en busca de un nuevo Donovan y Ian podía ser una buena apuesta, muy joven además, apenas 19 años. Hecho. Contrato y cambio de nombre (“¿Dónde vas con ese apellido, McGeachy?”). Los dos primeros discos del rebautizado John Martyn (en homenaje a una marca de guitarras) no son una maravilla, claro, obras primerizas, influencias demasiado evidentes (el blues, Dylan…), pero ahí está el embrión de su futuro estilo: aires folkies mezclados con jazz y blues, voz áspera pero cálida, sensibilidad…, en suma, un folkie moderno.
Pero, no pasa nada; otro joven con disco en la exuberante movida inglesa. Al menos conoce a otra cantante primeriza, Beverly Kutner. Flechazo. Se convierten además en dúo musical. Publican dos discos (el segundo, grabado en Woodstock con gente de The Band), ambos de escasa repercusión. Beverly se cansa, arroja la toalla y se centra en la familia. Martyn vuelve a ser cantautor, pero ha madurado, se siente más seguro con su técnica, sus canciones y en el estudio de grabación. Se ha abierto un pequeño hueco y lo aprovecha. En dos años publica 3 discos de madurez, Bless the weather, Solid Air y Inside Out.
De los tres, recomendables todos, destaca especialmente Solid Air, dedicado a su amigo Nick Drake (por entonces, refugiado ya en la casa paterna víctima de una depresión). Disco clave en la evolución del folkrock británico, muestra a un Martyn en plenitud. Su voz adquiere matices varios (irónicos, cálidos, sugerentes…), su técnica con la guitarra se ha depurado (en especial esa variante electrificada, el echoplex, por la que será reconocido). Folk jazz y blues aparecen bien ensamblados en composiciones sutiles, precisas y en ocasiones, emocionantes (Over the hill, May you never, su composición más versionada). John Martyn ha encontrado su estilo.
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¿Llega el éxito? No, claro; Martyn queda catalogado como compositor sensible apto para minorías y colegas. Un tipo con clase pero de escasas ventas. Martyn empieza a centrarse en sus directos, intensos y divertidos, y, ay, en la bebida. Comienzan los problemas. Blackwell, protector, le aconseja un cambio de aires: Jamaica viene bien: sol, tranquilidad y buenos músicos. En el Caribe, Martyn se empapa además de los nuevos sonidos producidos en la isla (ska, reggae…) y a su regreso publica Sunday,s Child, disco de transición en el que aparece relajado en la portada de espaldas al mar.
En 1978 se publica One World, disco controvertido, pero, para mí, su obra mayor. Acompañado de amigos folkies de siempre (Danny Thompson, Dave Pegg), músicos de reggae y el gran Stevie Winwood a los teclados, el resultado es fascinante. A su estilo reconocido le ha añadido gotas de pop y reggae. Todo encaja en una mezcla a la vez frágil y consistente, atmosférica e intima. Grandes canciones como One World o Big muff dan paso a la culminación lírica de Couldt,n love youre more y los nueve atmosféricos minutos de Small hours. Disco perfecto para un tranquilo amanecer junto al mar que hace buena compañía con aquella otra maravilla sosegada olvidada de David Crosby, If I Could Only Remember My Name.
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Pero, pasa lo de siempre, excelentes críticas, ventas regulares. Blackwell comienza a impacientarse y estalla cuando Martyín le presenta las maquetas de otro disco, Grace and dangers, monotemático e introspectivo trabajo centrado en la reciente separación conyugal del cantante. Demasiado personal e inclasificable, ni maravillas como Sweet little mistery ni la colaboración de Eric Clapton o Phil Collins convencen al jefazo de Island. Hastiado y en plena crisis, Martyn abandona Island. Phil Collins, siempre cerca, convence a Warner y le produce un nuevo disco, Glorius Fool, que sí, tiene grandes canciones (Get back home, por ejemplo) pero que….suena demasiado a made in Collins (ya sabeis, baterías contundentes, atmósfera inquietante). Martyn está cada vez más próximo al pop (a veces, incluso, demasiado standarizado) y las ventas mejoran, aunque sin exagerar; parece que al final todo encaja felizmente: buenas compañías, reconocimiento, multinacional detrás, pero…es entonces cuando la cadena de desgracias se inicia.
En 1.982 un accidente le provoca la perforación de un pulmón. Parón. Cuando se recupera, en 1984, otro accidente. Nuevo parón y recaídas constantes estimuladas además por un tipo que no se cuida y que continuarán en 1.996 cuando los médicos se vean obligados a extirparle el páncreas. Warner le da por perdido y Chris Blackwell vuelve a acogerle, 7 años después, en Island. Sus discos ahora son, al menos para mí, extraños, canciones preciosas alternan con otras de relleno, versiones de música tradicional y adaptaciones innecesarias de sus temas antiguos (Piece by piece, de 1993, es un buen ejemplo de esto que digo).
Las desgracias siguen acumulándose y en 2003, diversas complicaciones obligan a amputarle una pierna. Anclado a una silla de ruedas, Martyn, cada vez más gordo (la medicación) y enfermo, sólo encuentra consuelo en los conciertos que sigue haciendo con regularidad casi asombrosa, en donde se muestra seguro y divertido (lo podéis comprobar en cualquiera de los casi ¡20! discos en directo no piratas que tiene). Empiezan a llegar, al fin, los reconocimientos, privados y oficiales, movidos por el fiel Phil Collins y otros compañeros de parranda, Stevie Winwood, David Gilmour…, elogios que, claro, agradece, pero que él sabe que llegan tarde. Y tanto. En enero de 2009, su corazón se cansa y deja de latir después de 60 años.
No creáis, los discos postmortem y otras antologías forzadas no vendieron mucho, al revés que en otros casos. Pero la obra de Martyn cala lentamente. Una fundación con su nombre mantiene el legado del cantante y ayuda (mediante conciertos) a jóvenes promesas. Siempre fue un buen tipo. Y en verano de este 2011 se publica un Tribute en el que sus canciones son cantadas por gente muy variopinta, entre los que está Robert Smith, el cantante de The Cure.
Da igual, a los aficionados a Ian David McGeachy nos basta con seguir escuchando sus discos. Es cierto que John Martyn no es un artista para cualquier ocasión, pero os aseguro que hay momentos, de esos que escasean a menudo, íntimos, personales, en los que se convierte en el artista ideal para hacernos saber que no estamos tan solos. Pequeñas horas melancólicas y a la vez serenas, en las que parece que el mundo al fin tiene sentido y la compañía de un buen whisky, escocés, por supuesto, lo confirma.
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Esta noche de viernes a las 23:00 se emitirá el monográfico de John Martyn en MRF
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2 Comments on "NI HERMOSOS NI MALDITOS. I. JOHN MARTYN: AIRE SÓLIDO"
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[…] palabras no debería escribirlas yo, de modo que os enlazo su excepcional artículo NI HERMOSOS NI MALDITOS. I. JOHN MARTYN: AIRE SÓLIDO de rosschack que publicamos en la Golden Caster […]
Rosschak,
no conocía la obra de este músico. María y yo hemos disfrutado de su música en compañia de un par de copas de licor de orujo y de la conversación de Slum. Él ya había pinchado algún tema suyo, el Small Hours concretamente. Un tema soberbio.
La serie de monograficos empieza con muy buen sabor de boca, aunque en este caso la voz y la música de John Martyn suenen muy melancólicas. Para una noche de otoño es ideal. Llega al alma.