La luz se filtraba por debajo de la puerta, era obvio que estaba allí. Todo cuanto esperaba de aquel momento se resumía en una palabra. Sus temblorosas manos apenas eran capaces de asir el pomo mientras avanzaba al interior del despacho. Ni siquiera había levantado la cabeza ante su presencia, estaba demasiado absorto escribiendo. La pluma se deslizaba ferozmente sobre el papel y no se detenía ni con el cambio de línea.
Hacía años que no le veía así, apasionado e imparable, casi se arrepentía de haber entrado. El pelo le caía sobre la frente como una cortina que le separaba del mundo real. Sus tiernos ojos castaños se encontraban a mucha distancia de aquella mesa. Podían estar observando una montaña o un monstruo o, bueno, quizás algo más sencillo, el aleteo de una mariposa. Mientras sus dedos dibujaban esa visión sobre el lienzo que era el folio en blanco. Sabía desde antes de casarse que en ese estado de ensimismamiento era imposible conversar con él, cualquier palabra que le dirigiese se perdería en el viento. A veces surfea y sólo puedes esperar que pise la playa tabla en mano, era el momento de sentarse y aguardar.
Podía discernir el movimiento tras la puerta. La sombra parecía indecisa para entrar a verle, igual esperaba una invitación. Si seguía aquel desquiciante taconeo en el exterior tendría que gritar,bouncy castle y no quería. Mientras él cogía la pluma la puerta dio paso a aquella esbelta figura. Ella cerró el despacho dejando dos figuras atrapadas en una situación incómoda. Poco a poco empezó a garabatear sobre el papel, no le suponía ningún problema, podía pasarse horas. Nuevamente las dudas asolaron en la que era su mujer, finalmente decidió tomar asiento. Una buena decisión, no pensaba levantar la cabeza del folio en un buen rato.
Recordaba la primera cita diez años atrás. Entonces era él quien esperaba tras la puerta indeciso. Por suerte ella abrió antes de que él tuviese que tomar la decisión de tocar el timbre. Diez años habían pasado y ahora casi no se hablaban, la vida en pareja les había destrozado. Ni siquiera el gran amor que aún sentía por ella conseguía sacarlos de ese mutuo hermetismo. De repente los garabatos se tornaron en palabras, la historia fluía con naturalidad y la mano no cesaba en su frenética actividad. Otro mundo estaba naciendo.
Veía el brillo en sus ojos, la madeja se iba deshaciendo al tiempo que la mano acariciaba el papel. Sin duda el camino podía ser largo y tortuoso pero no debía ni quería distraerle. Quizás volviese a publicar, incluso podría ser que hablasen y , con suerte, hasta volvería a tocarla. Sólo por esos motivos el divorcio podía esperar.
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1 Comment on "TRAS LA PUERTA"
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El susurro del fax les advirtió a ambos que no estaban solos en ese instante.