CONSTELACIONES una novela sin fin (i)

Carta celeste

Cuando llegó el médico de urgencias ya estaba más de tres horas agonizando. En la habitación el olor era tan intenso como una docena de huevos podridos. El cáncer la había corroído por dentro, tenía el vientre hinchado como una pelota de playa. Decidió cerrar la nariz y respirar por la boca. Y sentenció: “Tu madre hace ya cuatro o cinco horas que debería estar muerta. Está aferrada a la vida con tal ansia que no quiere morirse de ningún modo”. Ella bien que lo sabía. Durante los últimos seis años había vivido cada minuto de su vida a su lado. Su madre hasta el último momento no dejó ni un día de hacerle el desayuno como queriendo hacer ver que todo seguía igual, aunque para ello tenía que arrastrar los pies. Durante más de cincuenta años habían vivido siempre juntas, incluso los pocos momentos de vacaciones que habían disfrutado. La quería a su lado pero empezaba a darse cuenta que mañana nadie le prepararía ese vaso de leche.

–    “¿Usted que haría si fuese su madre?”.
–    “Yo no la tocaría porqué seria hacerla sufrir más de lo necesario” – respondió y decidió que en estos casos lo mejor era hacerse un cigarrillo.

Antes debía salir de la habitación, porque a parte de parecerle que fumar en esa circunstancia sería irrespetuoso hacia la moribunda, el hedor era realmente desagradable y quería disfrutar de cada calada porque sólo en las salidas podía fumar ya que estaba absolutamente prohibido hacerlo en la clínica. Respirar por la boca no había evitado que se tragase la desagradable pestilencia del ambiente sobretodo si tenía que hablar. Taparse la nariz con los dedos hubiese sido insultante, así que lo mejor era salir de allí para tomar aire fresco. Y le vino de perlas que le ofrecieran un café. De hecho no se esperó ni a que se lo trajesen. En el momento en que le preguntaron si quería uno salió de la habitación para responder disimulando discreción, aunque en realidad estaba huyendo de la apestosa atmósfera del cuarto. Le dio tiempo a acabarse el cigarro tranquilamente. Preparar el café requería su tiempo. No se trataba de un café expresso. El agua tenía que hervir para filtrarse por la cafetera, y aunque a él en realidad no le gustaba el café no dijo que no. Cualquier cosa con tal de no estar ahí dentro donde no hacía otra cosa que oler a una muerta. Se tomó el café con calma. Por una parte porque no le gustaba, pero además porque no quiso dar la sensación de tener prisa, aunque en realidad él allí ya nada tenia que hacer. A pesar de ello se quedó un largo espacio de tiempo con el café en la mano, removiéndolo sin cesar, dando pequeños sorbos, de pie aunque le ofrecieron una silla para tomárselo más a gusto como le dijeron. Pero él estaba habituado a encontrarse con la muerte como si fuese un viejo conocido. Nadie se sienta cuando llega un amigo. Apuró la taza hasta dejar marcado el borde con el diminuto polvo del café, dio las gracias y, como ya acababa su turno y quería irse a cenar con la mujer (aunque ese dato no lo aportó) se fue sin ni siquiera tocar a la anciana. El diagnóstico había sido clarísimo. Muerta hace ya cuatro o cinco horas. En realidad casi seis si contamos el transcurso de café. Aunque la hora de su defunción un forense la hubiese fijado cinco horas después porque mientras estuvo el médico todavía respiraba. Aún respiraba. Y así estuvo otras cinco horas más.

–    Madre,  por favor descansa un poquito.

Se quedó mirando y poco a poco, inmóvil, sin el más mínimo gesto, se fue apagando. Su hija le acababa de pedir que se marchase. Y se fue invadiendo con su silencio la habitación. No dijo adiós. Ni tampoco cerró los ojos. Fue la hija quien se los cerró cuando dejó de respirar. Ahí acabó la agonía de su madre. Lo que no sabía la hija es que en ese preciso momento empezó la suya. A partir de ese día empezó a sufrir ataques de ansiedad, a no poder respirar, a no poder morir. El recuerdo de su madre invadió cada rincón de su cabeza, cada mueble de la casa. No había ni una habitación que no tuviese una foto de su madre. De algún modo se había convergido en un fantasma. Un fantasma que la perseguía allá donde fuese. Un fantasma al que se aferraba porque la había acompañado toda su vida. Y por retener su pasado cada día se olvidaba del futuro.

Cada noche antes de ir a dormir se detenía en el pequeño rellano de las escaleras que accedían al piso de arriba donde estaba su dormitorio. Permanecía de pie enfrente del certificado conmemorativo del nacimiento de su hijo pequeño que colgaba de la pared y que todavía conservaba el marco original. En aquellos años eran muy típicos este tipo de recordatorios natales.  Se trataba de una especie de partida de nacimiento realizada a mano con la típica caligrafía franquista de la posguerra sobre un pliego de papel apaisado y que llevaba adjunta una foto en blanco y negro coloreada con tonos pastel muy del gusto de la época del florido pensil. Ya de niño me resultaba muy paradójico que en aquel cotidiano altar lo que celebraba la vida, al mismo tiempo evocase  la muerte como si fuera la lapida de un nicho. Resulta terriblemente cruel observar la crueldad de una paradoja, ver a una madre leyendo la fecha de nacimiento de su hijo mientras otro significado se superpone a las letras de lo escrito en el papel, el día de su fallecimiento. Un día que aparece con total claridad ante los ojos tras la puerta cerrada con llave por el hijodeputa borracho de su marido, que pretende borrar los gritos del niño. “¿No lo oyes gritar? ¿No ves que está enfermo? ¡Me vas a matar!”. ¿Cómo olvidar un llanto así aunque no esté escrito? ¿Cómo acallar aquellos dolorosos alaridos que tan profundamente se clavaron en el cerebro como agujas del corazón? “¡Me vas a matar!”. “Calla o lo haré. Necesito dormir”. Pero, ¿cómo dormir? ¿Cómo dormir en paz? ¿Cómo subir al dormitorio sin morir y nacer cada día por no haber dado la vida para salvar a su hijo? La elección del lugar no era casual en absoluto. Muy católico, como un flagelo. Por el miedo a morir ya nunca pudo descansar en paz. No hay descanso para quien vive con miedo. Tras la muerte de su hijo deseo que la hubiese matado porque ella no se atrevía a quitarse la vida. Y, aunque tras aquello vivió instantes preciosos, cada noche cuando permanecía inmóvil en el rellano de la escalera que subía a su dormitorio su dignidad moría con ella de nuevo. Por eso aceptaba su cruz, el miedo implícito bajo la piel. Tal vez se engañaba, se castigaba, al creer que podría haber hecho algo. Ese era su último recurso ante la asfixia de una evidencia que no la dejaba en paz, que no dejaba de acosarla. Pero al caer el sol y subir por aquellas escaleras ya no eran necesarias las excusas. Ante la imagen de su hijo muerto. Por alto que gritase: “¡Lo has matado! ¡Lo has matado! ¡Hijo de puta! ¡Mal nacido!” Por más que no temiera los golpes de los puños del hijodeputa borracho de su marido cayéndole como piedras sobre la cabeza.  “¡Calla o te mato! ¡Estaba enfermo! ¡Que no vales ni como mujer ni sabes parir! ¡A que mal hora me case contigo! ¡Vaga!” Por mucho que lo culpó no movió más dedo que el pulgar para persignarse. Pero se hizo la cruz todas las noches, tres veces. Puntual como el canto de un gallo. Fueron cincuenta y siete años, durante los que no hubo ni una sola noche que no rezará por el alma de su hijo, que no pidiera perdón, que no se arrepintiera de su miedo, de no haberlo matado. En aquel rincón de la casa la imagen de su hijo se le aparecía cada noche y cada amanecer, la única foto que conservaba de él, la misma cuya copia llevaba en la cartera hasta cuando salía a por el pan. Le estremecía ver sus propios rizos reflejados en la imagen de su hijo. Aquellos rizos que recordaba dorados frágiles como el trigo, que en la foto se dibujaban pálidos y con las típicas manchas amarillas del papel enfermo por la humedad, los ácaros y el polvo. De una forma obscena aquel pliego no sólo remitía a un suceso pasado si no también a un hecho profético. El cáncer. Aquellas manchas aparecieron en el papel y en la piel de mi abuela. En cierto modo, aquel certificado natal se ha convertido en un icono familiar de lo que no se puede enterrar. El odio. Sigue colgado en el mismo sitio.

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19 Comments on "CONSTELACIONES una novela sin fin (i)"

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14 years 1 month ago

joder

no se me ocurre otra cosa

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lagartijaomega
14 years 1 month ago

estoy de acuerdo,

joder que duro

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batua10
14 years 1 month ago

La muerte, esa entelequia tan temida y ninguneada. A veces es una liberación, cuando la medicina te deshaucia y el dolor es insoportable. A mi abuelo, que tuve la suerte de ver morir y sufrió estas circunstancias, le ponían inyecciones de morfina al ponerse el sol, cuando las dolencias se avivan, decía nuestro médico. Cumplió su voluntad de morir en casa. Y recuerdo el vacío que describes, la negación de la realidad o mas bien su postergación. Yo era joven y no supe realizar el duelo. Me fui olvidando, aunque a veces me vienen los recuerdos. Y ahora me ronda… Read more »

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scot
14 years 1 month ago

En tu relato hay momentos realmente sobrecogedores, retratos de cómo era la vida para algunas personas en un determinado momento. Tu relato me ha traído a la mente la vida de otras personas que sí he conocido.
Un abrazote muy muy muy fuerte, flag. Esta noche levanto mi copa por todos, como siempre, pero especialmente por tí, amigo.

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cap_centollo
14 years 1 month ago

Vaya racha que llevamos leche …
A mi también me dejó mi abuela hace 2 meses, encogidita, una parte de la mujer que yo conocí cuando era aún joven, coqueta y presumida.
Quedan los recuerdos, que siempre te acompañarán y que curiosamente empezarán a dejar de estar ahí cuando te acercas a su edad.
Lo triste del asunto es que después de 2 años infames, mi abuela descansó (que cara de paz tenía), mi madre descansó y yo también; es duro pero hay veces que maldita la gana de seguir viviendo…

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greatmike
14 years 1 month ago

Ostras, Flags.

Un abrazo.

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slumdar
14 years 1 month ago

Acabo de leer el relato de flagrant. El tiempo se ha parado y me ha transportado al momento más duro de mi vida. Cuando una madre muere no es solo que ella se va, sino que ves una etapa de tu vida en el crepúsculo más infame. Fue un jueves 15 de Abril de 2004 y el domingo pedí a mi familia que me dejara solo. En mi cuarto puse este tema de Arto Tuncboayaciyan en un bucle. El tema está dedicado a la muerte de su hermano y se titula “ Broken arm” (brazo roto), que para un armenio… Read more »

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14 years 1 month ago

Lo primero devolveros los abrazos a todos. Aunque quiero puntualizar que se trata de un fragmento de una novela en construcción. Como veréis en próximas entregas se trata de constelaciones, que son el reflejo en el mapa celeste de la teoría del círculo de la que tanto os he hablado. Nosotros vemos el cielo plano, como la tierra, pero en realidad son infinitos círculos. Trazamos constelaciones que no son más que dibujos sobre el círculo infinito de la galaxia. En realidad no es una autobiografia, pero podría serlo. ¿Qué más da? En definitiva, todo lo que se escribe existe y… Read more »

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yoya964
14 years 1 month ago

Creo que con el tiempo me estoy dotando de una capa de insensibilidad que en realidad no es más que una máscara tras la que me escondo de los sentimientos que me puedan provocar dolor. Lo conocí muy temprano, a los trece y nunca nada logra llenar el vacío que te queda en un rinconcito del alma. Así que tiendo a racionalizarlo todo en lo posible, por tanto este relato me lleva a recordar los distintos estadios de la muerte ( aparente, relativa, intermedia y absoluta), la descomposición del cuerpo, a veces incluso antes de la muerte y el concepto… Read more »

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yoya964
14 years 1 month ago

Slum, yo no he podido nunca expresarlo así ni de forma cercana

Un abrazo

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