La llegada del maestro cronista AupaRojillos al Golden Caster me ha conducido a una de esas extrañas y maravillosas épocas de efervescencia literaria, como si con su regreso trajera consigo las musas que me habían abandonado tiempo ha. Su presencia a bordo realmente me inspira, o quizás todo sea cosa de ese maldito licor de endrinas de sus tierras navarras con el que nos obsequia, no lo sé. El caso es que mil ideas arrinconadas en una oscura bodega de mi mente han reclamado de pronto su sitio en la cubierta de mis pensamientos, amotinándose y obligándome a virar el rumbo trazado por mis obligaciones cotidianas. Algo que, en el fondo, estaba deseando hacer. Por cosas como esta sé que no tengo madera de capitán.
De todas esas rebeldes historias ansiosas por ver plasmada su libertad en el pergamino de unos y ceros que me dispongo a emborronar, me he decidido por aquella que más tiempo llevaba encerrada y que más había peleado por salir a flote. Cuestión de justicia marinera, supongo, aunque contarla suponga comenzar un reto perdido de antemano, pues este relato no es más que un nuevo y burdo sucedáneo de las fábulas de piratas que tanta fama le han dado a mi admirado maestro. Aunque sé que será difícil convenceros, pues no niego que aparecer con un nuevo blog apócrifo justo después de la publicación de uno de los capítulos originales puede ser entendido como una sucia estrategia de promoción (o peor aún, de filibusterismo), no quisiera que este episodio se interpretara como un intento de aprovecharme de su bien ganada fama para dar mayor relevancia a mis libelos, ni que por supuesto estas inseguras líneas sin estilo se compararan con sus impecables escritos. ¡Voto a bríos que jamás osaría tal cosa! Vive Dios que no es más que un humilde y sincero homenaje motivado por su alistamiento, y si no es así que ahora mismo el Diablo se lleve consigo este alma ya condenada.
Mientras espero a que Belcebú haga acto de presencia (sé que no lo hará hasta que esta barrica de ron nos muestre su fondo de madera), va siendo hora de empezar de una vez el relato, que no es más que una insignificante muestra de la deriva de nuestro otrora amado y siempre respetado galeón pirata. Corría el mes de octubre de 2010, año del Señor, y el viejo capitán Trecet había vuelto a conducir su barco hacia el mismo Mar de los Sargazos en el que habíamos pasado el periodo estival, pues por más que muchos fantasearan con haber escalado las más altas montañas y haberse sumido en las más insondables profundidades, en aquel interminable verano nunca habíamos abandonado el temido mar que atrapa en sus calmas aguas a los barcos que osan aventurarse en él.
Estaba siendo aquella una dura travesía semanal que contenía todas las virtudes y miserias del capitán en su relación con las nuevas formas de navegación. Con un nombre premonitorio del hartazgo que acabaría generando, pues ese título de “100 años” tal parecía una condena, el capitán había zarpado un jueves amagando con contar, pero sin terminar de hacerlo, una deliciosa historia sobre un mítico entrenador, y había continuado el viernes con el tradicional mapa de objetivos a saquear durante los días siguientes, sin ofrecer demasiado detalle, como ya venía siendo costumbre. Luego nos ofreció un par de opiniones sobre ciertos temas de cierta actualidad, y se centró en resumirnos una historia que le habían contado acerca de la botadura de ese enorme navío de nombre Facebook y de cómo había llegado a dominar los mares contra viento y marea. Un poco más tarde criticó la mala flotación de la carabela Orange 360, que aquellos días se había ido a pique tras sufrir un abordaje demasiado numeroso, y cerró el fin de semana con una conversación captada en las chalupas de Twitter entre dos insignes personajes que venía a enseñarnos la utilidad y peligros de la nueva pasión del capitán. Y luego, sólo la nada. Un enorme salto de línea que conducía a la cubierta donde se desarrollaba la acción. La que nosotros protagonizábamos.
Una cubierta que desde la dura travesía por el Mar de los Sargazos no había vuelto a ser la misma. Odiosos y maleducados grumetes con ínfulas de comandante en jefe se paseaban como si fueran los dueños, mientras el resto asistíamos con una mezcla de estupefacción y dejadez al infame espectáculo que ofrecían, incapaces de comprender la actitud de esos marinos que en sus constantes duelos trocaban la nobleza del sable por la espeluznante contundencia del trabuco. Muchos de los piratas de la vieja escuela a los que loábamos en anteriores capítulos de estas memorias habían abandonado el barco, asqueados por el enrarecido ambiente que tan poco les recordaba ya a aquel que en su día les había atrapado para la causa. Los que se resistían a abandonar el barco a su suerte se reunían en pequeños corrillos en los que trataban de recuperar parte de esa alegre camaradería ya perdida, al tiempo que hacían esfuerzos por ignorar a los molestos recién llegados. De buena gana les hubieran hecho desfilar a todos ellos por el tablón, pero tras tantas batallas perdidas ya tenían bien interiorizado que aquel barco no era suyo.
Las horas pasaban muertas en medio de esa desesperante calma chicha. Había comenzado una nueva semana, mas el barco seguía encallado, inmóvil, atrapado en medio de ninguna parte. Pasó el lunes, se fue el martes y el miércoles era ya sólo un recuerdo, y el capitán seguía sin aparecer por su galeón. Estaba cerca, pero sus trinos desde la chalupa de Twitter se perdían en el océano y no llegaban a oídos de sus fieles marineros. El viento pareció rolar favorablemente el jueves, pues empezaba una de sus competiciones predilectas, la semiclandestina Euroliga, pero ni siquiera eso le hizo regresar a bordo… O eso creíamos los pocos que seguíamos esperando sus órdenes.
Porque al final, pasar tanto tiempo varados solía hacer que en cubierta sólo quedaran los más habituales. Mil novecientos comentarios después de soltar amarras, cinco de ellos (o quizás eran seis) debatían en una mesa sobre mil temas a la vez, tan centrados cruzando apuestas sobre una improbable victoria de Armani Jeans en cancha de CSKA que no vieron al joven y tímido marinero que acababa de subir a cubierta. Inseguro, el mozo miró a su alrededor algo extrañado, como queriendo comprobar si aquel desvencijado barco que no navegaba desde hacía días era ese que tanto estaba buscando. Seguramente se esperara otra cosa, más acorde a la fama que el galeón había alcanzado allende los mares, o al menos a la que arrastraba su viejo capitán, pero eso era todo lo que había. Sí, no cabía duda. Aquel de las velas plegadas y los palos roídos era el barco de Trecet, bien claro lo ponía en la borda. El joven avanzó algo cauteloso, pasó al lado de la mesa en la que los piratas seguían discutiendo sobre ese futbolista acabado de nombre Raúl sin que nadie reparara en su presencia, subió al castillo de popa y se plantó en la misma puerta del camarote del capitán. Allí suspiró, armándose de valor para lo que iba a hacer, y tomó aire antes de exclamar a voz en grito:
Los viejos marinos, sobresaltados por la estentórea irrupción de aquel grumete desconocido, callaron un instante y se miraron unos a otros sin poder disimular un gesto un tanto compasivo. Pobre chico. Llegaba tarde para presentar sus respetos. Hacía muchas mareas que el capitán no contestaba a esas llamadas, y mucho menos si encima llevaban aparejadas la petición de un breve intercambio de palabras para mayor gloria del novato. Además, todos sabían que Ramón no estaba a bordo. Ajeno a ellos, el mozo permaneció en posición de firme, apostado frente a la puerta del camarote del capitán, esperando una respuesta, con la mirada inquisitiva de los piratas clavada en su espalda. Unos minutos después, mientras él seguía inmóvil, los de la mesa chasquearon la lengua y retomaron su labor. Todos habían pasado por lo mismo. Ya se cansaría. Y, con suerte, tal vez entonces pudieran convencerle para que se uniera al grupo. Nunca venía mal alguien nuevo al que desplumar. Mientras la charla volvía a su cauce, el maestro cronista sintió que debía ser él quien le dijera a aquel mozo que sus esperanzas eran vanas. Dejando la partida a medias, se levantó y se dirigió amistosamente a él, para que su chasco fuera más llevadero:
El joven miró impávido al cuentacuentos, o eso creo, porque la realidad es que en aquel barco nadie puede ver lo que hace quien no habla y el mozo seguía en silencio desde que terminara su llamamiento. Pero de repente se obró el milagro. Los goznes de la puerta del camarote chirriaron y la inconfundible figura del viejo capitán Trecet surgió de su interior, para asombro de todos los presentes. La mesa se tambaleó y algunos naipes cayeron sobre la cubierta cuando, como impelidos por un resorte, los piratas se pusieron en pie para escuchar su mensaje, tensos como si hubieran sido cazados en acto de alta traición.
Y volvió a encerrarse en su camarote. Hubo quien quiso albergar esperanzas de una nueva y floreciente etapa para el viejo galeón, pero otros, diría que la mayoría, volvieron a sentarse despreocupadamente mientras recogían en silencio las cartas que habían caído desperdigadas, sin sorprenderse al juntarse con cinco ases y seis o siete reinas. La conversación volvió tranquilamente al punto en el que se encontraba antes de la interrupción, como si nada hubiera ocurrido. Eran ya demasiadas las promesas incumplidas como para fingir siquiera un atisbo de emoción por la posibilidad de que esta vez las esperanzas no fueran vanas. Apunté la respuesta del capitán en mi cuaderno de notas con la intención de relatar algún día el episodio que acabábamos de vivir, mientras preguntaba al aire si el terco Ramón le concedería o no la entrevista a aquel joven grumete que parecía haberse evaporado. No obtuve respuesta. Tampoco la esperaba.
Nadie volvió a ver a bordo a aquel joven marinero desconocido. Aquella misma noche dio comienzo una nueva travesía, pero las palabras de Trecet, llevadas por el viento de un nuevo finde, se perdieron para siempre en el horizonte como un día hizo mi añorada tierra castellana, y una capa de irrealidad cubrió el recuerdo de aquel instante. ¿De verdad habría salido el capitán de su camarote?
Pasaron muchos meses y yo también acabé por dejar de enrolarme en aquel barco, que para mí ya no era más que el doloroso recuerdo de unos tiempos perdidos que ya sólo podía atisbar en otros navíos. Caí en la tentación de adquirir una de esas minúsculas chalupas tuiteras, y desde entonces he ido pasando de una nave a otra narrando mil y una historias a quienes me hayan querido escuchar, aunque siempre con la desagradable sensación de que se me quedaba una en el tintero. Y a medida que el adictivo veneno de la tinta y la pluma me hacía escribir más y más, me iba olvidando de contar esta que bosquejé en un sucio cuaderno de mi mente. Mas no ha sido hasta hoy, al ver el regreso del maestro cronista a este su barco, cuando he podido por fin quedar en paz conmigo mismo al poner por escrito lo acontecido en aquella lejana tarde de bajamar. Pero mientras mis manos temblorosas escriben las últimas palabras de este relato, recuerdo todo lo que el tiempo le ha deparado desde entonces a nuestro amado galeón, que se halla sumido ya en el doloroso proceso del desguace, y algo hace que me detenga en la frase del capitán. Por todos los demonios… ¿Es cierto lo que veo, o son mis cansados ojos que quieren burlarse de mí? ¿Es posible que haya estado siempre ahí delante y no me haya dado cuenta hasta ahora?
Uno, dos, tres… Necesito otro trago, ¿dónde guardará el maestro el pacharán? Tres, cuatro, cinco… Sí, es real, maldita sea mi estampa. Ya estaba todo perdido, todo… ¡que Dios se apiade de su alma! Estaba en su barco, sí, pero el capitán habló en menos de 140 caracteres.
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27 Comments on "Piratas del Flagrant’s (x). 100 años de “luego os cuento”"
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Esa foto de Trecete en portada me va a producir pesadillas.
¡Por favor, que alguien le saque el micrófono de la boca!
¡Empieza a ponerse granatoso!
He dejado el post del partido de Málaga el 16 de julio en portada.
¿seguro, Flags? Por que yo veo el de la boda del hermano de Greatmike.
Claro que, si coincide con el partido…
Flagrant he dejado una cosa en el Cuaderno de Bitácora, que es donde quería que fuese, pero no sé si he acertado con el sitio correcto. Miralo, por favor, y si está mal puesto lo pones en donde quieras. Gracias
Ya lo he situado en la portada del cuaderno de bitácora.
Aupa, ha estado en portada un rato. Por lo visto Greatmike acaba de publicar la apasionante crónica del cuñao.
“Ahora, la pregunta profesional ‘Quien eres?’ basta con contestar una cifra. La de la derecha en twt. Yo no me llamo @trecet me llamo 32.200” (@trecet Ramón Trecet, twitter del 14-6-2011)